Cosas Extrañas en el Camino de Dios. Bosquejos Bíbiblicos Para predicar Lucas 5:17-26
«Hoy hemos visto cosas increíbles», fue lo dicho por algunos de los que fueron testigos oculares de la curación y perdón de este pobre pecador paralítico. El cristianismo será siempre una «cosa increíble» para un mundo asombrado e impío.
El poder salvador y sanador de Cristo nunca dejará de suscitar el asombro en las mentes de los hombres. EL mismo Cristo es para muchos el problema más conducente a la perplejidad de todos. El misterio de la obra divina en el alma del hombre es el misterio de la encarnación.
Es tan fácil para Cristo crear un mundo como perdonar un pecador. Cada una de estas cosas es igualmente extraña. Pero ¿cuáles eran algunas de las «cosas increíbles», o, según se traduce en otras versiones, «maravillas», que habían visto? Habían visto
I. A un hombre sin letras enseñando. Los que le oyeron en la sinagoga dijeron: «¿De dónde a éste esa sabiduría?». (Mt. 13:54). Mientras enseñaba en el Templo, los judíos se asombraban diciendo:
«¿Cómo sabe éste letras, sin haber estudiado?» (Jn. 7:15). Aquí lo tenemos enseñando en presencia de los «doctores de la ley». Cristo, que es la sabiduría de Dios, dijo de Sí mismo: «Yo soy de arriba, vosotros sois de abajo». Una persona puede ser «letrada» y «erudita», y estar sin embargo ciega a la sabiduría que viene de arriba mediante el colirio del Espíritu Santo (Ap. 3:18). Ser enseñados de Dios es la heredad de cada alma que ha nacido de arriba.
II. A un hombre enfermo descolgado a través de un tejado. Los que realmente creen en Jesús pondrán de uno u otro modo sus cargas a sus pies, como los cuatro hombres trajeron al incapaz paralítico. Todo lo que nos significa una carga debería llevar a la rotura y derribo de todo lo que se interponga entre nosotros y Jesús.
Lo cierto es que este destrozo del tejado parecerá innecesario a los que no estén directamente interesados en ello, sin carga de dolor, ni peticiones apremiantes en favor de una vida perdida. Si no tenemos cargas propias, que la necesidad de otros nos lleve a su presencia.
III. A un hombre perdonando pecados. «Dijo: Hombre, tus pecados te quedan perdonados» (v. 20). ¿Qué? ¡Un hombre perdonando PECADOS! «¿Quién puede perdonar pecados, sino solo Dios?» Ésta es una cosa maravillosa. Sí, lo es.
¿Acaso no había dicho JEHOVÁ: «Yo, Yo soy el que borro tus rebeliones por amor de Mí mismo, y no me acordaré de tus pecados»? (Is. 43:25). ¿Quién es éste que también perdona los pecados? Que respondan los que niegan su divinidad. El Hombre Cristo Jesús perdonando pecados es la coronación de la gracia incomparable de Dios, y será una de aquellas «maravillas» de la que nos asombraremos por toda la eternidad.
IV. A un hombre recibiendo el perdón por medio de la fe. «Al ver la fe de ellos, dijo» (v. 20). La fe de los cuatro hombres que lo llevaban, así como la fe del hombre ansioso yaciendo paralítico en la camilla.
Para los pretenciosos escribas y fariseos era desde luego algo asombroso que un hombre recibiera el perdón de todos sus pecados por creer en Jesús. Por las obras de la ley nadie se justificará delante de Dios (Ro. 3:28).
Es de fe para que pueda ser de gracia. Él vio la fe de ellos. La mirada de Jesús es siempre rápida en discernir la confianza del corazón, y su mano es igual de rápida para ayudar.
V. A un hombre que podía leer los pensamientos de ellos. «Al percatarse Jesús de lo que ellos estaban pensando» (v. 22). Mientras ellos razonaban en sus corazones el Señor les estaba leyendo los pensamientos. «Todas las cosas están desnudas y descubiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta» (He. 4:13). Así dice el Señor: «Sé muy bien lo que pensáis» (Ez. 11:5).
En el taller de la mente humana hay muchas armas forjadas en secreto en contra del pueblo y de los propósitos de Dios, pero no prosperarán, porque nuestro Señor y Dueño percibe sus pensamientos. «No os engañéis, Dios no puede ser burlado.»
VI. A un hombre perfectamente sanado en el acto. «E inmediatamente se levantó a la vista de ellos, tomó la camilla en que estaba acostado, y se fue a su casa, glorificando a Dios» (v. 25). Ésta fue otra de las «maravillas» que se habían visto aquel día, Esto no es a la manera de los hombres, sino muy a la manera de Dios.
Su obra es perfecta. Nadie podría jamás añadir un toque final a la obra salvadora de Cristo. La obra de sanar y de perdonar fue efectuada de manera repentina y plena. Fue una obra tan bendita la efectuada en él que pudo levantarse e irse a su propia casa glorificando a Dios.
Bien salvo es el hombre que puede glorificar a Dios en su propia casa. El principal fin del hombre es glorificar a Dios, pero mientras no esté sanado y perdonado por la gracia de nuestro Señor Jesucristo este fin principal está perdido.
VII. A los escribas y fariseos llenos de temor. «El estupor se apoderó de todos, y llenos de temor decían: Hoy hemos visto cosas increíbles» (v. 26). Cuando los sabios según el mundo y los que están rellenos de soberbia religiosa confiesan su estupor y temor ante los dichos y actos de Jesucristo, ello es en sí mismo algo «maravilloso».
¿Por qué debería llenar de temor a las personas religiosas la exhibición de la misericordia soberana? ¿Qué tiene que objetar a ella el sabio del mundo? Las almas autosatisfechas nunca pueden recibir la gracia salvadora de Dios. Los que están sanos no necesitan de médico. «No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a arrepentimiento.
Es posible ver estas «maravillas» obradas en otros, y quedar por un tiempo a la vez asombrado y atemorizado, pero nunca aprovechar personalmente el poder sanador del Redentor (Sal. 103:1-5). «El que no cree no verá la vida.»