TRES BENDICIONES INEFABLES. Bosquejos Bíblicos para Predicar 1 Pedro 1:8
I. Un don inefable. «Gracias a Dios por su don inefable» (2 Co. 9:15). Ésta es una de las doxologías de Pablo. En la mayoría de ellas no parece haber relación entre el tema de que trata y la doxología. A menudo, justo en medio de un profundo argumento, tiene que detenerse para adorar. Pero aquí sí hay una relación.
El apóstol había estado refiriéndose a los generosos dones de los cristianos macedonios, presentándolos como un ejemplo digno de imitación para los corintios, cuando le abrumó el pensamiento de la maravillosa gracia y bondad de Dios, y halló alivio con este estallido de amor y adoración reverentes.
Hay algo que no va bien con nosotros si no nos sentimos afectados una y otra vez de manera similar. Una prueba infalible del crecimiento en la gracia es un aprecio creciente del amor de Dios en Cristo, y de su muerte expiatoria en la cruz. Porque el don de Dios no puede ser nunca estimado en demasía.
Sus riquezas son inescrutables, y su amor sobrepuja a todo entendimiento. El don de Dios es una Persona. Y una Persona maravillosa más allá de toda medida. ¿Le has dado gracias hoy a Dios por su Don inefable? ¿Es su Don indescriptiblemente maravilloso para ti?
II. Palabras inefables. «Fue arrebatado al paraíso, y oyó palabras inefables que no le es permitido al hombre expresar» (2 Co. 12:1-4). Aquí habla Pablo. Nos desvela un secreto personal que había mantenido callado durante catorce años. En esta época, Pablo había sido apedreado fuera de Listra (Hch. 14).
Nadie podía ser apedreado sin morir. Es indudable que había muerto, y mientras su pobre y golpeado cuerpo yacía inmóvil, él mismo ascendió al Paraíso, pero como su obra no había aún terminado, Dios efectuó un milagro, y él y su cuerpo se reunieron. Mientras estaba en el paraíso, oyó palabras que no podía reproducir con lenguaje humano.
De pasada, esto es importante, por cuanto muestra el efecto de la muerte de Cristo y su resurrección sobre el paraíso. Antes de la Cruz, el paraíso estaba abajo (Lc. 16:19-31), en el corazón de la tierra (Mt. 12:40), a donde fue Cristo al morir. Cuando resucitó de entre los muertos, transfirió el paraíso al Tercer Cielo, a la presencia inmediata de Dios (2 Co. 12:2, 4; Ef. 4:8-10), aunque dejando donde estaba el lugar de los difuntos impíos.
¡Qué palabras más arrebatadoras son éstas! Y nos son aplicables en esta vida. ¿No es esto cierto de la oración y de la comunión con Dios? Viviendo en comunión con Él, oiremos palabras inefables, como lo expresa el himno En el secreto de su Presencia: «Si lo intentase, no podría expresar Lo que Él dice cuando nos encontramos así». Nuestro paraíso ahora es tener debajo de nosotros los Brazos Eternos, y oír sus palabras de amor; nuestro paraíso después será la inmediata presencia del Señor.
III. Gozo inefable. «Os gozáis con gozo inefable y glorioso» (1 P. 1:8), o, como otra versión lo traduce: «¡Exultáis con gozo triunfante, demasiado glorioso para expresarlo con palabras!». Hay gozos que debilitan el alma y guerrean contra ella. No sucede así con éste: Está coronado de gloria.
¿Quiénes eran estas felices personas a las que se dirigía Pedro? Unas gentes pobres, menospreciadas, perseguidas, a muchos de los cuales les habían confiscado sus propiedades por causa del Nombre. Eran creyentes en el Señor Jesús. Así, el gozo no depende de lo que tenemos, sino de lo que somos; no de nuestras circunstancias, sino de la comunión con Cristo.
Observemos que no se trata de una exhortación, sino de la declaración de un hecho. No les estaba apremiando a que se regocijasen, sino sencillamente expresaba lo que ya estaba sucediendo en su experiencia. Evidentemente, ésta era su experiencia normal.
¡Qué lejos parecen los creyentes en la actualidad de llegar a una experiencia de esta clase! Obsérvese ahora el orden de estos tres «inefables»: Primero el Don inefable, después palabras, y finalmente Gozo. El primer acto de importancia es la recepción de este don. Por consiguiente, es nuestro privilegio comenzar a andar y a hablar con Dios en santa y bendita comunión. Esto significará la posesión de un gozo que no puede ser descrito.