El quinto de los «Profetas Menores». La importancia del elemento biográfico lo distingue de entre los demás escritos proféticos. Se puede dividir en tres secciones:
(a) La desobediencia de Jonás (Jon. 1). Jehová le había dado orden de que se dirigiera a Nínive y que profetizara contra aquella ciudad, a lo que se rebeló. Se embarcó en Jope (el mismo puerto que aparece en Hch. 9:38, que hoy recibe el nombre de Jafa) para huir a Tarsis.
Se desató una violenta tormenta, y la nave peligraba. Los marinos echaron suertes para saber cuál era la causa de esta desgracia. La suerte recayó en Jonás. Habiendo relatado a los marinos que había desobedecido a Jehová su Dios, añadió: «Echadme al mar, y el mar se os aquietará» (Jon. 1:12). Los marinos lo hicieron muy a su pesar, y la tormenta cesó. Un gran pez que el Señor había preparado tragó a Jonás (Jon. 1:14-17).
(b) La oración de Jonás (Jon. 2). Asombrado al encontrarse aún vivo en el seno del mar, el profeta da gracias a Dios, que lo había salvado, y expresa su certeza de la liberación final. El pez vomita a Jonás sobre tierra.
(c) La predicación de Jonás y sus resultados (Jon. 3-4). Al recibir por segunda vez la orden de dirigirse a Nínive, Jonás obedece y proclama su mensaje. Los ninivitas se arrepienten públicamente, y Dios perdona a la ciudad.
Esta mansedumbre disgusta a Jonás; se siente lleno de despecho, no sólo debido a que el arrepentimiento del pueblo había hecho nula su profecía (porque tanto el profeta como sus oyentes estaban a la espera de los acontecimientos, Jon. 3:9; 4:2), sino también probablemente debido a que Jonás presentía que la supervivencia de Nínive determinaría el aplastamiento de su propia patria.
Al secar la calabacera, tan útil para protegerse del ardor del sol, el Señor enseña a su profeta la lección de la compasión divina hacia sus criaturas, con independencia de su procedencia étnica.
El motivo que impulsó a Jonás a huir fue probablemente un patriotismo estrecho y mal entendido. El profeta temía que Nínive se arrepentiría y que la misericordia de Dios preservaría la ciudad; en suma, deseaba abiertamente la destrucción de Nínive (Jon. 4:2, 4, 11), el poderoso enemigo de Israel.
La preservación de Nínive iba a entrañar el juicio sobre Israel.
El objeto del libro es enseñar ante todo que los designios misericordiosos de Dios no tienen que ver exclusivamente con los hijos de Abraham, sino también con los gentiles, todavía ignorantes de la ley de Israel. Además de esta gran lección, el libro de Jonás constituye una ilustración de varias verdades típicas:
(a) Nínive se arrepiente por la predicación de un solo profeta, en tanto que Israel permanece insensible a pesar de los muchos profetas que le han sido enviados (cfr. Mt. 12:41). Se da un hecho general que se repetirá en el porvenir: Los gentiles aceptan más prestamente que Israel la enseñanza divina: los gentiles no siguen con mayor facilidad la ley moral, pero sí aceptan con mayor rapidez la totalidad de la Revelación (cfr. Is. 2:2-4 con v. 5).
(b) Jonás, israelita servidor de Dios, es enviado a predicar a los gentiles, lo que muestra que Dios se quiere servir de su pueblo para llevar a los gentiles al arrepentimiento y a la fe. Jonás no es el único israelita que ilustra esta verdad: Elías fue enviado a una viuda de Sarepta (1 R. 17); Eliseo sanó a Naamán el sirio (2 R. 5); Cristo habló de Dios a la samaritana, y sanó a la hija de una mujer sirofenicia (Jn. 4; Mr. 7).
(c) Jonás, el profeta desertor, es arrojado al mar, pero es salvado para poder cumplir su misión. Ciertos comentaristas han sacado de este hecho una interpretación alegórica: Jonás simbolizaría el pueblo de Israel, elegido para ser testimonio de la verdad divina a las naciones.
