Efesios 3.14-21
Esta es la tercera vez que Pablo dice que ora por la comunidad cristiana a quien escribe (1.16; 3.1; y 14).
Realmente es conmovedor imaginarnos al apóstol en su prisión pensando, reflexionando, sentándose a escribir, poniéndose de pie para buscar la palabra apropiada, o para alabar a Dios, o arrodillándose… como ahora “delante del padre de nuestro Señor Jesucristo” (14,15).
¿Qué es el hombre? ¡Es el único de los seres vivientes que ora! ¿Quién es el auténtico hombre? ¿Por qué esta pregunta? Porque es posible orar a ídolos.
El auténtico hombre es el que ora al verdadero Dios, a quien reconoce como Padre de Jesucristo y de quien tiene una conciencia muy real de la presencia de éste.
En este mundo, en este universo, no estamos solos. Tenemos un Padre, quien ha dado “nombre a toda la familia” de la tierra.
El es el autor de su pueblo, que parte está en la eternidad y parte en el tiempo; parte goza de los bienes celestiales y parte sigue su lucha en este mundo. Pero todos ellos son conocidos, cuidados y conducidos por el Padre.
Pido al Padre (16-19). En una familia ¿a quién otro pueden acudir los hijos para suplir sus necesidades sino a su Padre? San Pablo tenía al Padre, nosotros, hoy, tenemos al mismo Padre, y también al Hijo. ¿Qué es lo que el apóstol solicita al Padre (19)?
¡Gloria sea a Dios! Porque él puede hacer de todo esto una realidad. Su propósito ya está cumplido en Cristo. ¡Qué todo esto sea una realidad en la iglesia!
Para pensar. “Hace mucho Nietzsche, el filósofo ateo, planteó un desafío: muéstrame que estás redimido y creeré en tu Redentor (W. Barclay).
Para orar. Por que mostremos al Padre y al Hijo de tal manera que el mundo crea en ellos.