La Última Cena y la Comunión
Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados. Mateo 26.27–28
En la Última Cena, Cristo estaba estableciendo ya en sus mentes el significado teológico de su muerte. Quería que ellos entendieran cuando lo vieran sangrando y muriendo a manos de los verdugos romanos que Él no era una víctima desventurada de los impíos, sino que estaba soberanamente cumpliendo su papel como el Cordero de Dios, el gran Cordero de la Pascua, que quita el pecado.
Y en la institución de la ordenanza como un recuerdo de su muerte, hizo que la copa de la comunión fuera un recordatorio perpetuo de esta verdad para todos los creyentes de todos los tiempos. No se trataba de imputar alguna propiedad mágica transubstancionada al líquido rojo (como la teología católica romana enseña), sino significando y simbolizando su muerte expiatoria.
Así como la última Pascua llegaba a su fin, una nueva ordenanza fue instituida por la Iglesia. Jesús dijo a los discípulos que esta sería la última copa que bebería con ellos hasta que Él la bebiera de nuevo en el reino del Padre (Mateo 26.29). Al decir eso, Él no solo destacó lo inminente de su partida, sino que también les aseguró su regreso. Por implicación también les aseguró que todos ellos estarían juntos con Él en ese reino glorioso.
Ellos no pudieron entender el significado pleno de sus palabras esa noche. Solo después de su muerte y resurrección la mayor parte de estas verdades quedaron claras para ellos. Sin duda, sintieron que algo importante estaba ocurriendo, pero habría sido una pérdida explicarlo esa noche.