Suma que uno debe; obligación.
La Ley de Moisés prohibía a los judíos que cobraran intereses a otros judíos (Éx. 22:25).
Había leyes que protegían a los pobres contra los usureros (Éx. 22:25-27).
Si alguno no podía pagar tenía que entregar su propiedad, su familia y aun su propia persona (Lv. 25:25-41), y podía ir a parar a la cárcel (Mt. 18:21-26).
Una deuda también es una obligación moral (Mt. 6:12; Ro. 8:12).
Las relaciones entre acreedores y deudores solían ser causa de acaloradas disputas en Israel.
Jeremías alude al odio que las animaba (Jer. 15:10).
Más de un deudor prefería salir del paso dándose a la fuga. No obstante, la legislación procuró siempre proteger al deudor, refrenando los abusos de los acreedores con medidas en favor de quienes, por su insolvencia, habían sido retenidos por esclavos.
Jesús no permaneció insensible en este aspecto. Además de la parábola que acabamos de mencionar, refirió la parábola del mayordomo infiel (Lc. 16:5 ss.) y la de los dos deudores desiguales (Lc. 7:41 ss.).
En el modelo de oración que el Señor propuso a los suyos, dice:
«Perdónanos nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores» (Mt. 6:12).
Son conocidas, además, aquellas palabras de Pablo: «Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor» (Ro. 13:8).
Cristo pagó la deuda por nuestros pecados (Mt. 6:12-15).
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