Lázaro (abreviatura griega de Eleazar, Dios ha ayudado).
Lázaro de Betania
Discípulo de Jesús que residía con sus hermanas → Marta y → María en → Betania. Como no se nos dice que haya tenido esposa, y puesto que Marta se presenta como ama de casa, es probable que fuera soltero o viudo. La amistad especial que unía a Jesús y la familia de Lázaro sugiere que aquel hogar de Betania constituía la base del Maestro durante sus visitas a Jerusalén (Lucas 10:38–42; Juan 11:1–5; cf. Lucas 21:37; aunque Lázaro se menciona solamente en Juan).
Poco se sabe de la personalidad de Lázaro, pero el relieve que da Juan 11 al amor que Jesús le tenía (vv. 3, 5, 11, 36) destaca su comunión especial con el Maestro. En la casa de Simón está con Jesús a la mesa (Juan 12:1–2). La presencia de los muchos judíos que acudieron desde Jerusalén a Betania para consolar a las hermanas Marta y María denota que la familia de Lázaro era conocida y apreciada (Juan 11:31, 45).
Por la resurrección de Lázaro muchos judíos creyeron en Jesús (Juan 11:45; 12:9). Esto bastó para que luego los líderes del judaísmo tramaran la muerte, no solo de quien había operado el milagro, sino también de aquel que había vuelto a la vida (Juan 11:47–53; 12:9–11).
Lázaro es el protagonista del milagro más llamativo de los Evangelios. Tras una enfermedad, a causa de la cual las hermanas pidieron ayuda a Jesús, aparentemente en vano (Juan 11:1–6), Lázaro murió. Jesús, consciente del peligro de acercarse a Jerusalén, llegó sin embargo a Betania y llamó a Lázaro de la tumba (cf. Juan 5:21–29). Puesto que algunos rabinos creían que el alma de un difunto quedaba vagando en las inmediaciones durante tres días (cf. Lucas 24:21), pero que la resucitación era imposible después, la mención de los cuatro días (Juan 11:17, 39) prueba lo extraordinario del milagro.
Frente a los que niegan la historicidad de este milagro, se debe observar lo siguiente:
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La sencillez y verosimilitud de la narración del capítulo 11 de Juan contrasta fuertemente con los relatos de milagros que hallamos en los → evangelios apócrifos.
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Las conversaciones anexas (vv. 6–16, 20–27) carecerían de sentido si el relato fuese inventado.
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El relato ocupa su debido lugar en el Evangelio, y este destaca la creciente tensión entre el Maestro y los jefes de la nación; el autor veía en el milagro un factor que había ayudado a precipitar la crisis final.
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El milagro no se hizo para asombrar a los curiosos, sino para presentar a Jesús como resurrección y vida, antes de entregarse Él mismo a la muerte. Fue elemento muy importante en la iluminación de la mente de los discípulos (v. 15), y para confirmar su fe al acercarse al enigma del Calvario.
Lázaro de la parábola de Lucas 16:19–31
A pesar de que el rico Epulón permanece anónimo (aunque un papiro primitivo lo llama Neve o Níneve), el relato declara el nombre del mendigo que vivía echado a su puerta. La mención de su hambre, de las llagas y de los perros recalca el desamparo de Lázaro, quien comía las migajas del rico sin que este se condoliera. Los versículos anteriores (16:13–15) nos dan la clave para la interpretación de la parábola: la muerte y el consecuente juicio revelan el significado de la conducta mantenida durante el tiempo de la vida humana. Lázaro no llegó al «seno de → Abraham» (el paraíso) porque fuera pobre, ni el egoísta fue a parar al lugar de tormento porque fuera rico; sin embargo, su condición de ultratumba trastorna todos los conceptos generalmente aceptados en la sociedad humana (cf. Mateo 5:3; 6:20–26).