El libro de Josué reanuda la historia de Israel a partir de la muerte de Moisés, último acontecimiento que relata Deuteronomio. Este libro tiene más relación con el Pentateuco que con los siguientes escritos, por cuanto el espíritu de los tiempos mosaicos seguía impregnando la época de Josué; constituye asimismo el cumplimiento de todas las promesas hechas en los libros anteriores con respecto a la toma de posesión de la Tierra Prometida.
Ciertos críticos consideran que el Pentateuco y el libro de Josué forman un todo, al que llaman el Hexateuco; pero las alusiones de Josué al «libro de la Ley» (Jos. 1:8; 8:31-32; 23:6) muestran claramente que ha sido siempre un libro separado. En el canon hebreo, el libro de Josué es el primero de los Profetas; con él se abre la sección denominada de los profetas anteriores, la que incluye en nuestras Biblias los libros desde Josué a 2 Reyes, con excepción de Rut, que pertenece a la tercera sección del canon (véase CANON).
El libro de Josué se puede dividir en tres secciones:
(a) La conquista de Canaán (Jos. 1-12), que comprende los preparativos para la travesía del Jordán y el paso de este río (Jos. 1:1-4:18); el establecimiento del campamento y la celebración de la Pascua (Jos. 4:19-5:12); la toma de Jericó; la de Hai; el altar erigido sobre el monte Ebal; la confirmación de la alianza; el tratado con los gabaonitas (Jos. 5:13-9:27); las expediciones al sur y al norte (Jos. 10-11); la recapitulación (Jos. 12).
(b) La partición del país de Canaán entre las tribus (Jos. 13-22), que incluye: una descripción del país que se iba a repartir (Jos. 13); el reparto, con la designación de las ciudades de refugio y la atribución de ciudades a los levitas (Jos. 14-21); el pleito acerca del altar elevado al este del Jordán (las tribus del oeste temían que aquel altar fuera causa de desunión, Jos. 22).
(c) El discurso de despedida de Josué y su muerte (Jos. 23-24). Se afirma formalmente que Josué «escribió estas palabras en el libro de la ley de Dios» (Jos. 24:26); «estas palabras» incluían, en todo caso, el registro de la última asamblea de Siquem (Jos. 23:1-24:25). En cuanto a los últimos versículos del libro (Jos. 24:29-33), es evidente que fueron redactados después de la muerte de Josué, de Eleazar, y de los hombres de esta generación. La conquista de Hebrón, de Debir y de Anab por parte de Caleb (Jos. 15:13-20), tuvo lugar después de la muerte de Josué. La alusión a estas conquistas fue intercalada en este lugar del relato para completarlo (cfr. Jue. 1:10-20). (Véase HEBRÓN.) En Jos. 12:14, Sefat lleva el nombre de Horma, que le fue dado más tarde (Jue. 1:17). (Véase HORMA.).
Autor y fecha de redacción.
Josué es más el héroe que el autor del libro. Él mismo escribió varios de sus pasajes (Jos. 18:9; 24:26; cfr. Jos. 8:32), pero es probable que un autor inspirado acabase el relato poco después de la muerte de Josué.
(a) La abundancia de detalles y la vivacidad de la narración sugieren un testimonio ocular (cfr. Jos. 2, 3, 5:1, 6; 6-8; 15:6; 18:17, etc.).
(b) El libro fue escrito en época temprana: Rahab vivía aún entre el pueblo (Jos. 6:25). La expresión «hasta el día de hoy» aparece en catorce ocasiones (tres de estos pasajes sólo se pueden aplicar al tiempo en que Josué estaba todavía vivo: Jos. 22:3; 23:8, 9).
(c) La ciudad de Hai seguía en ruinas (Jos. 8:28).
(d) Los jebuseos seguían ocupando la ciudadela de Jerusalén (Jos. 15:63), de donde David los echó más tarde (2 S. 5:5-9).
(e) Los cananeos seguían viviendo en Gezer, lo que ciertamente lo sitúa antes de la época de Salomón (Jos. 16:10; cfr. 1 R. 9:16).
(f) Los gabaonitas entregaban entonces su cuota de madera y de agua (Jos. 9:27), en tanto que fueron diezmados por la crueldad de Saúl (2 S. 21:1-9).
(g) La ausencia de toda alusión al reino de Israel y su división es igualmente significativa. Por esto Keil se apoya en sólidas razones para afirmar que el libro fue escrito por «uno de los ancianos que sobrevivió a Josué».
Confirmación arqueológica.
Las cartas de Tell el-Amarna son generalmente consideradas como el testimonio cananeo de la conquista israelita, con peticiones al faraón de Egipto para conseguir protección, siendo situadas en el siglo XIV a.C. Sin embargo, la evidencia interna en base a un minucioso reexamen de las tabletas indica, según los estudios de Velikovsky (Velikovsky, I.: «Ages in Chaos», PP. 223-340, véase Bibliografía bajo Amarna), que las cartas de Tell el-Amarna pertenecen al siglo IX a.C., a la época de Josafat.
