Mundo: Término con que se traducen cuatro palabras hebreas y tres griegas que se refieren a una realidad existente en el espacio y en el tiempo.
Según el Antiguo Testamento, el mundo se distingue claramente de su Creador y en esto el concepto riñe con los sistemas míticos de los babilonios, egipcios, etc., en los que el mundo es una emanación de lo divino.
La cosmología hebrea (→ CREACIÓN), ajena a todas las preocupaciones científicas y especulaciones filosóficas, sitúa al mundo en relación con el hombre: Dios crea al hombre del polvo de la tierra para dominar el mundo (Gn 1.26–28), y en este sentido lo arrastra a su propio destino. Dicha concepción queda comprendida en los siguientes postulados:
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El mundo que Dios creó continúa manifestando la bondad divina. Dios en su sabiduría lo organizó como una verdadera obra de arte, una y armónica (Job 28.25ss; Pr 8.22–31 → TIERRA). La contemplación del universo agota las facultades de admiración del hombre (Salmos 8.1–9; Salmos 104).
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Para el hombre pecador, el mundo significa también el instrumento de la ira de Dios (Gn 3.17ss). El que hizo las cosas para la felicidad del hombre, también las utiliza para castigarlo.
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De estas dos maneras el mundo se asocia activamente con la historia de la salvación, en función de la cual adquiere su verdadero sentido religioso. Aparece un nexo misterioso entre el mundo y el hombre, ya que los dos viven una misma historia (Gn 1.1–2.4).
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El hombre, a quien incumbe llevar el mundo a la perfección con su trabajo, le imprime más bien un sello teñido de su propio pecado. Por eso los profetas advierten de un → JUICIO final que no solo afectará a la humanidad sino que trastornará el orden de lo creado (Jer 4.23–26) y traerá de nuevo el caos (Is 13.10; Is 24.19ss; Jl 2.10; Jl 3.15). Más allá del juicio, sin embargo, se prepara para el mundo una renovación profunda (Is 65.17; Is 66.22). En el judaísmo posterior se concebía el fin de la historia humana como un paso del mundo (o del → SIGLO) presente al mundo (o al siglo) venidero, que tendrá lugar cuando Dios venga a establecer su → REINO.
La aparente ambigüedad veterotestamentaria continúa en el Nuevo Testamento: el mundo es la creación excelente de Dios (Hch 17.24), hecha por la actividad de su → VERBO para dar testimonio de Él (Hch 14.17; Ro 1.19ss). Sin embargo, sería insensato ensalzarlo demasiado, porque el individuo vale más intrínsecamente (Mt 16.26). Es más, este mundo identificado con el género humano caído y pecaminoso, está realmente en poder de → SATANÁS, su príncipe (Jn 12.31; Jn 14.30; Jn 16.11; 1 Jn 5.19; cf. Lc 4.6) y «dios» (2 Co 4.4).
Es un mundo de tinieblas regido por los espíritus malignos (Ef 6.12); engañador que esclaviza (Gl 4.3, 9; Col 2.8, 10), y finge dar sabiduría (1 Co 1.20) y paz (Jn 14.27), pero solo logra una tristeza mortífera (2 Co 7.10). En eso se revela su pecado (Jn 1.29) e incredulidad que resultan un obstáculo para quien quiere entrar en el Reino (Mt 18.7). Por tanto, el mundo está condenado a ser inseguro y pasajero (1 Co 7.31; 1 Jn 2.16).
Paradójicamente, Dios ama a este mundo (Jn 3.16), y envió a Jesús para salvarlo (Jn 12.47). El Hijo no es del mundo (Jn 8.23; Jn 17.14; Jn 18.36; cf. Jn 14.30); por eso el mundo lo odia (Jn 15.18) y lo condena a muerte. Pero en ese momento se invierte la situación: en la crucifixión y resurrección se efectúa el juicio del mundo (Jn 12.31) y la victoria de Cristo sobre él (Jn 16.33). Jesús acepta la voluntad del Padre, abandona el mundo (Jn 16.28) y regresa al Padre para sentarse en gloria extraterrestre (Jn 17.1, 5) y dirigir la historia (Ap 5.9).
Esta victoria rescató al mundo de su esclavitud; Dios puso todo bajo los pies de Cristo (Ef 1.20ss; Col 1.20). Sin embargo, el mundo presente no ha llegado todavía a su fin (1 Co 15.25–28; Ap 21.4ss) y sigue en espera de su redención (Ro 8.19ss).
Los cristianos se hallan, por ende, en el mundo (Jn 11.11) sin ser de Él (Jn 15.19; Jn 17.14, 16). Su tarea es separarse del mundo contaminador, o sea, del sistema que se opone a Dios (Ro 12.2; 1 Co 7.29ss; Gl 6.14; 2 Ti 4.10; Stg 1.27; Stg 4.4; 1 Jn 2.15s). Pero no pueden retirarse del mundo; más bien, han de llevar en el mismo una vida que testifique de su Señor (Mc 16.15; Jn 17.18, 21, 23; Flp 2.15; 1 Jn 4.17). Inevitablemente tropezarán con la hostilidad (2 P 2.19ss; Jn 15.18ss; → PERSECUCIÓN) pues hasta el final la fe y la incredulidad convivirán en el mundo (Mt 13.38ss; Jn 3.18–21), pero entonces el juicio iniciado llegará a su culminación (Ro 3.6; 1 Co 6.2).
Bibliografía:
DTB, col. 695–700. VTB, pp. 503–508. H. Schlier, Problemas exegéticos fundamentales en el Nuevo Testamento, Fax, Madrid, 1970, pp. 319–333.