Nube: Desde los tiempos bíblicos las nubes han sido reconocidas como indicadoras de lluvia (1 Reyes 18:44, 45; Lucas 12:54), aunque también se mencionan «nube sin agua», que aparecen en el verano y cuya imagen se usa como ejemplo de algo engañoso (Proverbios 25:14; Isaías 25:5; Judas 12).
También, y especialmente por las mañanas, hay nubes ligeras traídas por las brisas del mar que, al chocar con el aire caliente, se desvanecen rápidamente sin dejar rastro. A este fenómeno hacen referencia los escritos sagrados para señalar la transitoriedad de la vida y de las cosas (Job 7:9; 30:15), la falsedad de un sentimiento o un acto (Oseas 6:4) y, en sentido positivo, la acción del perdón de Dios que deshace el pecado (Isaías 44:22).
A través de toda la Biblia, las nubes acompañan a las → teofanías. Aparecen en el pacto con Noé (Génesis 9:13–16), en el monte Sinaí (Éxodo 19:16; 24:15) y, como muestra visible de la presencia divina, en la peregrinación israelita (Éxodo 13:21, 22), sobre el tabernáculo (Éxodo 40:34, 35) y en el templo terminado (1 Reyes 8:10).
En el Nuevo Testamento vuelven a aparecer con igual significado en la transfiguración del Señor Jesucristo (Mateo 17:5), su ascensión (Hechos 1:9) y su Segunda Venida (Apocalipsis 1:7). Además de ser símbolos de la gloria y majestad de Dios (Éxodo 16:10; Salmos 97:2; Apocalipsis 14:14–16), las nubes representan también el juicio divino (Joel 2:2).
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