¿A dónde voy?

¿A dónde voy? En esta anécdota Chesterton, en su despiste, revela una inquietud profunda: la importancia de tener claro nuestro rumbo.

Cuentan de Chesterton que era muy despistado. En una ocasión, viajando en tren, el revisor le pidió el billete.

Él empezó a buscarlo por todos los bolsillos y no lo encontraba. Se iba poniendo cada vez más nervioso.

Entonces el revisor le dijo: “Tranquilo, no se inquiete, que no le haré pagar otro billete”. “No es pagar lo que me inquieta –repuso Chesterton– lo que me preocupa es que he olvidado a dónde voy“.

A veces, nos angustiamos por detalles superficiales (como perder el billete), pero lo esencial es recordar nuestro destino, nuestro propósito.

La vida no se trata solo de cumplir formalidades, sino de saber hacia dónde avanzamos. Perdernos en lo accesorio puede distraernos de lo fundamental: la dirección que da sentido al camino. Como Chesterton, debemos preguntarnos: ¿A dónde voy? antes de agobiarnos por lo secundario.

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