COSAS SANTAS PARA LOS SANTOS. Bosquejos Bíblicos para Predicar Levítico 22:1-16
Así como Aarón es un tipo de Cristo, del mismo modo sus hijos representan a todos los que han nacido de Dios. Todos los hijos de Dios son sacerdotes, aunque no todos viven en conformidad a sus privilegios sacerdotales.
Estas «cosas santas», tan frecuentemente mencionadas en este capítulo (doce veces) son emblemas idóneos y apropiados de las «cosas espirituales» que nos han sido libremente dadas por Dios, pero que solo son plenamente disfrutadas por los que se entregan plenamente a Dios. Estas «cosas santas» son la provisión de Dios para su santos. Hay varias importantes lecciones que podríamos aprender de lo que se dice acerca de ellas. Que:
I. El trato con las cosas santas de una manera no santa conlleva muerte (v. 3). Lo impuro no puede pasar por este camino santo. El hombre natural no recibe las cosas del Espíritu de Dios (1 Co. 2:14).
Estas cosas quedan ocultas a los sabios según el mundo y a los autocomplacientes, y nuestro Señor, lleno de gracia, le dio las gracias al Padre que fuera así. El alma inmunda no puede apreciar el alimento de los ángeles. Tomemos cuidado de cómo manejamos las cosas espirituales, no sea que comamos y bebamos juicio para nosotros mismos, haciendo así del Evangelio sabor de muerte.
II. Los inmundos no pueden comer cosas santas. «No comerá de las cosas sagradas hasta que esté limpio» (v. 4). Tenemos que ser limpiados del pecado antes de poder tener ningún apetito o capacidad de disfrute de las cosas celestiales y espirituales. Él no echa sus perlas delante de cerdos. La santidad y la impureza son contrarios. El que ama las tinieblas aborrece la luz.
III. Las cosas santas son alimento de los santos. «Podrá comer de las cosas sagradas, porque su alimento es» (v. 7). El hombre santo no puede encontrar alimento en los meros placeres del mundo; las cosas que seducen a los impíos no tienen atracción para él. Su corazón está en las cosas celestiales. La comunión con Dios es para él más deliciosa que su alimento diario, y la salvación de los perdidos más preciosa que la plata o el oro.
IV. Ningún extraño o siervo asalariado podía comer de estas cosas santas (v. 10). El extraño representa a aquellos que no conocen a Dios, y que no han creído en su Hijo. El siervo asalariado denota aquella clase de cristianos profesantes que hacen de la piedad un medio de ganancia, que sirven al Señor para provecho personal. Estos mercenarios religiosos tienen su recompensa, pero nunca gustan de las COSAS SANTAS.
V. Los comprados por el sacerdote, o nacidos en su casa, podían comer de las cosas santas (v. 11). Ser comprado o nacer en la familia sacerdotal daba derecho a estos santos privilegios. Comprados por la sangre de Cristo, y nacidos de Dios, ello nos introduce en la familia de Dios, y nos da el derecho y la idoneidad para el goce de las inescrutables riquezas de Cristo, estas cosas santas que tan libremente nos han sido dadas por Dios.
VI. Las relaciones profanas descalifican para comer estas cosas santas (v. 12). Un yugo desigual destruye a menudo el apetito por las cosas espirituales. La hija del sacerdote tenía derecho por nacimiento, pero quedaba descalificada si se casaba con un extraño. Podemos ser cristianos por el nuevo nacimiento, y sin embargo quedar descalificados, por nuestras asociaciones mundanas y pecaminosas, para recibir las cosas de Cristo como las ha revelado el Espíritu Santo. Pero al volver a la casa del padre el privilegio quedaba restaurado (Lc. 15:18).
VII. Comer de las cosas santas por yerro no aprovechaba (v. 14). Es muy posible leer y hablar de cosas santas grandes y preciosas, y ser sin embargo totalmente ajeno a su poder. La verdad puede estar sobre el corazón y no quedar nunca asimilada con la vida, al no ir mezclada con fe. Un hombre sólo está tratando de manera casual con las promesas maravillosamente grandes y preciosas de Cristo hasta que las prueba, por una fe personal, en su propia alma (Sal. 19:12).