Satanás (del hebreo, satan, que significa enemigo, adversario).
Acusador del pueblo escogido y enemigo de Dios por excelencia. Genéricamente, puede aplicarse a todo opositor ante un tribunal (Salmos 71:13; 109:6; 1 Samuel 29:4), pero como nombre propio se refiere al → diablo.
Según el monoteísmo riguroso de la Biblia, este ser sobrehumano fue creado por Dios y está sujeto a su voluntad soberana. Satanás, por ejemplo, aparece como uno de los «hijos de Dios» que rinden informes ante el trono, y necesita el permiso divino para tocar al piadoso Job (Job 1:6–2:7, cf. Lucas 22:31).
En Zacarías 3:1ss no se había desarrollado todavía el concepto pleno de Satanás como un ser maligno, pero en 1 Crónicas 21:1 (cf. // 2 Samuel 24:1), donde el sujeto es «Jehová» (→ demonios), es evidente la hostilidad implacable de Satanás. Asimismo, aparentemente Jehová manda un espíritu mentiroso como instrumento de su voluntad (1 Reyes 22:19ss) que, sin embargo, pertenece al «ejército del cielo».
La noción del acusador no aparece con frecuencia en el Antiguo Testamento; pero, ya sea que aparezca como abogado acusador o como principio demoníaco y destructivo, siempre está dentro del plan redentor.
En el período intertestamentario varios conceptos originalmente independientes fueron combinados con la noción de Satanás: el ángel de la muerte, el principio del mal, la tentación interna del hombre, → Azazel, el capitán de los demonios, etc.
Se le identifica con la → serpiente de Génesis 3:1ss (cf. Apocalipsis 12:9) y por consiguiente como fuente de la muerte (Sabiduría 2.24). Se le llama → Belial, → Baal-zebub y Sammael. Es esencial recordar que en estos desarrollos Satanás sigue como una figura celestial, ya que una «caída del cielo» haría imposible su obra acusadora.
Su identificación como príncipe de los → ángeles caídos aparece muy tarde y no influye en el Nuevo Testamento, ya que Lucas 10:18 describe una visión profética del Señor Jesús, y los otros pasajes aducidos (Isaías 14:12–17; Ezequiel 28:11–19; Judas 6; Ap passim) son también de tinte apocalíptico y describen el triunfo final de Dios.
Los rabinos asimismo daban poca importancia a Satanás. Solían asociarlo con el impulso maligno interno del hombre y lo llamaban el tentador (cf. Mateo 4:3; 1 Tesalonicenses 3:5).
Dos ideas sobresalen en el Nuevo Testamento: la antítesis absoluta entre Dios y Satanás y la victoria del Reino de Dios sobre él. Satanás es el príncipe o dios de este mundo que dispone de sus reinos (Juan 12:31; 2 Corintios 4:4; Lucas 4:6) y mantiene dominio sobre la mayoría de sus habitantes (Mateo 6:13). «Guárdanos del maligno»; Hechos 26:18; Colosenses 1:13).
Es el fuerte que, armado, vigila sus bienes (Marcos 3:27). El hombre no puede, sin la gracia divina, escapar de su esclavitud. Por tanto, con el consentimiento humano, la hegemonía de Satanás produce un → mundo cuyas obras son malas (1 Juan 3:8; 2:15, 16), y Satanás mismo es padre de todo lo funesto (Hechos 13:10; Juan 6:70; 8:44).
Desde el nacimiento de Cristo, Satanás hizo todo lo posible por destruirlo y estorbarle en su ministerio (Mateo 2:16; cf. Apocalipsis 12:3, 4). La tentación en el desierto (Mateo 4; Lucas 4) fue una tentativa satánica de arruinar el ministerio de Cristo.
El hecho de que, después de la tentación, Satanás «se apartó de él por un tiempo» (Lucas 4:13) significa que volvió a tentarle en otras ocasiones (cf. Hebreos 2:18; 4:15). Cristo vino precisamente «para deshacer las obras del diablo» (1 Juan 3:8; Hebreos 2:14), y por eso Satanás se opone a toda su obra.
Cuando Pedro protestó por la idea de la muerte de Cristo, este le dijo: «¡Quítate de delante de mí, Satanás! Me eres tropiezo» (Mateo 16:23). La traición de Judas fue instigada por Satanás (Lucas 22:3; Juan 13:2, 27).
La destrucción que Satanás ha efectuado abarca procesos nefastos de toda índole (Marcos 3:23ss; Lucas 13:11, 16; 1 Corintios 5:5; 2 Corintios 12:7; 1 Timoteo 1:20) que a menudo son efectuados por sus súbditos, los demonios.
En este sentido Satanás tiene «el imperio de la muerte» (Hebreos 2:14 HA). Tras el paganismo están los demonios y, en fin de cuentas, su capitán (Hechos 13:10; 1 Corintios 10:20). Satanás no deja jamás de ser el acusador (Apocalipsis 12:10).
Contra este reino satánico, Cristo alza el estandarte de Dios. Él ha atado al fuerte y saqueado sus bienes; por Él el adversario es echado del cielo (Apocalipsis 12:10–13; Juan 12:31; Lucas 10:18). Aun así, a Satanás le queda algo de tiempo en la tierra (Apocalipsis 12:12).
En los primeros días de la iglesia, Satanás aparece como protagonista hostil (Hechos 5:3; Romanos 16:20; 1 Corintios 7:5; 2 Corintios 2:11, etc.) que arrebata la semilla del evangelio (Marcos 4:15) y siembra otra que es espuria (Mateo 13:25).
Aunque los cristianos son salvaguardados de Satanás (2 Tesalonicenses 3:3) y le han vencido (1 Juan 2:13), se les exhorta a combatirle con todas sus fuerzas (Efesios 6:10ss).
En los últimos días, Satanás llama al → anticristo y al falso profeta para que estos le sirvan (Apocalipsis 13:2, 11; 2 Tesalonicenses 2:9s). Su éxito inicial es evidente, pero la → segunda venida de Cristo resulta en la derrota del triunvirato satánico, y Satanás es echado en cadenas al → abismo.
Después del → milenio, queda suelto brevemente, pero de nuevo Dios lo derrota y finalmente lo arroja al tormento eterno en el lago de fuego (Apocalipsis 20:1–10).