2 Corintios 11.23-29; Gálatas 1.4; Romanos 5.8; 12.1
Un juez le dijo al autor: “Ha crecido el número de gentes adictas al uso de narcóticos; no son capaces de soportar el sufrimiento. Las personas que vienen a mi presencia no tienen religión; por lo tanto, tienen necesidad de mitigar sus dolores o sus sufrimientos con aspirinas, drogas o licor”.
Jesús tuvo poder para soportar las mofas cuando lo coronaron de espinas como rey y cuando los hombres, airados y llenos de odio, le crucificaron. Tenía poder para soportar lo que viniera. Y ese poder debe ser nuestro; debemos llevar su marca.
No debemos quejarnos o rehuir el dolor necesario. Debemos ser aptos para soportar cuanto venga y valernos de lo que sea para cumplir nuestros fines. Es nuestro deber hacer que nuestra vida sea invencible.
Debe importarnos lo que suceda a los demás. Cristo no se preocupó por lo que le sucediera a El; pero si tuvo cuidado de lo que le pasara a los demás. Estaba tan pendiente así, que el hambre de los demás la hacía suya; la prisión que sufrieran los demás era su prisión; la soledad que alguien experimentara era su propia soledad.
Estar en contacto con Cristo es adquirir el poder de sentir por los demás. Como dice Von Hügel: “Los cristianos son gentes que se preocupan por los demás. Y lo hacen sin fijarse en la raza, la clase o el color. Este mismo espíritu debe quedar impreso en nuestro ser.
Como verdaderos cristianos debemos dejar de ser egoístas e indiferentes con respecto a los problemas de los demás. No debemos buscar nuestra propia satisfacción exclusivamente. Debemos como Cristo, hacer nuestras las alegrías y las tristezas de quienes nos rodean.
El se dio por todos. La marca sobresaliente de Cristo es que no únicamente sintió por los demás, sino que se preocupó tanto por ellos, que se dio a Sí mismo para salvar a todos. La prueba definitiva es esa:
Nosotros damos dinero, ponemos nuestro interés, ofrecemos nuestras palabras, aun nuestra presencia; pero ¿nos damos a nosotros mismos? Que quede estampada en nosotros esta marca que nos distingue como cristianos. Démonos nosotros mismos a todos, sin fijarnos en la raza, clase o color de quienes nos necesitan.
Oh Cristo mío, aguardo que imprimas en mi ser Tu marca, no lo que me dé tal o cual cualidad tuya, sino aquella que me dé Tu espíritu entero. Entra en mi sangre, en mi mente, en mi conciencia, en mí ser. Tengo sed de Ti. Si Tú me tocas estaré listo para servir a todos. No quiero estar contento hasta que alcance Tu semejanza. Amén.
Tomado del libro: Vida en abundancia