DIOS ME BUSCÓ A MÍ
Un día, despierto y como le pasó a Job, lo perdí todo en un solo día: la salud, el trabajo, mi esposo y a mi papá, a quien mataron por robarle. Después, mi hija se fue de la casa y yo caí en una depresión tan profunda que me llevó a considerar la posibilidad de suicidarme. Pero como estaba buscando a Dios…, o mejor dicho, Él me estaba buscando a mí, decidí adorarlo y me fui a una iglesia cristiana.
La nueva iglesia me causó un impacto muy positivo que me hizo sentir feliz. Sin embargo, mientras cantaban esas canciones tan hermosas se apoderaba de mí un inmenso llanto que a pesar de mis esfuerzos no podía controlar. Sin saberlo, porque en ese momento no lo entendía y aunque estaba triste sentía gozo y por eso lloraba, estaba ante la presencia del «mismísimo» Dios. Fue Él quien me encontró.
Durante las siguientes visitas a la iglesia veía a todos cantar, saltar, aplaudir, alzar las manos, llorar, se veían tan concentrados. Yo los miraba a todos, pero nadie me miraba a mí. Me preguntaba: ¿Qué les habrá pasado? ¿Será que ya todos solucionaron sus problemas o será que nunca tuvieron problemas?
Decidí entregarme a Dios con todo el corazón. Quería cantar, pero no sabía la letra de las canciones.
Quería llevar el ritmo con los pies, pero me daba pena saltar o bailar. Quería levantar mis manos, pero me veía ridícula. Aunque quería hacer lo que hacían los demás, siempre tenía una disculpa para no hacerlo.
Como todos tenían sus ojos cerrados, no me podían ver y por eso empecé a susurrar las canciones. Me aprendí el estribillo: «Fuego, fuego, que no se apague el fuego, porque este party nunca acaba en mi corazón… Jesús, Jesús…». Y cuando menos lo imaginaba, descubrí que había cerrado mis ojos, levantado mis manos y me había dejado llevar por el son de la música.
La banda continuó, una vez más cerré mis ojos y comencé a reflexionar acerca de lo que cantaba: «Rey de majestad, ven y llena este lugar con tu luz, con tu luz. Glorioso Salvador, te doy todo mi amor, me rindo a ti, solo a ti. Cristo es Rey por toda la eternidad. Hosanna, toda la creación te adorará». Esa canción me llevó a un llanto incontrolable y sentí que un fuerte viento me convertía en un erizo, se me pararon los pelos, pero me sentía bien.
Yo no quería que el tiempo de alabanza se acabara porque temía que al salir de la iglesia regresaran el dolor y la tristeza. Lo que experimenté esa mañana fue la presencia de Dios, lo cual volví a sentir el día que fui bautizada en el Espíritu Santo y hablé en lenguas. Allí comprendí que Dios había entrado en mí en el momento que le entregué el control de mi lengua y de mi cuerpo.
En otra ocasión, cuando las guitarras empezaron a profetizar, me vi en el cielo a los pies de Jesús, quien mostraba una expresión de gozo y un espíritu agradecido. Entonces, reconocí su grandeza, y frente a mí estaba Dios, cantando y sonriendo.
Hoy, tengo un hogar totalmente restaurado por el Señor. Mi esposo regresó a tomar su lugar como cabeza y mi hija también regresó a casa. Dios sanó mis enfermedades y aunque mi papá murió, yo creo que está en el cielo. También tenemos nuestra propia empresa, pero lo mejor de todo es que mi esposo, mis hijos y yo, estamos plantados y sirviendo a Dios en El Lugar de Su Presencia.