Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante” (1 Corintios 15:45).
Cuando Dios creó a Adán, le dio un ADN puro, sin contaminación, que ubicaba al hombre en un linaje superior a cualquier otra criatura del universo. Dios mismo dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26a).
El código genético de Adán provenía directamente del Dios trino, Él lo elevó a Su mismo nivel de autoridad y llegó el hombre a ser superior a cualquier otra criatura, por sus venas corría la sangre del linaje real.
Sin embargo, cuando Adán pecó, su código genético radicalmente fue alterado. Adán perdió su pureza, su santidad y todos los privilegios que tenía como hijo de Dios.
Su pecado fue una forma de suicidio, pues mató su naturaleza espiritual, y como todos descendemos de Adán, la marca de la maldición nos tocó. Para salvarnos se requería de un milagro.
El Apóstol Pablo dijo: “Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante” (1 Corintios 15:45). Para que la redención se pudiera llevar a cabo, se requería que Jesús, como hijo de Dios, viniera para revertir la maldición de Adán.
Razón por la cual fue concebido, no por hombre, sino directamente por el Espíritu de Dios que hizo sombra sobre el vientre de la virgen María. Jesús vino como la única oportunidad de redención para aquellos que creyeran en Él.
Jesús tenía un nuevo código genético, por Sus venas corría sangre de linaje real; Él sabía que nacía para reinar, aunque también comprendió que antes de que esto sucediera debía ofrendar Su vida por la redención del mundo.
El primer Adán fue un hombre terrenal, el último Adán vino del cielo; el primer Adán nos dio la imagen del pecado; el último Adán nos trajo la gloria del Dios Celestial. El primer Adán jamás podrá entrar al cielo; el último Adán, por medio de Su propia sangre, entró al lugar santísimo en el reino celestial.
Recibir a Jesús en nuestro corazón como nuestro salvador, es recibir un nuevo código sanguíneo y esto será como la “visa” que nos permitirá entrar en el reino de los cielos. Recuerde lo que Jesús dijo: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36).
ALGO EN QUÉ PENSAR
Después de veintiún años de ser cristiana viví una experiencia que se convirtió en mi quebrantamiento: la derrota electoral al Senado de mi Nación en 1994. Una vivencia dolorosa, pero que me condujo a comprender literalmente lo que dice la Biblia acerca de “... si el grano de trigo no cae en tierra y muere, se queda solo. Pero si muere, produce mucho fruto” (Juan 12:24).
Aparentemente venía llevando una vida exitosa: esposa del pastor de una de las iglesias más grandes de Colombia, un hogar hermoso con hijas maravillosas, senadora de la República, y sin problemas financieros, etc.
Mas no había pasado por el quebrantamiento. Me dispuse a volver al Congreso, y en las encuestas electorales de 1994 aparecía como segura ganadora, con toda la potencialidad para ocupar los primeros lugares; no obstante, para sorpresa de todos y mi decepción personal, perdí faltándome solo cien votos para conservar la curul. Creo que fue esa la primera vez en la vida que me sentí frustrada, derrotada.
Al pensar en el quebrantamiento de Jacob que duró solo una noche en la que se mantuvo peleando con un ángel hasta que logró su bendición; con relación al mío, que se prolongó por casi un año, durante el cual experimenté el trato divino.
Pasaba días enteros en mi cuarto de oración, instantes depresivos en los que veía a mis enemigos espirituales burlándose de mi situación y cómo esto me molestaba; a través de la lectura de la Biblia Dios me daba a entender que tenía un ego muy grande, y eso tenía que morir.
No tenía deseos de hablar con nadie, excepto con César, aunque no le compartía lo que sentía internamente, porque en el quebrantamiento se está solo con el Señor. Me arrepentí, reconocí que había estado viviendo en el plano natural y no en el espiritual, que sin Dios era nada, que no tenía fuerzas sin Él.
Durante todo este tiempo escuché la voz de Dios. Diciéndome: “¡Hija, te he traído a esta tierra porque desde ahora escucharás Mi voz. Todo lo que has vivido hasta hoy ha sido simple preparación. De aquí en adelante comienza tu ministerio!; En otras palabras, Él cambió mi ADN”. (Claudia de Castellanos).
ORACIÓN
Padre, Te ruego que ilumines mi entendimiento para comprender que la victoria que he estado anhelando en cada área de mi vida es posible, sé que en Jesús me has dado la vida, y disfruto de un nuevo código sanguíneo. Ayúdame a cuidar mi salvación como el tesoro más preciado. Amén
DECLARACIÓN
“Soy fruto del amor de Jesús, Su gracia me alcanzó, su vida Él me dio y una nueva criatura yo soy”.