La Revelación del Sufrimiento de Jesús

La Revelación Oculta del Sufrimiento de Jesús desafiaba toda lógica humana.  ¿Cómo podría el Autor de la Vida morir en una cruz?

La Revelación Oculta del Sufrimiento de Jesús sigue desconcertando al mundo hoy. Muchos prefieren un Cristo de poder sin debilidad, de gloria sin cruz. Pero el evangelio nos confronta con una verdad inquietante: el camino a la vida pasa por la muerte; la verdadera grandeza se encuentra en la entrega. Solo cuando abrazamos esta revelación, comprendemos que la cruz no fue el fin, sino el umbral hacia la resurrección.

Lucas 18:31-34

Imaginen la escena: Jesús camina decidido hacia Jerusalén, seguido por sus discípulos. Hay un aire de expectativa, pero también de tensión. Entonces se detiene, mira a los doce a los ojos y les dice palabras que deberían haberles estremecido: “Miren, subimos a Jerusalén, y todo lo escrito por los profetas acerca del Hijo del Hombre se cumplirá”.

Pero lo que viene después no es un discurso triunfal. No habla de tronos ni de reinos terrenales. Con una calma que contrasta con la crudeza de sus palabras, describe su destino: “Seré entregado a los gentiles, burlado, insultado, escupido. Me azotarán y me matarán… pero al tercer día resucitaré”.

Y aquí viene el detalle que nos desconcierta: “Ellos no entendieron nada de esto”. ¿Cómo es posible? ¿No habían estado con Él por años? ¿No habían visto sus milagros, oído sus enseñanzas?

1. Cuando dios cumple sus promesas de manera inesperada

Jesús no dijo: “Tal vez ocurra” o “Hay un riesgo”. Dijo: “Se cumplirán todas las cosas escritas”. Cada golpe, cada burla, cada clavo, estaba ya anunciado siglos atrás:

  • El Salmo 22 describió su agonía: “Horadaron mis manos y mis pies”.
  • Isaías 53 pintó su humillación: “Despreciado y desechado entre los hombres”.
  • Zacarías 12:10 incluso profetizó: “Mirarán al que traspasaron”.

Pero los discípulos, como nosotros hoy, tenían una idea preconcebida de cómo debía actuar Dios. Esperaban un Mesías con ejército, no un Cordero llevado al matadero.

Reflexión:
Cuántas veces nos quejamos porque Dios no actúa como nosotros esperábamos, cuando en realidad está cumpliendo un plan mucho más profundo.

2. El lenguaje del amor: escupido, azotado, crucificado

Jesús no suavizó la verdad. Sus palabras eran crudas, deliberadamente gráficas, como si quisiera grabar en la mente de sus discípulos el costo real de la redención. No dijo simplemente: “Sufriré”, sino que desglosó cada humillación, cada herida, cada gesto de desprecio que pronto enfrentaría.

“Seré entregado a los gentiles” —esto era particularmente doloroso para un judío piadoso. El Mesías, el Santo de Israel, sería manejado como un criminal por manos paganas, por aquellos que ni siquiera conocían la ley de Dios.

“Escarnecido, afrentado, escupido” —la burla no fue un simple detalle secundario; fue parte esencial de su sufrimiento. El escarnio romano y judío no solo buscaba dañar su cuerpo, sino destruir su dignidad. Los soldados se burlarían de su realeza, los religiosos de su identidad, la multitud de su poder. Y el escupitajo—ese gesto visceral de desprecio—caería sobre el rostro del Creador del universo.

“Azotado, y luego matado” —la flagelación romana no era un castigo cualquiera. Los látigos con pedazos de hueso y metal desgarraban la carne hasta dejar al condenado al borde de la muerte. Y después, la cruz—el instrumento más cruel y vergonzoso de ejecución, reservado para los peores criminales.

Pero en medio de esta descripción desgarradora, hay una palabra que resuena como un trueno en medio de la tormenta: “Mas al tercer día resucitaré”. Jesús no terminó con la muerte. Terminó con la victoria. La resurrección no era un final alternativo; era la razón misma de su entrega. El sufrimiento no era el destino final, sino el camino hacia la gloria.

Ilustración:
Es como si dijera: “Me escupirán… pero ese escupitajo no tendrá la última palabra. Me clavarán en una cruz… pero esos clavos no podrán retener mi gloria”.

3. La ceguera que todos compartimos

Es fácil juzgar a los discípulos. ¿Cómo no entendieron algo que nos parece tan claro hoy? Pero su ceguera no era solo falta de atención o inteligencia. Era algo más profundo, algo que también nos afecta a nosotros.

El versículo 34 es desconcertante: “No comprendieron; esta palabra les estaba oculta”. No era falta de inteligencia. Era:

Prejuicio religioso: Esperaban un reino terrenal.

Ellos tenían sus propias expectativas de cómo debía actuar el Mesías. Esperaban un libertador político, un rey que los rescataría de Roma, no un siervo que cargaría con el pecado del mundo. Cuando Jesús hablaba de sufrimiento, sus mentes simplemente no podían procesarlo. No encajaba en su teología.

Y hay algo más: Lucas dice que “esta palabra les era encubierta”. No era solo que ellos no quisieran entender; era que, en la soberanía de Dios, el significado pleno de esas palabras aún no podía ser revelado.

Necesitaban ver la cruz, el shock de la tumba vacía. Necesitaban el Espíritu Santo para que, finalmente, todo cobrara sentido.

Miedo: Pedro ya había rechazado la idea de la cruz (Mateo 16:22).

Nosotros no somos tan diferentes. Cuántas veces Dios nos habla—a través de su Palabra, de circunstancias, de otros creyentes—y nosotros, atrapados en nuestras propias ideas preconcebidas, no logramos captar lo que Él está diciendo.

Queremos victorias inmediatas, soluciones rápidas, caminos sin dolor. Pero Dios a menudo obra de maneras que desafían nuestra lógica, que rompen nuestros esquemas, que requieren que confiemos antes de entender.

  • Queremos la corona sin la cruz.

Soberanía divina: Era necesario ver la resurreación para entender.

La fe no es la ausencia de preguntas; es la decisión de seguir incluso cuando las respuestas no están claras. Los discípulos, después de la resurrección, mirarían atrás y recordarían estas palabras con asombro. Lo que una vez les pareció incomprensible, se convertiría en el fundamento de su predicación.

  • Buscamos respuestas inmediatas, pero Dios obra en procesos.

Caminando hacia nuestra Jerusalén

Jesús no dudó. Sabía lo que le esperaba, pero “afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (Lucas 9:51).

¿Y nosotros?

  • Cuando el sufrimiento no tenga sentido, recordemos: Dios escribe recto con renglones torcidos.
  • Cuando no entendamos su plan, confiemos: Lo que está oculto ahora, un día será revelado.

Oración final:
“Señor, enséñanos a seguirte incluso cuando el camino duela, sabiendo que tras la cruz viene la resurrección. Amén.”

Sergio García