EL EQUIPAMIENTO DEL CREYENTE. Bosquejos Biblicos para Predicar Juan 16
El Señor está aquí advirtiendo a sus discípulos que tenían ante ellos tiempos de prueba y de sufrimiento. «Estas cosas os he hablado, … para que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho» (vv. 1-4). Pero no los dejó con «la tristeza [que había] llenado [su] corazón» sin darles muchas promesas alentadoras, que podemos considerar como el equipamiento para la obra de su vida. Les dio:
I. La promesa de un Consolador. «Si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me voy, os lo enviaré» (v. 7). En el original griego, el pronombre empleado no es el neutro, sino el masculino personal. Cristo jamás deshonra al Espíritu Santo refiriéndose a Él como una agencia impersonal.
Como compañía, el Espíritu Santo será para ellos todo lo que Cristo había sido. Esto fue abundantemente demostrado después de Pentecostés. Esto es lo que el Espíritu puede ser para nosotros en nuestros tiempos de sufrimiento por su Nombre. Su Presencia invisible está aquí tan verdaderamente como que no está la Presencia visible de Cristo.
II. La promesa de guía y enseñanza. «Él os guiará a toda la verdad, … y os hará saber las cosas que habrán de venir» (vv. 13, 14). Juan dice que no necesitáis que nadie os enseñe, porque la unción os enseña todas las cosas (1 Jn. 2:20-27). Éste es el Espíritu que todo lo escudriña (1 Co. 2:9, 10). ¿Por qué no deberíamos esperar que el Espíritu Santo haga su obra en nosotros con tanta eficacia como Cristo ha hecho su obra por nosotros? No contristéis el Espíritu rehusando su enseñanza acerca de estas «cosas que habrán de venir».
III. La promesa de su regreso. «También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón» (v. 22). Esto se cumplió literalmente cuando Él resucitó de los muertos. «Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor». Pero, ¿no hay un cumplimiento más amplio que espera a sus sufrientes y entristecidos discípulos en estos últimos días? Tenemos su promesa: «Vendré otra vez, y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis»
(Jn. 14:3).
IV. La promesa de la respuesta a la oración. «Todo cuanto pidáis al Padre en mi nombre, os lo dará; … pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo esté completo» (vv. 23, 24). Así que, hermanos, teniendo tales grandes y seguras promesas, entremos confiadamente en el Lugar Santo por la sangre de Jesucristo, y presentemos confiados nuestras peticiones (He. 10:19). «Abre tu boca, y yo la llenaré» (Sal. 81:10).
V. La promesa de la intercesión de Cristo. «No os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os ama». La intercesión de Cristo por los suyos no es ante un Dios que tiene que ser aplacado con respecto a ellos: ¡Qué acción de gracias y confianza debería traer esto a nuestros corazones, que Cristo está rogando por nosotros ante el Padre que nos ama! ¿Qué pues, en el cielo, en la tierra o en el infierno puede estorbar que se cumpla en nosotros su voluntad? Sólo nuestra propia incredulidad.
VI. La promesa de paz. «Estas cosas os he hablado para que tengáis paz en mí» (v. 33). Él ha hecho la paz mediante la Sangre de su Cruz. Él ha hablado paz mediante el poder de su resurrección. Esta paz no es de nosotros mismos, ni resultado de nada que podamos hacer.
No está condicionada por nuestras circunstancias. No está afectada por nuestros desengaños ni tribulaciones. El mundo ni la puede dar ni la puede quitar. Está en Él mismo, y en todo lo que Él es para con su propio pueblo. Es tan real como permanente, y tan eterna como Él mismo lo es. «En mí tendréis paz».
VII. La promesa de la victoria. «En el mundo tendréis aflicción; pero tened ánimo, yo he vencido al mundo» (v. 33). «Y en verdad todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, padecerán persecución » (2 Ti. 3:12). Pero persecución, burla, o muerte no significan derrota, porque de su tribulación saldrán con ropas lavadas (Ap. 7:14).
Nada puede separarnos del amor de Cristo, y allí donde está su amor, allí está asimismo su poder, para hacernos más que vencedores» (Ro. 8:35-37). Los poderes de este mundo son impotentes cuando aquel «Mayor es el que está en vosotros» está con nosotros (1 Jn. 4:4). Cristo ya ha vencido al mundo, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. A Dios sean dadas las gracias, que en Cristo siempre encabeza nuestras procesiones triunfales (2 Co. 2:14).