Al examinar esta parábola, aprendemos lo que sucede cuando nos alejamos del plan de Dios.
Nuestro compañerismo con Dios es afectado seriamente.
El hijo rebelde no tuvo más contacto con su padre; la relación entre ellos había dejado de ser importante para ese hijo.
Si nos extraviamos y hacemos de nosotros mismos una prioridad mayor que la del Señor, también experimentaremos una desconexión con nuestro Padre celestial.
Como cristianos, no podemos apartarnos de la senda sin cerrar primero nuestra mente y nuestro corazón a Dios.
Nuestros recursos —de tiempo, talentos y bienes— son dilapidados.
El hijo derrochó su dinero en cosas frívolas, y terminó peor que los siervos de la casa de su padre. Dios nos ha dado dones espirituales y recursos materiales para construir su reino, y su Espíritu para guiarnos. Seguir nuestros propios planes malbarata lo que Él nos ha dado.
Nuestras necesidades más grandes no son satisfechas.
Perseguir sueños que están fuera de los propósitos de Dios, conduce a la infelicidad. Solo en Cristo podemos encontrar verdadera satisfacción.
Si vivimos separados de Dios, nos vencerá el desaliento. Las malas decisiones pueden causar sentimientos de pesar para toda la vida, pero estos no tienen que dictar nuestro futuro.
El Padre celestial nos dará la bienvenida con gran gozo y amor si nos arrepentimos y nos volvemos a Él.