Enviado a Nínive, el profeta rehúsa dar su mensaje de parte de Dios, lo mismo que Israel rechaza al Mesías y lo deja crucificar por los gentiles, en lugar de aportarles el evangelio. El profeta, huyendo por mar en una nave, es azotado por la tempestad y finalmente tragado por el pez; de la misma manera, el pueblo, en medio de las pruebas más terribles, es «tragado» por la deportación (cfr. Jer. 51:34, 44) y por la dispersión mundial.
Jonás no es digerido por el pez, como los judíos no son asimilados por los otros pueblos; el profeta invoca a Jehová (Jon. 2), de la misma manera que Israel en el exilio se acuerda de Dios, y desea ardientemente su restauración.
El pez vomita a Jonás sobre la costa de Palestina, de donde había partido, de la misma manera que las naciones dejarán a Israel sobre las costas de su patria. Luego, Dios dirige a Jonás un segundo llamamiento; el profeta obedece al fin, dirigiéndose a Nínive, y la ciudad se convierte en masa. De la misma manera, Israel, al volver a Palestina, halla allí el arrepentimiento y una nueva vocación de evangelizar a los gentiles, que serán convertidos a su vez (Is. 66:18-20; 2:2-4; Zac. 8:20-23).
(d) Jonás, arrojado a las profundidades del Seol, sale vivo del abismo (Jon. 2:2, 6). Según Mt. 12:40, es un tipo del Mesías sepultado y resucitado tres días después.
(e) El libro de Jonás puede ser considerado como un verdadero tratado de misiones entre los gentiles. En efecto, ilustra la culpabilidad y perdición del mundo sin Dios; el amor del Señor hacia todas sus criaturas, el llamamiento que les hace, la salvación ofrecida, el anuncio del juicio; el papel del mensajero del Señor, sus motivos y las consecuencias de su desobediencia; la posibilidad de renovación de su llamamiento; el arrepentimiento y liberación de un pueblo entero; la demostración, en fin, de que los últimos pueden llegar a ser los primeros.
Autor, fecha y autenticidad.
La palabra de Jonás citada en 2 R. 14:25 tiene que haber sido proclamada al principio del reinado de Jeroboam II, hacia el año 780 a.C. El libro de Jonás no da fecha, pero es indudable que fue redactado por el mismo profeta a su retorno de Nínive. La visita a Nínive pudo tener lugar entre los años 780 y 750 a.C.
Los críticos ponen en tela de juicio su autenticidad, y consideran la obra como una leyenda, un mito, una parábola. Afirman no poder admitir sus elementos milagrosos; pero los milagros citados aquí no son más increíbles que las plagas de Egipto, el paso del mar Rojo, la columna de fuego y de humo, el maná, la roca de Horeb, o la resurrección de Cristo.
Los que rehúsan admitir la posibilidad de tales milagros sitúan la redacción del libro después del exilio, alrededor del siglo IV a.C. o posteriormente. Pero se puede evidenciar el carácter histórico de la obra y su unidad por las siguientes razones:
(a) El estilo es narrativo, los nombres no son simbólicos. El lector sin opiniones previas recibe la impresión de que se trata de un relato auténtico. Es indiscutible que el mismo Jonás fue un personaje histórico. Jesús afirma que Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del gran pez.
Afirma asimismo el milagro del arrepentimiento de los moradores de Nínive al oír la predicación de Jonás. Así, todo el relato del libro de Jonás queda autentificado por la autoridad de Cristo. La importancia dada por el Señor al milagro de Jonás es tan grande que puede declarar que a su generación no le será dada otra señal que ésta (Mt. 12:39-41; Lc. 11:29-32).
Si admitimos la autoridad del Hijo de Dios, es insostenible el rechazo de la autenticidad del libro de Jonás y su carácter sobrenatural. Tampoco puede considerarse como una mera leyenda o parábola.
(b) Se ha echado mucho ridículo sobre la historia de la «ballena» de Jonás, debido a que las ballenas no pueden tragar a un hombre; además, raras veces aparecen por el Mediterráneo. Pero la verdad es que el texto no habla de una ballena, sino de un gran pez, de un monstruo marino.
Hay grandes tiburones que pueden tragarse hombres enteros. Durante el siglo pasado y el presente han circulado varias noticias acerca de personas rescatadas con vida de las entrañas de grandes animales marinos.
