ELÍAS, EL INTERCESOR. Bosquejos Bíblicos para Predicar 1 Reyes 18:41-46
El descenso del fuego del Señor desde el cielo, y el acortamiento de los profetas de Baal, habían detenido de manera eficaz la creciente marea de idolatría que amenazaba con trastornar toda la tierra. Ahora que el pueblo estaba sobre sus rostros confesando que «Jehová es el Dios» (v. 39), se avecinan lluvias de bendición.
El pronto oído del varón de Dios es el primero en discernir el «rumor de una gran lluvia ». Los hay para los que los tiempos de refrigerio de la presencia del Señor no significan nada más que comida y bebida: disfrute personal. Para Elías se trataba de algo muy diferente. Para él el sonido de la bendición venidera era un llamamiento urgente a la oración. Él:
I. Oró con fe. «Oyó «el rumor de una gran lluvia» (v. 41). El rumor puede haber sido el de la segura promesa de Dios retumbando en su alma (v. 1). Así viene la fe con esta manera de oír. El secreto de una fe valiente reside en el oír con fe. Cuando el oír de la fe es duro, los pies del servicio serán lentos y la lengua del testimonio tartamudeará. Para prevalecer en oración, escuchad la Palabra del Señor.
II. Oró humildemente. «Postrándose en tierra, puso su rostro entre las rodillas» (v. 42). El creyente más valeroso delante de los hombres será el más humilde delante de Dios. Humillarnos será la mejor forma de prepararnos para el cumplimiento de la promesa de Dios. El mayor de todos en el reino de los cielos puede ser el más pequeño a los ojos de los hombres (Mt. 18:4). El mayor de todos los amos fue el más humilde de todos los siervos. Fue el que no podía levantar su rostro el que recibió la bendición de Dios (Lc. 18:13).
III. Oró con perseverancia. «No hay nada. Y él se lo volvió a decir» (v. 43). Elías había oído el son de una abundancia que se avecinaba, pero su siervo no podía ver nada. No es fácil ver aquello que por ahora solo puede ser captado por la fe. Pero aunque no se pudiera ver nada, no por ello se desalentó el profeta, diciéndole «siete veces» que fuera a mirar. Tenía la palabra segura de la promesa de Dios, y siguió creyendo y rogando aunque todas las apariencias estaban en contra de él. Como Jacob, no cejará hasta que llegue la bendición (Gn. 32:26). Elías anduvo por la fe, mientras que su siervo andaba por la vista. Los ruegos importunos de la fe nunca volverán de vacío (Lc. 18).
IV. Oró de un modo concreto. Oró pidiendo lluvia (Stg. 5:17, 18). Este poderoso hombre de Dios nunca parecía tener en su aljaba más que una flecha a la vez. Las oraciones prevalecientes han sido siempre concretas. David dijo: «De mañana presentaré [pondré en orden una flecha en el arco] mi petición delante de Ti, y esperaré», aguardando la respuesta confiadamente (Sal. 5:3).
La oración general es generalmente impotente. ¿Quién acudiría en presencia de un rey terreno con un montón de generalidades, ninguna de las cuales se desea o espera de inmediato? Las reuniones de oración quedan a menudo estranguladas y muertas por las innumerables peticiones que se hacen y cuya respuesta no se espera nunca. Como norma, la oración que prevalece con Dios y que recibe respuesta con oleadas de bendiciones brota de alguna promesa concreta de Dios, recibida por fe, y pedida perseverantemente delante de su trono de gracia (Ez. 36:37).
V. Oró con éxito. «Veo una pequeña nube… y hubo una gran lluvia» (vv. 44, 45). Cuidémonos que cuando aparezca la nube pequeña no menospreciemos el día de los modestos comienzos (Zac. 4:10). La nubecilla de Dios puede ensancharse hasta cubrir todo el cielo y cubrir todas nuestras necesidades. Unos pocos panes y peces son suficientes en sus manos para dar satisfacción a los anhelos de una multitud. Elías pidió, creyendo que recibiría, y recibió (Mr. 11:24), y Dios fue glorificado en darle respuesta.
«Y cualquier cosa que pidáis al Padre en mi nombre, la haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo» (Jn. 14:13). Siendo que el mayor deseo del Hijo es glorificar al Padre en respuesta a nuestras oraciones, desde luego ésta es una de las más poderosas de todas las razones por las que debiéramos pedir «en oración, creyendo » para recibirlo (Mt. 21:22).