Con todo, la religión idolátrica de origen cananeo que aparece en los documentos de Ugarit (Ras-Samra) y en los de Amarna, al igual que la evidenciada por los descubrimientos arqueológicos en Palestina, presentan con exactitud los ritos abominables denunciados por Moisés y Josué (Lv. 18:21-24; véase DIVINIDADES PAGANAS), y que se perpetuaron a lo largo de la historia de Israel hasta el exilio babilónico, al adoptar los israelitas los falsos cultos de los cananeos.
Los dioses principales, Il y Baal, eran monstruos de corrupción; las deidades femeninas, Asera, Anat y Astoret, patronas del sexo y de la guerra, no eran mejores. Todos estos falsos dioses expresaban la crueldad y degeneración moral de sus adoradores. Estos descubrimientos no sólo ilustran las claras afirmaciones de la Biblia, sino también los escritos de Filón de Alejandría. Dan la explicación de la orden dada a Israel de destruir a los cananeos.
Se trataba por una parte de un juicio divino sobre una ultrajante degradación, y por otra una medida de seguridad, mediante la eliminación de una gangrena capaz de corromper a los israelitas mismos (Éx. 23:24; Dt. 7:1-5; 12:29-31; Jos. 6:17, 18; 8:24-25; 11:12-15, 19-20).
Los cananeos, además de otras espantosas prácticas rituales, inmolaban a Baal, o a otro dios, cada primogénito recién nacido (cfr. «Child Sacrifice at Carthage - and in the Bible», Biblical Archaeology Review, vol. 10, n. 1, ene.-feb. 1984, PP. 31-51) y niños pequeños, incluso de cierta edad.
Es imposible leer las Escrituras y familiarizarse con la Historia sin darse cuenta de que Dios castiga a los pecadores endurecidos: la generación del Diluvio, las ciudades de Sodoma y Gomorra (que en todo se asemejaban a los cananeos); Babilonia, Nínive, Jerusalén misma en dos ocasiones, y con frecuencia también en la historia moderna de las naciones.
El mismo Jesús y Juan, el apóstol del amor, anuncian tales juicios, sin hablar de las declaraciones que hacen acerca del castigo eterno (cfr. Tasker, R. V. G.: «La ira de Dios», Ed. Evangélicas Europeas, Barcelona, 1971, seg. ed., donde se trata el tema de las guerras del AT y del gobierno moral de Dios).
La prolongación del día de la batalla de Gabaón (Jos. 10:12-14) ha afrontado muchos escepticismos y suscitado un cúmulo de teorías. En su obra «Worlds in Collision» (Mundos en Colisión), Velikovsky, que sustenta la postura de un acercamiento de un gran cometa a la tierra, que más tarde se transformaría en el planeta Venus, aporta, sin embargo, pruebas concretas de que este fenómeno fue de alcance mundial; en los Anales de Cuauhtitlán de México se relata que en el remoto pasado, durante una catástrofe cósmica, hubo una noche que tardó en terminar.
Sahagún (1499-1590) relata, en su Historia general de las cosas de Nueva España, que, según las tradiciones de los aborígenes, durante un cataclismo cósmico, el sol se mantuvo una madrugada muy bajo en el horizonte, tardando mucho en subir. Velikovsky documenta otros relatos que concurren en el fenómeno de la detención del día o de la noche, con correspondencia en la situación del pueblo que da el relato.
Es evidente que el hecho es tal como se relata en el libro de Josué, y que la causa no fue «un fenómeno excepcional de refracción», como se ha pretendido en ocasiones, en un intento de racionalizar el texto. En base a relatos independientes de otros grupos étnicos por todo el Globo, el fenómeno de Gabaón tuvo repercusiones a escala mundial («Worlds in Collision», Doubleday, Garden City, New York, 1950).
Significado espiritual.
Según 1 Co. 10:6, 11, los acontecimientos del Éxodo, del desierto y de la conquista de Canaán son tipos de nuestras experiencias espirituales. Josué nos relata la conquista de la Tierra Prometida, lo que no representa todavía el cielo, sino la esfera en la que nosotros conseguimos con Cristo, nuestro gran Josué, nuestras victorias espirituales.
En principio, todo el país fue entregado a los hijos de Israel, que lo reconocieron por medio de espías (Jos. 1:3; 2:1). Para entrar en él, cruzaron las aguas del Jordán, símbolo de sepultura (las doce piedras dejadas en el lecho del río, Jos. 4:9) y de resurrección espiritual (las otras doce piedras levantadas en Gilgal, vv. 8, 20).
El mismo Jehová les precedió en el combate (Jos. 5:14; cfr. Jn. 10:3-10; He. 12:1-2). El enemigo era terrible y astuto, pero estaba ya vencido por adelantado (Jos. 6:1-2; 9:1-4; cfr. 2:9-11). El pueblo tenía que tomar las armas y emprender la batalla, pero no iba a triunfar más que por la fe (Jos. 6; 8; Ef. 6:12-17).
Cuando un pecado contaminó el campamento, contristando al Señor, Él dejó de manifestar su poder y el pueblo conoció la derrota (Jos. 7; Ef. 4:30). Gracias al poder y fidelidad de Dios, el pueblo fue de victoria en victoria, y gozó finalmente de reposo con la posesión del país (Jos. 21:43-45; Ef. 5:18; 3:16-20). No es sorprendente que el libro de Josué haya recibido el nombre de «Efesios del AT».
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