Juan 11.1-6
En este episodio de la resurrección, objeto de nuestra meditación en estos tres días, Jesús nos revela varias facetas de su vida de singular importancia. Pensemos hoy solamente en su amor, su amistad y su autoridad.
Jesús es amor (3,5). Los que pintan a Jesús con el látigo en las manos, a menudo le hacen la vista gorda al otro lado de su persona: su amor sincero para con la gente. Notemos que el amor de Jesús es específico, no abstracto.
Amaba a Marta, a María y a Lázaro, nombres estos que nos señalan a nosotros, hombres y mujeres reales, visibles y tocables.
Jamás puede aplicarse a Jesús aquello que se dijo de un predicador: amaba a todo el mundo que no amaba a nadie en particular. Porque Jesús amaba a Lázaro se preocupó pronto de su enfermedad.
Jesús es amigo (3). Lázaro y Jesús eran amigos. Quizás fue esta su casa, la que Jesús prefería visitar cuando llegaba a la aldea de Betania.
Jesús tenía amigos con quienes compartía las experiencias de su ministerio. Y nosotros, somos amigos de Jesús en la medida en que le confiamos nuestros secretos, intenciones, anhelos. No lo somos cuando nos negamos a conversar con él y cuando le rechazamos.
Jesús tiene autoridad (4,10). Jesús se dio cuenta de que la enfermedad de su amigo tenía un propósito muy alto: hacer visible la gloria de Dios y la de él mismo.
¿Cuál es el fin que persiguen nuestras enfermedades? ¿Creemos que vienen como castigo de Dios, que las produce Satanás o que las permite el Señor para bien?
Para pensar. Jesús muestra su autoridad también al afirmar que “despertará” a Lázaro. ¿Cómo estaba tan seguro que había muerto si estaba lejos de Betania? ¿Por qué demoró tanto en venir?
Oración. Señor, “Yo quiero que tu vida esté en la de mi amigo (a), porque quiero que mi amigo (a) sea mi hermano (a) gracias a ti”.