La Copa de Jesús representó la carga más pesada que un ser humano jamás haya llevado.
La Copa de Jesús no fue solo el sufrimiento físico de la cruz, sino el peso abrumador del pecado de toda la humanidad. En Getsemaní, Jesús enfrentó la agonía de beber hasta las heces el juicio divino que merecíamos nosotros, y lo hizo con obediencia perfecta: “Padre, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” Mateo 26:39.
El Monte de los Olivos y el Jardín de Getsemaní
Al este de la ciudad de Jerusalén hay un pequeño monte que se llama el Monte de los Olivos. Está como a 300 pies sobre la ciudad de Jerusalén. Es una cadena de piedra caliza de una milla de longitud, a 2700 pies sobre el nivel del mar.
En la ladera occidental del Monte de los Olivos hay un jardín. Si usted va hoy a Israel puede visitarlo; yo lo he visitado muchas veces. Y en ese jardín hay unos hermosos arbustos, en su mayoría árboles de olivos.
De hecho, 8 árboles de olivos aún están en pie. Algunos creen que estos datan de antes de los tiempos de Cristo. Con sus masivos troncos torcidos, están firmes como silenciosos centinelas, velando el jardín donde Jesús vino.
Pero esta noche era distinta a las otras noches. Jesús había estado sobre el Monte de Sión, y en un aposento alto Él tuvo la última cena con sus discípulos. Él les habló de su futura crucifixión y de que iba a ser traicionado. Judas había salido en la oscuridad para hacer ese vil acto.
La Agonía de Jesús en Getsemaní
Entonces el Señor Jesús, necesitando dirección, deja el Monte Sión y, bajando, cruzó el arroyo. Jesús se arrodilló al lado de esa roca de agonía y Jesús oró. Tres veces Jesús oró: “Padre, si es posible, pase de mí esta copa. Yo no quiero beber esta copa”.
Y esta copa, Él no estaba hablando de una copa literal como la que se toma con la mano. Es una metáfora, una ilustración, un símbolo. Significa experimentar algo en su totalidad e ingerir algo en su mismo ser, tal y como usted toma una copa y la pone en sus labios. Jesús dijo: “Padre, por favor, si es posible, pase de mí esta copa”. Fue la copa de la agonía a la que Jesús bebió y consumió en Getsemaní, y la bebió solo.
¿Se acuerda cuando el Señor Jesús comenzó su ministerio? Cuando hacía milagros, cuando alimentó las multitudes, abriendo ojos ciegos, sanando paralíticos que caminaron, jugo como les seguían las muchedumbres.
Estas amaban los milagros que Él hacía. Pero cuando Jesucristo comenzó a hablarles de las cosas profundas, de las eternas, de su necesidad de entregarse a Su señorío, comenzaron a irse. De hecho, se fueron por montones. Y el Señor Jesús tuvo que preguntarles a sus discípulos: “¿Y ustedes también me dejarán?”
De las multitudes, ahora solo eran 12. Pero a su vez, uno de los doce se fue: Judas se fue para traicionar. Quedan solo 11. Pero de los 11, eligió una trinidad de discípulos para que lo acompañaran, vigilaran, lloraran con Él. Ahora eran solo 3. Pero esos tres le fallaron; se durmieron. Y en Getsemaní, únicamente Jesús, el Hijo de Dios y Dios el Padre. Pero en Getsemaní Él sabía que pronto Dios el Padre tendría que darle la espalda. Y Jesús bebió esa copa.
El Contenido de la Copa: ¿Qué Bebió Jesús?
En Getsemaní, quiero que pensemos juntos esta mañana acerca de la copa, la copa que Jesús bebió en el jardín de Getsemaní. Deseo que pensemos acerca del contenido de la copa. ¿Qué había en esa copa? ¿Tan solitario, tan terrorífico y tan aterrorizante? Porque usted se va a dar cuenta: Jesús retrocedió atemorizado ante esta copa, que era tan detestable, tan asquerosa, que hizo que el mismo Hijo de Dios retrocediera horrorizado. ¿Qué contenía la copa de Getsemaní? ¿Cuál fue el contenido de esa copa?
¿Fue la muerte física por medio de la crucifixión lo que causó tal temor? Desde luego que esta podría ocasionar tal temor, porque jamás ha habido un tipo de ejecución conocida por el hombre más degradantemente dolorosa y vergonzosa que la muerte por crucifixión. Pero otros habían muerto de esta manera, y otros mártires a su vez habían encontrado la muerte, no con el temor, más diciendo alegremente: “Entrego mi cuerpo a la sepultura por el Señor Jesucristo”.
