TRABAJO Y ARMAMENTO. Bosquejos Biblicos para Predicar Nehemías 4:12-23
El hombre no fue hecho para el duelo, sino para el trabajo (Gn. 2:15) y, como dice Houghton, «El hombre debe trabajar para lo bueno, o trabajará para lo malo». El hombre es trabajador, bien por Dios, bien contra Él. El que no está conmigo, dijo nuestro Señor, contra Mí está.
Al intentar hacer alguna obra concreta para Dios, es bueno «contar el coste», pero al contarlo, tengamos cuidado que contemos con Aquel que puede suplir el coste. Debemos medir nuestras dificultades y nuestras necesidades con la fuerza y los recursos de Aquel de quien somos y a quien servimos. Aquí encontramos algunos pensamientos sugestivos para los obreros.
I. La posición de los obreros. «Entonces, por las partes bajas del lugar, detrás del muro, y en los sitios abiertos, puse al pueblo por familias, con sus espadas» (v. 13). Puede que no nos gusten los lugares bajos, porque allí estamos más expuestos a la ira del enemigo y los mismos obreros pueden tener que desaparecer de la vista.
Preferiríamos mucho más los «lugares más altos» en la obra cristiana, desde donde pudiéramos ver y ser vistos. El trabajo en barrios deprimidos nunca es tan placentero para algunos como predicar desde un púlpito o en una plataforma. Estos obreros tenían gracia suficiente para ir donde fueran enviados, y para hacer su parte bien dispuestos, sabiendo que cada parte del trabajo era un necesario componente del gran todo. El orden era «por familias». ¡Qué hermoso es ver familias enteras unidas en impulsar la obra del Señor!
II. El privilegio de los obreros. «No temáis… acordaos del Señor. grande y temible, y pelead por vuestros hermanos, por vuestros hijos y por vuestras hijas, por vuestras mujeres y por vuestras casas» (v. 14). Los adversarios, conducidos por el diablo, nunca podrán atemorizar a aquel cuya mente reposa en aquel Dios grande y temible.
No se les pedía a estos guerreros-obreros que lucharan en defensa de sí mismos, sino por sus hermanos, etc. Pero sabían bien que al buscar el bien de sus familias luchaban por su propia salvación. Este lucha por nuestros hijos e hijas, mujeres y casas, tiene que ser hecha por la fe. La promesa es para vosotros y para vuestros hijos. «Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo, tú y tu casa» (Hch. 16:31). Acuérdate del Señor; acuérdate de su poder y de su promesa, y ora por tus hermanos, etc. Cuanto más pensemos en Él, tanto más pensaremos en los demás.
III. El aliento de los obreros. «Dios había desbaratado el consejo de ellos» (v. 15). El enemigo había hecho una conspiración oculta para luchar contra Jerusalén, y para detener la obra (v. 8). Habían planeado caer sobre ellos de improviso, pero Dios «frustra los pensamientos de los astutos, para que sus manejos no prosperen» (Job 5:12). ¿Cómo fue lograda esta victoria? Fue ganada mediante la oración (v. 4). Ellos clamaron a Dios, y Él «volvió el baldón de ellos sobre su cabeza».
Los que viven en comunión con Dios no son fácilmente tomados por sorpresa. Las armas tomadas contra los tales no prosperarán. No os afanéis por vuestra vida: vuestro Padre sabe. Desde la cámara de la oración puedes bombardear todas las fuerzas del infierno y sumirlas en confusión. Cuando Samuel clamó al Señor, el Señor tronó sobre los filisteos (1 S. 7:10). ¿Quién se podrá mantener en pie cuando Él se manifieste?
IV. Las armas de los obreros. «Los que edificaban, cada uno tenía su espada ceñida a sus lomos» (v. 18). Y sin embargo, aunque cada obrero tenía su arma propia, había diferentes formas en que eran sostenidas. Algunos tenían sus armas en manos de otros mientras que ellos trabajaban (v. 16). Otros trabajaban con una mano, mientras en la otra tenían el arma (v. 17). Otros trabajaban con la espada al cinto.
La obra y la guerra son las características de la vida cristiana. Los que descuidan la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios, están en peligro de trabajar en vano. El otro peligro es el de ocuparse tanto en las armas que quede el trabajo descuidado.
Los siervos de Cristo deben ser agresivos así como estar a la defensiva. Bienaventurada la oposición que nos lleva a aferrarnos más firmemente de la espada del Espíritu, porque nuestras armas no son carnales, sino espirituales y poderosas. Si Dios por nosotros, ¿quién contra nosotros (Ro. 8:31)? Revestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis resistir. En nuestro tiempo actual se precisa en todas partes de obreros con la espada al cinto. ¿Eres tú uno de ellos?
V. La advertencia a los obreros. «En el lugar donde oigáis el sonido de la trompeta, reuníos allí con nosotros» (v. 20). Mientras que trabajaban y velaban tenían que mantenerse dispuestos para reunirse en cualquier momento al llamamiento de la trompeta. Mientras progresaba la edificación, e iban subiendo partes del muro, los obreros quedaban en algunos lugares separados entre sí, y por ello sintieron la necesidad del toque de la trompeta.
Estad también vosotros listos, porque en el momento en que no lo penséis, «el Señor mismo, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo… Luego nosotros… seremos arrebatados» (1 Ts. 4:16, 17). Bienaventurados los que trabajan, velan y esperan el llamamiento celestial.
VI. La dedicación de los obreros. Estos hombres estaban tan totalmente dedicados a la obra que practicaban del todo dispuestos la abnegación por causa de ella. No podemos pretender estar consagrados a la obra del Señor a no ser que estemos dispuestos a sacrificar la comodidad personal por causa de Él.
Su dedicación se ve en las muchas horas dedicadas al trabajo. «Desde la subida del alba hasta que salían las estrellas» (v. 21). No se trataba de meros asalariados, bostezando y esperando el momento de dejar sus herramientas y volverse a su casa y a sus propias actividades privadas.
Los que anhelan dejar la obra de Cristo son indignos de ella. Una cosa es estar fatigado a causa del trabajo, y otra cansarse de él. El celo de ellos se vio en el hecho de permanecer «dentro de Jerusalén» por el bien de la causa. Esto implicaba su separación de todos los que estaban fuera.
Aceptaron bien dispuestos su libertad por la atadura del servicio. Los que moran con el Rey para su obra son aquellos que con más probabilidad tendrán éxito en complacerle. Y además se mantenían siempre en alerta constante para la obra. «Y ni yo ni mis hermanos, ni mis jóvenes, ni la gente de guardia… nos quitamos nuestro vestido» (v. 23). La edificación del muro no era cuestión de conveniencia, sino totalmente vital. «Una cosa hago» (Fil. 3:3). Éste era el motivo que les tenía absortos. Sed seguidores de ellos. Sed fervientes en el espíritu, sirviendo al Señor.