La Historia de Zaqueo. Bosquejos Biblicos para Predicar Lucas 19:1-10
Hay un notable contraste entre el caso de Bartimeo y el de Zaqueo. Mientras que ambos estaban cerca de Jericó, los dos se encuentran sin embargo en los extremos opuestos de la ciudad; el primero estaba sentado junto al camino, el otro subido a un árbol; el primer era pobre, el segundo, rico; el primero buscó a Jesús para obtener misericordia, el segundo trataba de ver a Jesús; el primero tuvo que levantarse para ser salvo, el segundo tuvo que bajar. Jesucristo puede salvar hasta las más altas esferas de la ciudad, y también hasta lo más hondo de ella. Observemos:
I. Su posición social. «Era un jefe de los cobradores de impuestos, y rico» (v. 2). Era quizá, un contratista, con muchos recaudadores de impuestos a sus órdenes, y por ello tuvo amplias oportunidades para enriquecerse. Estos publicanos judíos eran intensamente odiados por sus hermanos, porque por medio de este negocio se fortalecía el yugo de Roma, bajo cuyo enorme peso gemían.
II. Su fervoroso deseo. «Procuraba ver quién era Jesús» (v. 3). No solo quería verlo, sino que evidentemente quería conocerlo. Es indudable que estaba llevado por otros motivos que los de la mera curiosidad. El Hijo de Dios nunca da satisfacción al que busca meros espectáculos. Si no hubiera habido un anhelo en su corazón por conocer personalmente a Cristo, el Señor muy probablemente habría pasado de largo. El que escudriña los corazones había dicho: «Lo hallarás, si lo buscas con todo tu corazón» (Dt. 4:29).
III. Su doble dificultad. «No podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura» (v. 3). Una gran multitud y un par de piernas cortas son dos obstáculos formidables para poder ver. El obstáculo era tanto personal como circunstancial, tanto en él mismo como en otros.
¿Quién jamás buscó al Señor sin tenerse que enfrentar con estas dos clases de dificultades? Nuestros propios fallos y la endurecida indiferencia de los demás en cuanto a nuestros intereses espirituales serán una segura prueba de la sinceridad de nuestro deseo de hallar a Cristo.
IV. Su determinación firme. «Y corriendo delante, subió a un sicómoro para verle» (v. 4). ¡El jefe del grupo de publicanos corriendo y subiendo a un árbol como un escolar! ¿Quién se lo iba a imaginar? ¡Ah, cuando hay una verdadera ansiedad para conocer a Jesucristo y el poder de su salvación, no habrá preocupación acerca del «temor del qué dirán»: ningún sentimiento de vergüenza en una búsqueda tan desesperada. Los que se avergüenzan de mostrar entusiasmo por Cristo y su causa son totalmente indignos de Él.
V. Su llamamiento inesperado. «Jesús… mirando arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa» (v. 5). Zaqueo quería ver a Jesús y conocerlo, ignorando el hecho de que para ver a Jesús tal como debiera ser visto implica ser visto y conocido por Él.
Date prisa, el Señor está siempre dispuesto a suplir la necesidad de un alma ansiosa. «Hoy tengo que hospedarme». ¿Por qué este tengo que? ¿Acaso la verdadera ansiedad de corazón de un pecador por Cristo no impone una necesidad de gracia sobre Aquel que vino a buscar y a salvar lo que se había perdido?
VI. Una obediencia bien dispuesta. «Él descendió aprisa, y le recibió gozoso» (v. 6). La prontitud de su respuesta al llamamiento del Maestro y su gozoso recibimiento a Él demuestran simultáneamente que el publicano era serio y sincero en su búsqueda. Los falsos profesantes siempre presentan excusas cuando se les apremia el llamamiento personal de Cristo (Lc. 14:18). Un hombre hambriento no necesita mucho apremio para que coma cuando se le presentan alimentos apropiados y sabrosos. Los que están realmente en ansiedad de ser salvos no se encuentran nunca muy lejos del Reino.
VII. Su salvación instantánea. Toda la multitud murmuró cuando vieron que había entrado como invitado de un publicano. Quizá fue para apagar sus murmuraciones y para justificarse a sí mismo, y también al Señor por entrar en su casa, que Zaqueo «puesto en pie, dijo al Señor: Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado» (vv. 7, 8). Pero Jesús no entró en su casa debido a que «diera a los pobres»,