El teólogo Karl Barth ilustra, con la historia de algunos soldados japoneses que fueron encontrados muchos años después de la victoria de los aliados sobre el Japón en la Segunda Guerra Mundial, lo difícil que resulta aceptar buenas nuevas de la salvación.
Separados de su regimiento durante la invasión de las fuerzas aliadas, se escondieron en la jungla. Pensando que todavía estaban en guerra, abrían fuego contra cualquiera que se acercara a su escondite.
Por varios años habían vivido temiendo a sus enemigos, y sufriendo de soledad por la separación de sus familiares. Atentos sólo a sus necesidades primordiales, desconocían los acontecimientos mundiales.
Cuando finalmente fueron encontrados y se les dijo que la guerra había terminado, rehusaron creerlo. Sospechaban que había una trampa en lo que se les decía para lograr su rendición. ¡Ellos no saldrían de su escondite para ir a la prisión!
La noticia que podría haber aliviado sus tensiones, la nueva de que no necesitaban temer y de que podían regresar a sus hogares para reunirse con sus familiares bajo una completa amnistía, era demasiado buena para ser verdad. Casi imposible de creer.
Los soldados no habían hecho nada para ganar el perdón. No habían elevado ninguna petición formal. Sin embargo, varios años antes el conflicto había terminado.
En cierto sentido, aunque lo desconocían, estaban en condiciones de ser aceptados. Todo lo que tenían que hacer era salir de la jungla, aceptar el ofrecimiento de amnistía y retornar a sus hogares y familiares.