Amor desordenado de las riquezas. No hay en hebreo bíblico una palabra específica para expresar esta pasión, pero en muchos pasajes se la designa con la palabra, «besa», que significa «latrocinio» o «rapiña», como también «ganancia ilícita».
En el griego del Nuevo Testamento se denomina con las expresiones «amigo del dinero», «codicioso» o «ávido de ganancias sórdidas».
La avaricia es un vicio que daña al hombre y le impide usar de los bienes que posee (Pr. 15:16), lo hace insensato y duro para con sus semejantes (1 S. 25:11), lo hace esclavo del dinero (Pr. 30:8-9; Mt. 16:26), lo hace caer en la idolatría, apartándole del cumplimiento de sus deberes para con Dios y para con el prójimo (Ef. 5:5; Mt. 6:24; Lc. 16:13).
El avaro vive atormentado por el deseo de aumentar sus riquezas (Pr. 27:20; Is. 56:11) y se apodera injustamente de lo ajeno, dejándose corromper en la administración pública; es traidor de los suyos, opresor de los débiles, y escatima la paga a los subalternos y jornaleros (Éx. 18:21; 1 S. 8:3; Sal. 15:5; Pr. 22:7; Ez. 18:12-13; Ez. 22:12-13; 30:14; Am. 8:4-6; Stg. 5:1-5).
Dios reprueba la avaricia y Cristo la fustiga en los fariseos con palabras duras (Lc. 16:14). En el Nuevo Testamento se mencionan además otros casos de avaricia: el gobernador romano Félix y el de algunos herejes (Hch. 24:26; Tit. 1:11).
Es uno de los vicios que excluyen del reino de Dios (Ro. 1:29; 1 Co. 5:10-11; Ef. 4:19). Pablo pone un cuidado especial en mantener toda sombra de codicia alejada de su predicación (1 Ts. 2:5; 2 Co. 7:2; 11:8-10; 12:17-18).
La avaricia y el amor a las riquezas es uno de los mayores obstáculos para aceptar el mensaje de Cristo (Mt. 6:24; Lc. 16:13).
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