No fue la muerte física de lo que retrocedió aterrado, ni siquiera los dolores de la crucifixión. ¿Sería de algún ataque extraordinario de Satanás? ¿Es esto lo que contenía la copa? ¿A esto le tenía miedo Jesús? No. Jesús ya había vencido a Satanás en el desierto; Él ya lo había derrotado. Por supuesto que Satanás lo persiguió hasta la cruz, pero Jesús no le tenía ningún temor a Satanás. Él dijo: “Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado afuera”.
¿Qué era lo que estaba destrozando el corazón del Señor Jesucristo? ¿Era la traición de Judas? ¿Era el fracaso de los discípulos? Sí, todo esto lo desilusionó, pero existe una gran diferencia entre la desilusión y el temor. ¿Qué causó que Jesús detuviera, que retrocediera ante esta copa?
Lo que había en esta copa era la contaminación del pecado. La contaminación del pecado estaba en esa copa. Verá, la Biblia dice que Jesús fue tentado en todo como nosotros lo somos, pero Él fue sin pecado (Hebreos 4:15). Pero la Biblia también nos enseña que, para que Él pudiera redimirnos, nuestro pecado tenía que ser puesto sobre el Señor Jesucristo. En 2 Corintios 5:21 dice esto: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él”.
¿Sabe usted qué había en la copa?
El pecado de los siglos estaba en esa copa. Mi pecado, su pecado, estaban en esa copa. Suponga que pasamos por esta congregación esta mañana y ponemos su pecado en ella: el suyo, y el suyo, y el suyo, y el suyo, y el suyo, y el suyo, y el suyo, y el suyo, y el suyo, y el suyo.
No algunos de sus pecados, todos sus pecados: cada pensamiento sucio, cada acto malvado, cada cosa odiosa e hiriente. Todos los pecados de esta congregación, los pecados de esta ciudad, los pecados de esta nación y los pecados del mundo. Póngalos en la copa.
Añada todos los pecados del pasado y todos los pecados del futuro. Viértalos en esa copa. Ahora dígale a Jesús que beba. ¡Déjelo beber la amarga escoria! ¡Conviértase en pecado! No solo llevar el pecado, sino llegar a ser pecado. Yo no dije que Él pecó; Él nunca pecó. Pero Él se hizo pecado por nosotros, porque Él cargó ese pecado en la cruz.
Puede ser que no entienda lo que es el pecado, pero le aseguro que Jesucristo lo sabía. Jesús presenció cómo el pecado convirtió ángeles en demonios y a hombres en bestias. El pecado es poner nuestro puño en la cara de Dios. Y Jesús sabía que, al tomar esa copa, sería contado con los pecadores. Jesús, cuyo nombre santo es lo totalmente opuesto, la antítesis del pecado, llegó a ser pecado.
Lo he dicho antes, y escuchen bien: en la cruz, los pecados del mundo se juntaron y en las eternidades se comprimieron. Y Jesús, siendo infinito, llevó en un tiempo finito lo que nosotros, siendo finitos, llevaremos en un tiempo infinito. Les estoy diciendo que Jesucristo sufrió una eternidad infernal sobre esa cruz.
El precio que Jesús pagó, solo los condenados en el infierno pueden comenzar a entenderlo. Pero ellos únicamente pagan por sus pecados; Jesús pagó por nuestros pecados, de toda la humanidad, de todos los siglos. Amigo, si esto no conmueve su corazón, su corazón es más duro que una roca.
La Historia de los 40 Luchadores de Nerón
Hay una historia que ha pasado de generación en generación. Se ha contado tantas veces que se ha arraigado en la historia. Se dice que Nerón tenía 40 hombres en su ejército. Estos 40 hombres eran luchadores, eran los luchadores de Nerón, gladiadores que venían a la arena para luchar por Nerón. Y querían complacer a su emperador.
Cuando estos 40 luchadores venían a pelear ante el emperador, el emperador se sentaba allí, vestido finamente en su palco de terciopelo, sentado en su trono, mirando los juegos mientras los luchadores luchaban. Los mejores atletas de toda Roma salían allí, robustos, con sus hombros cuadrados, músculos, y dirigiéndose al emperador en su palco, le cantaban:
“Somos 40 luchadores, luchando por ti, oh emperador, para ganar la victoria para ti y para ti la corona del vencedor”.
