No hace demasiado tiempo, el mundo se conmovió cuando un alienado entró a la basílica de San Pedro en Roma y atacó a martillazos a una de las obras cumbres de la escultura universal, La Piedad de Miguel Ángel.
Al margen de cualquier concepto doctrinario, el profundo mensaje de esa obra de arte conmueve a todo espíritu sensible.
No sabemos por qué la palabra “Piedad” ha sido escogida para describir ese momento de la historia de Cristo Jesús, ni por qué tantos pintores han querido reflejar su interpretación del instante inmediatamente anterior, es decir, “el descendimiento de la cruz”.
Cristo no necesita de nuestra piedad. Otras cosas hubo aparte de piedad en los corazones de José y Nicodemo.
Reconocimiento. Sólo ante la muerte del Maestro, el discípulo secreto de Arimatea lo reconoció como su Señor, al menos en público. Acaso sólo en ese momento comprendió quién era él y resolvió seguirlo.
Amor. ¿No es verdad que hay un tono de delicada ternura en todo el relato? Si en su resurrección, él despierta nuestro asombro y adoración, en su muerte debe despertar nuestro amor y emoción.
Servicio. Lo hicieron todo cuidadosamente, con lienzos y especias. El trabajo alrededor de la muerte no es feliz, pero es necesario. En aquella hora, era lo único que podían hacer por Cristo y lo hicieron. ¿Acaso nosotros dejaríamos ese honor a otros?
Ofrenda. El perfume aportado por Nicodemo (39), como treinta kilos de especias aromáticas y algo más, significaba una fortuna.
El mismo Cristo que fuera honrado en vida por María pocos días antes, con la unción del perfume, era honrado una vez más de esa manera.
Oración: Señor, aun ante tu tumba, los hombres y mujeres pudieron demostrar que tu mensaje les había llegado. Demuéstralo a tu pueblo en estos días difíciles.