El Nacimiento de Sansón. Bosquejos Bíblicos Para Predicar Jueces 13:1-25
Por mí escoge Tú, Señor. ¡A mí no me hagas escoger! No sé que pedir o rechazar; Tú la pobreza conoces, y las riquezas también, De la enfermedad la palidez, la confianza de la salud; Escoge por mí, Señor, que no sé yo qué es mejor, Tú muy justo eres para mal hacer: en Ti reposo yo.
Cuando confiamos en el Señor para que Él escoja nuestra herencia diaria para nosotros (Sal. 47:4), podemos estar seguros de que tendremos una hermosa porción. Los dones de Dios son todos divinos, dignos de Él.
El Señor se apareció a la mujer de Manoa, y le prometió un hijo (v. 3). Con toda sencillez ella creyó el mensaje, y esperó que por cuanto Él había prometido, Él podría cumplir. Sobre la base de su Palabra podemos esperar confiados lo que humanamente hablando es perfectamente imposible (Mr. 10:27). El nacimiento de Sansón nos sugiere una ilustración del nuevo nacimiento de un alma.
I. Él fue un don de Dios (v. 3). Lo que ellos no podían hacer por la debilidad de la carne lo llevó a cabo Dios en su gracia. De la nueva naturaleza se dice: No engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios (Jn. 1:13). Cada alma regenerada es don de Dios para un mundo tenebroso y desolado, otra luz en su tiniebla, otro testigo para Dios.
II. Nació libre de defectos hereditarios. La madre fue solemnemente exhortada: «No bebas vino ni licor, ni comas cosa inmunda» (v. 4). El cuerpo físico, como templo de este espíritu dado por Dios, tiene que ser puro y digno de Él. Los que quieren entrar en la labor de parto de almas tienen que cuidar su forma de vivir, y no tocar lo inmundo.
Este es el aspecto humano; hay otro: «Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es». El alma que ha nacido de lo alto, nacida de Dios, no puede poseer ninguna tacha hereditaria. Los tales han sido hechos partícipes de la naturaleza divina (2 P. 1:4). «Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en Él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios» (1 Jn. 3:9).
III. Su nacimiento estuvo conectado con un sacrificio y una maravilla. Manoa tomó una ofrenda sobre una peña; y el ángel hizo un milagro, el Angel de Jehová subió en la llama del altar (vv. 19, 20).
Observemos estas tres cosas: 1) La ofrenda; 2) la maravilla; 3) la ascensión por la llama del altar. ¡Cuán sugerente es esto todo de la muerte y resurrección y ascensión de Jesucristo nuestro Señor, en virtud de lo que nace cada hijo de Dios.
Su ofrenda sobre la cruz, el milagro de su poder y gloria en su resurrección, su ascensión al cielo, con las marcas de la cruz en sus manos y en sus pies, ya que estuvieron «en la llama del altar». Manoa y Su mujer se postraron en tierra» (v. 20). Y bien podemos nosotros hacer lo mismo delante de este maravilloso espectáculo (Ez. 1:28).
IV. Fue apartado para Dios. «El niño será nazareno a Dios» (v. 5). Su separación no fue por voto, sino por nacimiento (Nm. 6:5). Si hemos «nacido de Dios», creados de nuevo en Cristo Jesús, de cierto que ello es suficiente en sí mismo para enseñarnos que deberíamos ser separados en nuestras vidas de un mundo de pecado e iniquidad. La separación tiene dos aspectos:
1) Somos separados por la voluntad de Dios, según su propósito con nosotros (Lv. 20:24).
2) Debemos separarnos mediante nuestro propia y determinada acción, una elección deliberada y continua de la voluntad de Dios con respecto a nosotros (2 Co. 6:17). Cuando se separa lo precioso de lo vil, entonces el testimonio será como la misma boca de Dios (Jer. 15:19). Fue después que Abraham se apartara del mundano Lot que Dios acudió con su promesa (Gn. 13; 14).
V. Fue bendecido por el Señor. «Y el niño creció, y Jehová lo bendijo» (v. 24). Se le dio el nombre de Sansón: soleado. Como el sol. La vida separada es una vida bendita, soleada con el resplandor de su presencia. ¿Y no necesitamos nosotros esto si queremos crecer como nuestro Salvador, «en gracia ante Dios y ante los hombres»? (Lc. 2:52).
Muchas de las acciones y dichos de Sansón revelan un espíritu casi juguetón que parecen indicar lo luminoso de su actitud. Una vida soleada es una vida poderosa. «El gozo del Señor es vuestra fortaleza.» La vida separada debe ser una vida soleada. Así fue la vida de nuestro bendito Señor y Salvador: separado, y resplandeciente.
Aunque su rostro fue desfigurado, la luz de su vida no se vio amortiguada. La bendición del Señor enriquece. Hizo a Sansón rico en regocijo y fortaleza, y según He. 11:32 fue mediante la fe que se revistió de poder. «Según vuestra fe os sea hecho».
VI. Fue movido por el Espíritu. «El Espíritu de Jehová comenzó a manifestarse en él» (v. 25). Estos comienzos de impulsos de corazón (V.M.) del Espíritu de Dios eran indicaciones premonitorias de los propósitos de Dios con él, y un testimonio interno de su apartamiento para el Señor.
Es de la mayor importancia que los que se han separado a sí mismos a Dios reconozcan los impulsos del Espíritu Santo en el corazón. Lo que pueda parecer ser solo un pensamiento o sentimiento pasajeros puede llegar a ser alimentado hasta llegar a ser un propósito poderoso y de gran alcance.
Las glorias del esplendor del mediodía son introducidas por lo que parece ser unos débiles rayos de luz que se debaten en medio de la penumbra. Tan pronto como Jesús se apartó para la voluntad de Dios como su Siervo, fue impulsado por el Espíritu (Mt. 4:1).
Desde luego es una vida espiritualmente bien monótona la que viven los que nada saben de la agitación de las aguas del alma, en ocasiones, por el Espíritu de Dios. El victorioso cristiano puede decir con Pablo: Todo lo puedo en Cristo, que me fortalece (Fil. 4:13).