ORANDO CON DISFRACES. Bosquejos Biblicos para Predicar 1 Reyes 14:1-17
Cuanto más nos impregnemos del espíritu de oración tanto más sencillos y semejantes a niños nos volveremos. «La sublimidad es siempre sencilla», dijo Longfellow. Las oraciones elocuentes solo pueden ser la arrogancia disfrazada del corazón humano. La mujer de Jeroboam no es la única que ha de disfrazarse para dar a conocer sus peticiones a Dios.
La pureza del culto estaba muy baja mientras que el rey Jeroboam hacía sacerdotes al común del pueblo, y consagraba a quien él quería (13:33). «Quiero» no es en absoluto la única cualificación para el servicio de Dios. El Señor había dado una advertencia en contra de este altar impío (13:2). Ahora el celoso Dios de Israel visita la iniquidad con juicio. Este intento de pasarse de listo y engañar al profeta del Señor tiene sus lecciones para nosotros.
I. Había Conocimiento de Dios. Jeroboam no podía ignorar las grandes cosas que Jehová había hecho por su pueblo Israel. Y ¿acaso no le había anunciado el profeta del Señor que él sería «rey sobre Israel»? (11:37). Pero la voluntad revelada de Dios había sido echada a un lado. Sus actos de culto eran ahora conforme a sus propios pensamientos y conveniencias, por lo que hizo pecar a Israel al sustituir sus propios caminos en vez de los caminos del Señor (12:33).
Puede que haya un conocimiento de los caminos y de la voluntad de Dios, mientras que la vida diaria constituye una presuntuosa negación de la revelación divina.
II. El sentimiento de necesidad. «Abías hijo de Jeroboam cayó enfermo » (v. 1). Estaban muy ansiosos por saber «qué ha de ser de este niño» (v. 3). Nuestros más cercanos y amados nunca están más allá del toque agostador del dedo de Dios. Cada dolor y frustración puede usarse como una aguijada para conducirnos más cerca de nuestro Dios si nuestros corazones son rectos para con Él. Hay una amargura de corazón que no puede ser transmitida a los oídos de los ordinarios mortales; que precisa del toque del Eterno. El anhelo del alma en tales ocasiones es saber cuál es la voluntad de Dios tocante a nosotros.
III. Un disfraz del carácter. La mujer de Jeroboam cambió su apariencia y fue a inquirir del varón de Dios, fingiendo ser otra (vv. 2-5). Quizá el rey supiera que el viejo profeta Ahías estaba viejo debido a su avanzada edad, pero tanto él como su mujer parecían olvidar que Dios no está ciego.
Es absolutamente innecesario que nadie se acerque a Dios fingiéndose ser diferente de lo que es; y sin embargo este disfrazar el propio carácter mientras se presentan las peticiones a Dios es un común fraude piadoso. Sobre nuestras rodillas podemos pretender creer todo lo que el Señor ha dicho, y luego entre nuestros semejantes nos ponemos unas lentes de aumento, y nos olvidamos de que el Señor nos ha comprado. Dios mira al corazón, y como el hombre piensa en su corazón, así es él delante de Dios.Y hubo:
IV. Un fracaso total. Tan pronto llegó a la puerta del profeta, oyó estas palabras que destruían su disfraz: «Entra, mujer de Jeroboam. ¿Por qué te finges otra?» (v. 6). El velo de su disfraz quedó desgarrado de arriba abajo, y resplandeció sobre ella la luz de la presencia de Dios.
A Saulo se le rompió su disfraz yendo camino de Damasco. El fariseo que subió al templo a orar se fingía un hombre justo, pero se volvió como había venido, con su máscara entera y su alma sin bendición (Lc. 18:14). Jeroboam y su mujer estaban deseosos de conocer la mente del Señor acerca de su hijo, pero tenían miedo de afrontar la voluntad de Dios acerca de sí mismos y de sus impías vidas.
El disfraz era evidentemente un intento de evitar la temida predicción del «varón de Dios» en el capítulo precedente. ¿Hay algo en lo secreto de nuestras vidas que tenemos miedo que Dios cambie, cosas que nos hacen revestirnos de un disfraz cuando nos aventuramos a buscar la luz o la conducción divinas? No mejorará nada el ocultarlas, porque Dios nos tratará según nuestra vida diaria delante de Él. Por ello, venid a la luz para que las malas acciones sean reprendidas, confesadas y purificadas (Jn. 3:19-21), pues si no sabed de cierto que vuestro pecado os alcanzará.