Con la Esperanza en la Verdad
Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. Hebreos 4.16
«La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor» (Hebreos 6.19–20). Nuestra esperanza como cristianos es sólida y firme, encarnada en Cristo mismo, quien ha entrado en la presencia de Dios en el Lugar Santísimo celestial a favor nuestro (Hebreos 4.14–16).
En su primera epístola, el apóstol Pedro ofreció una prueba más de la seguridad de nuestra esperanza: «Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos» (1.3). Nuestra esperanza se basa en la resurrección de Cristo.
Por el contrario, «si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados» (1 Corintios 15.17). La resurrección es la corona de la obra expiatoria de Cristo. Por su muerte y resurrección, Él llevó nuestros pecados, satisfizo la justicia de Dios, venció a la muerte y nos garantiza una esperanza viva en la próxima vida. Estas son nuestras riquezas mediante un nuevo nacimiento espiritual en Él.
A pesar de que nuestra esperanza es futura, se garantiza ahora. Para nosotros, la gloria futura es una realidad presente. Es por eso que perseveraremos mientras aguardamos nuestra glorificación. No importa cuáles sean las pruebas y las luchas que encontramos mientras esperamos, podemos estar seguros de que Dios cumplirá su llamado a nosotros y nos llevará a la gloria.