POSTRÁNDOSE PARA VENCER. Bosquejos Biblicos para Predicar Josué 5:13-15
«Mi camino, y no el tuyo», oh Señor, Me traspasó como acerada espada; «Tu camino, no el mío», me levanta, Y toda tentación sacude a un lado.«Mi camino, y no el tuyo», me desvía, Y a toda mala acción conduce; «Tu camino, no el mío» paz produce Y todo su dulce fruto.
Como ya se ha visto en la primera parte de este capítulo, Gilgal tiene un significado muy profundo (v. 9). Cuando Dios hace rodar una cosa siempre hace lugar para otra. El lugar de bendición va frecuentemente seguido por el lugar de prueba. Esto es lo que le sucedió a Josué cuando acudió cerca de Jericó. Nos parece que estos tres versículos están cargados de instrucción espiritual para aquellos que tienen oídos para oír. Podríamos considerar su:
I. Determinación. «Estando Josué cerca de Jericó» (v. 13). Después de las pruebas y refrigerio de Gilgal, se encuentra ahora cara a cara con la gran obra de su vida cuando se encuentra «cerca de Jericó». ¿Cuáles son sus pensamientos al ver delante de sí aquellas formidables murallas? Como Nehemías, va con calma a examinar las dificultades. «¿Qué quieres que haga?».
II. Interrupción. «Vio a un varón que estaba delante de él, el cual tenía una espada desenvainada en su mano» (v. 13). Ésta fue otra crisis en la vida de Josué, como la que vivió Jacob (Gn. 32:24) y también Balaam, aunque éste (Balaam) no la aprovechó (Nm. 22:41).
Tiempos como estos, en una u otra forma, vienen a la vida de cada cristiano. Interrupciones repentinas, privilegios, cambios que pueden dirigir las fuerzas de nuestras vidas a líneas más brillantes de bendición, o desviarnos a la inactividad o inutilidad. Nadie es igual una vez que se ha visto cara a cara con Aquel que es Dios
(Ap. 3:20).
III. Interrogación. «¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos?» (v. 13). Josué, como hombre totalmente dedicado a la causa de Dios, ve solo dos grandes clases y causas. «Nosotros y nuestros enemigos». Hay un príncipe que trabaja para y en los adversarios (Ef. 2:2), pero «mayor es el que está en vosotros que el que está en el mundo» (1 Jn. 4:4).
Esta pregunta podría ser hecha con provecho acerca de cada nueva dificultad que pueda surgir en nuestro camino, y de cada pensamiento y sentimiento y acción dudosos, porque todo será o bien para ayudarnos a nosotros o bien a nuestros adversarios.
IV. Revelación. «No; mas como Príncipe del ejército de Jehová he venido ahora» (v. 14). El Príncipe del cielo no acude a tomar el puesto de soldado raso en las huestes de Jehová. Si Él no es el capitán, no está ahí. El Señor Jesucristo no es siervo de la Iglesia, sino su Cabeza.
Quizá mientras Josué estaba junto a Jericó estaba temblando de responsabilidad al pensar en sí mismo como caudillo de esta gran hueste, pero allí llega a saber que otro debe asumir toda la responsabilidad, y que él es solamente un seguidor. ¿Hemos aprendido esta importantísima lección? ¿Hemos dado a nuestro Señor su verdadero lugar en toda nuestra obra para Él? No yo, sino Cristo.
V. Adoración. «Josué, postrándose sobre su rostro en tierra, le adoró» (v. 14). Cuando a alguien le han sido abiertos los ojos para ver la gracia y el poder de Jesucristo, como le sucedió a Josué, no intentará ser humildes, sino que caerán sobre sus rostros; no orarán pidiendo el espíritu de adoración, sino que adorarán. Esta actitud de humildad conlleva una total sumisión, una total buena disposición para tomar el puesto designado por el Capitán de la Salvación, que en todas las cosas y circunstancias demanda la preeminencia.
VI. Petición. «¿Qué dice mi Señor a su siervo? (v. 14). Los que tienen un corazón humilde tendrán también un oído abierto. Fue cuando Abram cayó sobre su rostro que Dios le habló (Gn. 17:3). Daniel tenía su rostro hacia el suelo cuando oyó la voz de sus palabras. Cuando hemos sido humillados delante del Señor, podremos entonces oír lo que Dios el Señor hablará. «Aprended de Mí, que soy manso de corazón».
VII. Sumisión. «Y el Príncipe del ejército de Jehová respondió a Josué: Quita el calzado de tus pies, porque el lugar donde estás es santo. Y Josué así lo hizo». (v. 15). Cada lugar en el que el Santo está es santo. Quitarse los zapatos tenía entonces un sentido muy semejante al de quitarse el sombrero en la actualidad.
Era un acto que indicaba reverencia (Éx. 3:5). El sumo sacerdote servía delante del Señor con los pies descalzos. Si en los tiempos antiguos se quitaban los zapatos cuando se encontraban ante el mensajero de Dios, ¿qué harán ahora aquellos en quienes mora Dios por su Espíritu Santo? De cierto esto: que todo el hombre interior quede desnudo y a descubierto delante de su Santa presencia. Esta actitud del alma siempre dará honra a Dios y logrará victorias para Él. Él se postró, y venció. «El que se humilla, será ensalzado.»