Todos en el imperio sabían quiénes eran estos luchadores. Ellos eran el equivalente a nuestros campeones olímpicos actuales. Llegó a oídos de Nerón que algunos en el ejército se habían hecho cristianos. El cristianismo comenzaba a esparcirse, y el ser cristiano era un crimen digno de muerte. Los cristianos debían ejecutarse por medio de lo que era el estado o la vista.
Y así, Nerón dio órdenes a su comandante principal, Vespasiano, y le dijo: “Necesitamos revisar los rangos de tus tropas. Si encuentras algún cristiano, este debe ser ejecutado”. Desplegando sus tropas, les dijo: “Un edicto ha llegado del emperador. Si existe algún cristiano, yo le voy a pedir que usted confiese serlo. Se me ha dicho que un cristiano nunca niega a ser cristiano. Pero quiero antes decirle que si confiesa que usted es un cristiano, si lo hace, ciertamente morirá”.
Entonces Vespasiano preguntó: “¿Hay algún cristiano?” Él no estaba preparado para lo que estaba a punto de suceder, porque al no dar un paso hacia adelante, los 40 luchadores habían entregado sus corazones y sus vidas a Jesucristo. Cuando Vespasiano lo vio, gritó: “¡No, no debe haber una equivocación! ¿Los 40?” Ellos le afirmaron: “Todos creemos en Jesucristo, el Hijo de Dios”.
Vespasiano les suplicó: “Por favor, retrocedan, retrocedan. Nieguen su fe, y esto se acaba”. Ni uno solo se movió. Vespasiano dijo: “Yo no puedo ejecutarlos con la espada. Creo que aún no lo han pensado bien. De seguro que negarán su fe”. Él pensó: “Tengo un plan”.
Estaba en el invierno. Había una gran fogata sobre un lago congelado. Luego despojó a esos 40 hombres de sus cascos, armaduras, camisas, zapatos, de su ropa interior, despojándolos absolutamente de todo, en una temperatura bajo cero. Los dejó en la oscuridad, diciéndoles: “Permanecerán afuera en la oscuridad hasta que se congelen. Pero si alguno de ustedes, allí en el frío, en la oscuridad, decide que quiere negar a Cristo, todo lo que tiene que hacer es acercarse a la fogata”.
Vespasiano estaba seguro que volverían. Pero él no estaba preparado para lo que iba a escuchar, porque él había oído su canto tantas veces, pero ahora era diferente, muy diferente. Y esto era lo que estaban cantando:
“Somos 40 luchadores por ti, oh Cristo, para ganar la victoria para ti y para ti la corona de vencedor”.
Vespasiano dijo: “Bueno, ahora están cantando, pero pronto cambiarán de idea”. Al pasar la noche, se puso aún más fría, y se escuchaba el canto:
“Somos 40 luchadores por ti, oh Cristo, para ganar la victoria para ti y para ti la corona del vencedor”.
El canto se hacía más débil y más débil. El frío los estaba paralizando. Luego, el canto cesó, y Vespasiano miró. Y deslizándose por encima del hielo, la figura de uno de esos soldados, dándole la espalda a Jesucristo, se acercaba a la fogata.
Vespasiano dijo: “Ahí viene este. El resto no seguirá pronto. No sabía… yo conozco a los hombres. Pronto vendrán”. Pero no estaba preparado para lo que iba a oír. Él escuchó en la oscuridad:
“Somos 39 luchadores luchando por ti, oh Cristo, para ganar una victoria para ti y para ti la corona del vencedor”.
Vespasiano dijo que cuando vio la miserable figura del traidor deslizándose sobre el hielo, según la historia, según se acercó, Vespasiano se quitó el casco de su cabeza, la armadura de su pecho, su camisa de su espalda, sus zapatos de sus pies, y corrió. Corrió hacia los 39, gritando:
“¡Son los 40 luchadores luchando por ti, oh Cristo, para ganar la victoria para ti y para ti la corona del vencedor!”
Jesús luchó por mí, y yo quiero luchar por Él. ¿Y usted? ¿Soy un soldado de la cruz? Sí, yo quiero serlo. Al contemplar el tenebroso Getsemaní, compartiré que hay dos cosas que este me relata: número uno, que yo debo odiar el pecado; y número dos, que yo debo amar a Jesucristo. ¡Deberíamos amar!
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