Está implícitamente presentada y claramente anunciada en el AT. Las teofanías del Ángel de Jehová (véase ÁNGEL DE JEHOVÁ) debieron hacer comprender a los patriarcas que Dios ejercería un día un ministerio de salvación, al asumir forma humana (Gn. 16:7-13; 18:1-2, 10, 13, 17; 32:24-30; cfr. Os. 12:4-5; Zac. 3:1-5).
Está escrito de una manera expresa que el Mesías será el Hijo de Dios (Sal. 2; 110:1; cfr. Mt. 22:44), y el mismo Dios (Sal. 45:6-7). Se anuncia su nacimiento milagroso (véase VIRGEN), de manera que Él podrá ser Emanuel, Dios con nosotros (Is. 7:14; Mt. 1:22-23). Recibe nombres divinos (Is. 9:5).
Su ministerio y Sus sufrimientos son presentados de una manera expresa como los del Señor: es Jehová quien es vendido por treinta monedas de plata (Zac. 11:4, 13); el Salvador de Jerusalén se presentará a la vez como Dios, el Ángel de Jehová y el representante de la casa de David (Zac. 12:8); es el mismo Jehová quien dice: «Y mirarán a mí, a quien traspasaron» (Zac. 12:10).
El pastor herido por las ovejas recibe el nombre de «compañero de Jehová» (Zac. 13:7). Se afirma de una manera expresa la eternidad del Mesías (Mi. 5:1).
El mismo Cristo destaca Su divinidad. Se aplica a Sí mismo el «Yo soy» de Jehová (Jn. 8:24, 58). Los judíos comprendieron sin sombra de duda Su afirmación de divinidad, y quisieron apedrearlo (Jn. 8:59; cfr. 5:18; 10:30-33). Jesús afirma que Él es el Señor del AT (Mt. 22:42-45) y que es, en esencia, uno con el Padre (Jn. 10:38; 14:9-11; 17:3, 11, 22). Posee los atributos divinos:
omnipresencia (Mt. 18:20; Jn. 3:13),
omnisciencia (Jn. 2:24-25; 11:11-14; Mr. 11:6-8),
omnipotencia (Mt. 28:18; Lc. 7:14; Jn. 5:21-23),
eternidad (Jn. 8:58; 17:5);
santidad (Jn. 8:46),
gracia salvadora (Mr. 2:5-7; Lc. 7:48-49).
Jesús acepta y aprueba la adoración de los hombres (Mt. 2:11; 14:33; 28:9; Lc. 24:52; Jn. 5:23; 20:28).
Los escritores del NT atribuyen a Cristo los títulos y atributos divinos (Jn. 1:1, 3, 10; Ro. 9:5; Col. 1:16-17; He. 1:2, 8-12; 13:8; 1 Jn. 5:20).
Enseñan que se le debe rendir adoración al igual que al Padre (Hch. 7:59-60; 1 Co. 1:2; Fil. 2:6, 10-11; Col. 2:9-10; He. 1:6; Ap. 1:5-6; 5:12-13). Su resurrección de entre los muertos fue la prueba deslumbradora de Su divinidad (Ro. 1:4).
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