El Milagro de la Cruz

El milagro de la cruz libera a Cristiano de su carga aplastante

El milagro de la cruz no solo transforma a Cristiano, sino que también refleja la gracia que espera a todo peregrino. Al recibir el perdón, es vestido con nuevas ropas y sellado con la promesa de la vida eterna, mostrando que la salvación es un regalo de amor inmerecido.

El alivio de la carga

“Hasta aquí llegué cargado con mi pecado,
No podía lograr aliviar la aflicción en que yo estaba,
Hasta que llegué aquí. ¡Qué lugar es este!
¿Debe estar aquí el principio de mi bendición?
¿Debe aquí caer la carga de mi espalda?
¿Tienen aquí que soltarse las cuerdas que me atan?
¡Bendita cruz! ¡Bendito sepulcro! ¡Bendito, más bien, sea
el Hombre que fue puesto allí en vergüenza por mí!”

La carga del pecado

Con los hombros hundidos, el hombre avanza penosamente por la vida, esforzándose con cada paso para llevar la gran carga a su espalda. Ha sido su compañera noche y día. Ni un solo instante ha conocido alivio de su implacable peso.

El hombre se llama Cristiano, el personaje central de la clásica alegoría de Juan Bunyan, El progreso del peregrino. En una conmovedora escena del libro, Cristiano halla el camino a la salvación. A tropezones sube la colina hasta que llega a la cumbre. Allí ve una cruz de madera y, justo debajo, un sepulcro vacío.

El milagro de la cruz

Al acercarse a la cruz, sucede un milagro. Las correas que ataban el gigantesco peso a sus hombros se aflojan, y la carga cae a la boca del sepulcro que espera, para nunca volver a verla.

Un delicioso sentimiento de ligereza corre por el cuerpo de Cristiano, y lágrimas gozosas de alivio corren por su cara. Tres Seres Brillantes entonces se acercan a él:

  1. El primero anuncia: “Tus pecados te son perdonados”.
  2. El segundo le quita sus harapos y lo viste con ropa espléndida.
  3. El tercero le entrega un rollo sellado, que debe presentar a la entrada de la Ciudad Celestial.

La redención dramatizada

En esta breve escena, Bunyan ha dramatizado con elocuencia el mensaje de que todos somos peregrinos, doblegados por una carga aplastante de pecado. Cuando llegamos a tropezones a la cruz, Dios nos quita nuestra carga, sepultándola para siempre en la propia tumba de Cristo.

Juan Bunyan, El progreso del peregrino

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