NO VISTO, PERO CREÍDO Y AMADO. Bosquejos Biblicos para Predicar 1 Pedro 1:8
Introducción
NO VISTO. Recuerda que Pedro está hablando y escribiendo. Había visto al Señor. Parece haber una especie de tierna piedad en estas palabras: «A quien amáis sin haberle visto». Dos veces repite la declaración de que no le habían visto. «Nunca le habéis visto, mas le amáis. Y aunque aún no le veis, con todo creéis en Él, y exultáis con una dicha triunfante demasiado grande para expresarla en palabras» (20th Century).
CREÍDO. Verdaderamente aquí encontramos a Pedro haciéndose eco de las palabras de su amado Maestro, tal como las vemos registradas en Juan 20:29.
AMADO AL VERLO. «Amor a primera vista» es una frase muy conocida. Generalmente el amor humano sigue a la impresión de los ojos. Pero el amor al que Pedro se refiere no es amor a primera vista, sino amor por la visión del corazón. (Por cuanto ellos nunca habían visto al Señor con los ojos de la carne.)
PRUEBA DE AMOR. ¿Le amamos? ¡Qué fácil es errar imaginándose que la admiración es amor, lo cual no es! Aquí tenemos las marcas del verdadero amor.
I. Adhesión. El amor une a dos en uno. En «los matrimonios hechos en el cielo», la ceremonia matrimonial, indispensable según la ley de Dios, es, después de todo, solo un reconocimiento externo de una unión que ya ha tenido lugar, una unión de corazones y de mentes, de afectos e ideales, de propósitos y planes. El amor, el verdadero amor, une a dos en uno.
II. Obediencia. El amor se deleita en cumplir los deseos y obedecer los más pequeños mandatos del ser amado. Esto es preeminentemente cierto en cada experiencia individual si realmente amamos al Señor. El amor obedecerá sus mandamientos (Jn. 14:15), y nos impulsará a acciones sacrificiales (2 Co. 5:14) en servicio.
III. Separación. El amor nos separará de todos otros gustos y admiraciones, y nos unirá en una sola y gloriosa devoción a la persona y a los intereses del ser amado; y 1 Juan 2:15 es el versículo que tenemos en mente en relación con esto.
IV. Consagración. El amor nos lleva a despojarnos de nuestros tesoros y a ponerlos a disposición del ser amado, volviéndonos totalmente entregados a sus intereses. Así, vemos el amor que Jonatán tenía para con David (1 S. 18:1-4). Si nuestro amor hacia el Señor Jesús no nos ha llevado a inclinarnos ante el Señor a quien amamos y a despojarnos de todo lo que tenemos, somos y esperamos, en palabras de un conocido himno, entonces nuestro amor es defectivo en su cualidad esencial.
«Ten mi vida, sea así,
Consagrada a ti Señor;
Mis momentos llene yo,
De alabanza sin cesar.
»Ten mis manos, muévelas,
Al impulso de tu amor;
Que mis pies, al caminar,
Su hermosura den a ti.
»Ten mi voz, y hazme cantar
Sólo y siempre a mi Rey;
Que mis labios cuenten pues,
Los mensajes de tu amor.
»Ten mi oro y mi afán,
Nada quiero retener;
Ten mi mente y úsame,
Tú según tu voluntad.
»Tuya haz mi voluntad;
Mía ya no ha de ser:
Toma Tú mi corazón,
Trono regio tuyo es.
»Ten mi amor: derramo yo
Su tesoro a tus pies;
Tenme, y siempre seré
TODO y sólo para ti».
V. Anticipación. El amor vive en anticipación de una más plena comunión. El amor hace que la otra persona sea esencial para la vida.
Los amantes encuentran difícil vivir sus vidas separadamente, y anticipan anhelantemente el momento en que podrán vivir bajo un techo, y nunca estar ausentes el uno del otro excepto cuando sea obligado para poderse ganar la vida. Si realmente amamos al Señor, esperaremos de manera ardiente estar con Él en la gloria, cuando veremos su rostro y conoceremos como somos conocidos.