Viento. La mayor parte del año la Tierra Santa se ve afectada por vientos de los cuatro puntos cardinales que pueden ser una fuente de bendición o de maldición según de donde procedan.
Se suceden en las diversas estaciones, de ahí que los hebreos creían que el clima era el resultado de estos (Jer 49.36; Dn 8.8; Mt 24.31; Ap 7.1).
Los vientos del oeste, húmedos y refrescantes, traen las lluvias en el invierno y el rocío en el verano. Soplan la mayor parte del año y modifican el clima, haciéndolo templado. Los vientos del norte son fríos y ahuyentan las lluvias (Job 37.9; Pr 25.23).
Los del sur pueden ser tempestuosos (Is 21.1; Zac 9.14), o benévolos para la navegación (Hch 27.13) y generalmente están asociados con el calor (Job 37.17; Jer 4.11; Lc 12.55). El viento del este o solano está identificado como el «viento de los desiertos» (Job 1.19; Jer 13.24; Jon 4.8).
Llega en fuertes ráfagas (Éx 14.21; Sal 48.7) con polvillo de arena y calor abrasador (Os 13.15; Am 4.9) que agosta la vegetación (Gn 41.6, 23, 27; Ez 17.10; 19.12). Los puntos cardinales se combinan a menudo para indicar una gran variedad de vientos derivados de estos principales.
Dios usaba los vientos para propósitos especiales (Gn 8.1; Sal 104.3c, 4; Ez 37.9; Am 4.13). Su fuerza y poder hacían pensar en el soplo de Dios (Is 40.7) y, con mucha frecuencia, son simbólicamente instrumento de juicio (Jer 49.36; Ez 13.13; Os 13.15). Aparecen en las teofanías (Ez 1.4).
El viento es símbolo de libertad y ligereza (Pr 27.16; 30.4; Ec 1.6; Ef 4.14), de fuerza y poder (Is 41.16; Jer 51.1; Dn 2.35; Stg 3.4), del vacío y la nada (Is 41.29; Pr 11.29), de la transitoriedad de la vida (Job 7.7; Sal 78.39), etc. En algunos casos, se le puede identificar con el → Espíritu Santo de Dios (1 R 18.12; 2 R 2.16; Ez 8.3; 11.1; Jn 3.8; Hch 2.2).