Este impactante relato de Élie Wiesel, extraído de su obra La Noche, describe un momento de extrema crueldad en un campo de concentración durante el Holocausto.
La escena, cargada de dolor y desesperación, plantea una profunda reflexión sobre la presencia de Dios en medio del sufrimiento humano. A través de la mirada de un testigo, se cuestiona la justicia divina ante la barbarie, culminando en una respuesta desgarradora que redefine la fe en los momentos más oscuros.
¿Dónde está el buen Dios?
“Los SS parecían más preocupados, más inquietos que de costumbre. Colgar a un chaval delante de miles de espectadores no era un asunto sin importancia. El jefe del campo leyó el veredicto. Todas las miradas estaban puestas sobre el niño. Estaba lívido, casi tranquilo, mordisqueándose los labios. La sombra de la horca le recubría.
El jefe del campo se negó en esta ocasión a hacer de verdugo. Le sustituyeron tres SS.
Los tres condenados subieron a la vez a sus sillas. Los tres cuellos fueron introducidos al mismo tiempo en los nudos corredizos.
-¡Viva la libertad! -gritaron los dos adultos.
El pequeño se cayó.
-¿Dónde está el buen Dios, dónde? -preguntó alguien detrás de mí.
A una señal del jefe del campo, las tres sillas cayeron. Un silencio absoluto descendió sobre todo el campo. El sol se ponía en el horizonte.
-¡Descubríos! -rugió el jefe del campo.
Su voz sonó ronca. Nosotros llorábamos.
-¡Cubríos!
Después comenzó el desfile. Los dos adultos habían dejado de vivir. Su lengua pendía, hinchada, azulada. Pero la tercera cuerda no estaba inmóvil; de tan ligero que era, el niño seguía vivo…
Permaneció así más de media hora, luchando entre la vida y la muerte, agonizando bajo nuestra mirada. Y tuvimos que mirarle a la cara. Cuando pasé frente a él seguía todavía vivo. Su lengua seguía roja, y su mirada no se había extinguido.
Escuché al mismo hombre detrás de mí:
-¿Dónde está Dios?
Y en mi interior escuché una voz que respondía:
‘¿Dónde está? Pues aquí, aquí colgado, en esta horca…’”
(Élie Wiesel, La Nuit, pp.103-105).
Moraleja:
En los momentos más oscuros de la humanidad, cuando la injusticia y el sufrimiento parecen triunfar, la presencia de Dios no se encuentra en la indiferencia, sino en la solidaridad con el que sufre. La fe no siempre ofrece respuestas fáciles, pero puede revelarse en la resistencia, la compasión y la lucha por la dignidad, incluso frente a la muerte.