Milagro. Cualquier acto del poder divino, superior al orden natural y a las fuerzas humanas. Existen diferentes palabras en hebreo, arameo y griego para expresar el concepto de milagro.
Sentido de «Milagro»
Los términos empleados en el Antiguo Testamento para designar los milagros de Dios son muy variados. Expresan el carácter de sus obras extraordinarias, tales como los portentos del → éxodo, o se refieren a los fenómenos naturales que son obra de su mano creadora (Éxodo 7:3; Salmos 136:4). La intervención de Dios en la naturaleza y en la historia de Israel revelan su gloria y santidad. Los milagros sirven en ciertos casos para acreditar al profeta ante sus contemporáneos (Isaías 7:11; 38:7ss). Sin embargo, los magos o encantadores pueden a veces producir milagros semejantes a los de los profetas de Dios (Éxodo 7:12, 22).
En el Nuevo Testamento se emplean tres palabras distintivas para referirse a los milagros:
Maravilla
Palabra que indica el asombro que el milagro produce en los espectadores. Se repite muchas veces por su profundidad de significado en cada hecho milagroso (Marcos 2:12; 4:41; 6:51; 7:37; cf. Hechos 3:10, 11). Además, «maravilla» siempre aparece unida con la palabra «señal» (otro vocablo empleado para expresar milagro, por ejemplo, Mateo 24:24; Hechos 14:3; Romanos 15:19; Hebreos 2:4).
Señal
Esta palabra indica una prueba de la cercanía de Dios y de su obra (Juan 3:2; 7:31; 10:41). Los milagros son «señales» de algo más importante oculto detrás de ellos mismos (Isaías 7:11; cf. Mateo 16:3). Testifican del poder dado a la persona que los realiza (Marcos 6:20; Hechos 14:3). Los judíos demandaron señal de Jesús (Juan 2:18; cf. Mateo 12:38). Pero una «señal» no es necesariamente un milagro; por ejemplo, el anuncio de los ángeles a los pastores tocante al nacimiento de Jesús incluyó una señal no milagrosa (Lucas 2:12; cf. Éxodo 3:12). Otra característica de esta palabra es su unión frecuente con la palabra «prodigio», tanto en el Antiguo Testamento como en Nuevo Testamento (Éxodo 7:3; 11:9; Deuteronomio 4:34; Nehemías 9:10; Salmos 78:43; Juan 4:48; Hechos 2:22; 4:30; 2 Corintios 12:12).
«Poderes» u «obras portentosas»
El «poder» reside originalmente en el mensajero divino que Dios faculta directamente (Hechos 6:8; 10:38; Romanos 15:19). En Mateo 7:22 los milagros son «obras poderosas» (cf. Marcos 6:14; Lucas 10:13).
Naturaleza de los Milagros
Cuando se dice que los milagros alteran el orden de los fenómenos naturales, no significa la ruptura de las leyes que rigen la naturaleza. Cada milagro tiene un propósito e interrumpe la regularidad superficial de una Ley en obediencia a otra más alta y más sutil. No hay razón para afirmar que los milagros rompen la ley natural y la unidad orgánica por la que Dios actúa.
Para entender los milagros es necesario distinguir entre la constante providencia soberana de Dios y sus actos extraordinarios. La fe en los milagros debe armonizarse con el contexto de un mundo completo, en el que toda la creación continuamente depende de la actividad sustentadora de Dios y está sujeta a su voluntad soberana (Colosenses 1:16, 17). Las «leyes naturales» derivan del conocimiento del universo en el que Dios siempre trabaja.
Algunos filósofos y teólogos sostienen que los milagros son incompatibles con la naturaleza y los propósitos de Dios. Razonan que Dios es el alfa y la omega, conocedor de todas las cosas desde el principio hasta el fin de las mismas. Él es el inmutable por excelencia, y su inmutabilidad misma chocaría con una intervención eventual en el orden de la naturaleza. Esta objeción, fundada en el carácter de Dios, proviene de la incomprensión de su existencia como un ser viviente y personal. Su inmutabilidad no es la de una fuerza impersonal, sino la fidelidad de una persona. Su voluntad soberana creó criaturas responsables con las que se relaciona fielmente.
Los milagros están íntimamente relacionados con la fe de los espectadores, los afectados directamente (Éxodo 14:31) y la de quienes habrán de oírlos o leerlos posteriormente (Juan 20:30, 31).
La frecuencia de las curaciones milagrosas es mucho más notable en la época del Nuevo Testamento que en cualquier período del Antiguo Testamento. Los milagros que Jesús realizó están en íntima relación con su función mesiánica. Los milagros que realizaron los apóstoles y líderes de la iglesia primitiva se hicieron en el nombre de Cristo. Eran la continuación de todo lo que Jesús comenzó a hacer y enseñar, en el poder del Espíritu Santo que Él envió de su Padre. Los milagros son una parte de la proclamación del Reino de Dios, pero no un fin en sí mismos.
Clasificación de los Milagros
Hay muchas clases de milagros, y si hay que hacer una clasificación se recomienda la siguiente:
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La encarnación de Cristo: el milagro central del cristianismo.
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Milagro de fertilidad: por ejemplo, la conversión del agua en vino en las bodas de Caná de Galilea. Este milagro proclama que el Dios de la naturaleza está presente. Hace caer la lluvia, produce las uvas y hace el vino todos los años como parte del proceso normal de la fertilidad; pero Cristo, el Dios encarnado, en una sola ocasión acorta el proceso natural y hace el vino en un instante (Juan 2:1–12).
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Milagro de sanidad: estos revelan que en Cristo se personifica el poder que estaba siempre detrás de todas las curaciones (véase arriba).
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Milagro de destrucción: de esta clase solo se registra uno entre los milagros de Jesús: la maldición de la higuera.
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Milagro de dominio sobre las fuerzas naturales: por ejemplo, la tempestad calmada (Mateo 8:24–26).
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Milagro de transformación total: revelan el poder de Dios sobre la muerte. La resurrección de Lázaro y especialmente la de Jesús corresponden a este grupo (Juan 11:44; Mateo 28:6, 9; Lucas 24:34). El milagro de la → resurrección corporal es medular en la fe y esperanza cristianas (1 Corintios 15:12ss).