Pide una señal (10-12). Aunque Dios está todavía en Jerusalén, de acuerdo con la profecía, Acaz, está en profundas dificultades no sólo a causa de sus enemigos externos, sino por su propia apostasía.
Dejó que su hijo caminara a través del fuego (2 Reyes 16.3), rito pagano para asegurarse el éxito y la victoria especialmente en épocas de calamidad e inestabilidad política.
De esta manera ha pecado doblemente: ha acudido a una solución pagana y ha sacrificado a un legítimo heredero al trono. Pero aún ahora, hallándose en la situación más difícil, Acaz se oculta detrás de una máscara de religiosidad: no quiere tentar a Dios.
Su verdadero problema, sin embargo, es su falta de fe y de confianza en el Dios verdadero (7.9b)
La señal de Dios (13-14). La señal de Dios es un Hijo. En respuesta al sacrificio de Acaz del heredero legítimo al trono, Dios promete un Nuevo Hijo cuyo nombre será Emanuel, literalmente, Dios con nosotros.
Acaz fatigó a Dios con su desconfianza y ciertamente preocupó a sus compatriotas israelitas cuando sacrificó al heredero al trono (12-13). Pero el Señor en su sabiduría y misericordia promete su presencia en la forma de Emanuel para oponerse a la calamidad.
¿Quién es este Hijo? (15-16). A pesar de la acción vergonzosa de Acaz Dios le dio otro hijo para el trono, Ezequías. Mientras Acaz es conocido por su perversidad, Ezequías se presenta como un monarca temeroso de Dios.
Las acciones paganas de Acaz no destruyeron el plan total de Dios para su pueblo. Sin embargo, en el más estricto sentido de la palabra, Ezequías no llena tampoco el rol de “Emanuel”.
Solo en Jesús, el cumplimiento último de esta profecía, la humanidad ha recibido la señal de Dios: ¡Un Hijo! ¿Cuál debe ser nuestra respuesta a este Hijo que Dios nos ha dado?
Oración. Ven, Emanuel, a mi corazón y hazme una persona nueva para ti.