En Princeton Theological Review, por ejemplo, se narra el caso de un hombre que, caído al mar, fue rescatado tres días después, inconsciente pero vivo, al capturar un ballenero un mamífero marino y abrirlo (vol. 25 [1927], p. 636). No hay motivo alguno para dudar del relato, excepto la incredulidad que no acepta que Dios pueda intervenir, y que desconoce el poder de Dios.
(c) La inmensidad de Nínive (Jon. 3:3; 4:11), que había sido puesta en tela de juicio por ciertos críticos, ha sido confirmada por las excavaciones arqueológicas. La ciudad interior tenía catorce kilómetros de perímetro y se desparramaba en numerosos suburbios alejados entre sí un buen número de kilómetros (véase NÍNIVE).
(d) Debido a la presencia de arameismos en el texto, se ha argüido que ello indica una fecha tardía. Pero no puede descartarse una influencia aramea en el reino del norte en los tiempos anteriores a Jeroboam II, debido a los muchos contactos comerciales con el exterior, Las correspondientes con Jeremías y ciertos salmos no tienen peso en este argumento, como se documenta en el estudio de R. D. Wilson «The Authenticity of Jonah», en Princeton Theological Review, vol. 16, PP. 280-298, 430-456.
(e) El argumento de por qué el rey de Asiria recibe el nombre de «rey de Nínive» en Jon. 3:6 no se sostiene, por cuanto en otros pasajes del AT se usan apelaciones semejantes. El rey de Israel recibe el nombre de rey de Samaria (1 R. 20:43; 21:1), y el rey de Siria, el de rey de Damasco (2 Cr. 24:23).
(f) En general, los críticos rechazan el «salmo» del capítulo 2, pero con ello destruyen la simetría del libro, en el que cada mitad comprende dos capítulos. Estos autores acusan a Jonás de no pronunciar una oración sino un cántico de liberación; con esto exhiben su ignorancia de que la esencia misma de la oración es la confianza y la acción de gracias.
Se ha de observar que este salmo es la acción de gracias de Jonás no por haber salido del pez, sino por haber escapado a morir ahogado. Todas las expresiones de su oración tienen este sentido.
(g) Para los críticos, toda noción universalista de la salvación es tardía e incluso postexílica. Pero esta concepción es arbitraria, porque desde el mismo principio la Biblia afirma que el objetivo de Dios es el de salvar a toda la raza humana y a todas las naciones de la tierra (Gn. 9:17; 12:3; 18:18; 49:10; Sal. 72:8-11, etcétera).
(h) Es perfectamente plausible que los ninivitas se arrepintieran. Su imperio estaba entonces en una precaria situación, y su historia menciona las epidemias de los años 765 y 759 a.C., así como un eclipse total en el año 753, todo lo cual era considerado como señales de la ira divina.
Cierto que ignoramos qué relaciones puedan existir entre estas señales y Jonás; pero la llegada de un profeta extranjero, del que los ninivitas pudieron llegar a conocer su extraña odisea, pudo llegar a conmoverlos. Señalemos aquí que se trata de su arrepentimiento, y no de su conversión total.
De la misma manera hubo avivamientos nacionales en Judá bajo los reinados de Ezequías y Josías; sin embargo, éstos duraron bien poco; el retorno nacional a Dios fue pasajero y no impidió la tragedia final.
En cuanto al silencio de la historia profana acerca de ello, si fue un arrepentimiento fugaz, al no haberse dado el cumplimiento de la profecía de destrucción, es posible que los corazones de los ninivitas se volvieran pronto a sus viejos caminos (cfr. Jer. 34:8-11 ss).
Con mayor razón, los historiadores paganos habrían pasado este episodio en silencio. De todas maneras, el argumento del silencio no tiene verdadero fundamento. Hace pocos decenios, debido al hecho de que no se conocía ninguna referencia extrabíblica a los hititas (heteos), se declaraban un error las 47 alusiones a los heteos en la Biblia.
Los descubrimientos arqueológicos efectuados con posterioridad han reducido a la nada todas las anteriores afirmaciones. Queda la posibilidad de que un día salgan a la luz de las ruinas de Nínive las tabletas que serían el relato ninivita de la predicación de Jonás y sus consecuencias.
Mientras, no hay razón alguna para no aceptar totalmente el testimonio de la profecía y de Jesucristo, aceptando como justa la superinscripción de este pequeño libro: «Vino palabra de Jehová a Jonás hijo de Amitai...» (Jon. 1:1).
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