Salmo 84.1-12
Por supuesto, todos sabemos que Dios está en cualquier parte y que no necesitamos hacer una peregrinación a ningún lugar especial ni acudir a un edificio determinado para apelar a él.
Sin embargo, es igualmente cierto que, desde los primeros tiempos, los hombres han elevado casas dedicadas al culto y que Dios mismo así lo determinó, en precisas normas del Antiguo Testamento. ¿Qué era el templo para los autores de este salmo?
Era un lugar anhelado. El impulso por concurrir al templo era casi físico y por eso señala que aun la “carne” se entusiasmaba por ello. Nosotros, cuando llega la hora de nuestra asistencia, ¿sentimos el mismo impulso?
Era un lugar de refugio. No esperaríamos que hoy las aves hagan nido en nuestros templos. Era distinto en Jerusalén con los enormes patios.
Pero ello señala espiritualmente al alma que anda errante como un pájaro, que encuentra su reposo y su morada en aquel lugar donde siente más poderosamente la presencia de Dios.
A menudo, cuando estamos turbados, perdemos el deseo de asistir al templo. ¡Grave error! ¿No sería esa la prueba de que es el día que más tenemos necesidad de ir allí? Eso es precisamente la idea que encierran los versículos 11 y 12.
Es un lugar de oración (8). Así lo describió el mismo Cristo al expulsar a los mercaderes: “Casa de oración”.
No se trata sólo de participar en las oraciones públicas o aun de tener momentos privados de meditación, sino de que todo nuestro espíritu esté en contacto íntimo con ese Dios en cuya casa estamos.
Oración. Ayúdame, Señor, a que cuando concurra a tu casa, realmente mi corazón sea un templo del Espíritu Santo.