Oración
Diálogo del hombre con Dios. Es un acto de → adoración y comunicación, e incluye la presentación de nuestros deseos a Dios, en el nombre de Jesucristo y con la asistencia del Espíritu Santo (Juan 14:13, 14; Romanos 8:26, 27; Filipenses 4:6). Algunos consideran Génesis 4:26 como el primer registro de una oración pública. La oración, juntamente con el → ayuno, era una de las prácticas del judío piadoso.
En el Antiguo Testamento la oración estaba relacionada con el → sacrificio en el templo y, después del año 70 d.C., los rabinos llegaron a sostener que la oración era «mejor que el sacrificio». En la sinagoga, aquella ocupó el lugar de este. Aunque no existe en la Biblia un orden al respecto, el judío acostumbraba orar al menos tres veces al día (Salmos 55:17; Daniel 6:10).
Las horas de oración eran: la tercera, o sea las 9.00 (Hechos 2:15), la sexta, las 12.00 (Hechos 10:9) y la novena, 15.00 (Hechos 3:1). Al orar, se acostumbraba mirar hacia Jerusalén (2 Crónicas 6:34; Daniel 6:10). Cuando la oración se hacía en los atrios del templo, el rostro se tornaba hacia el templo mismo. Ambas costumbres, las de las horas fijas de oración y la de mirar hacia Jerusalén, las practicaron también los primeros cristianos.
La oración no solo se practicaba en el templo, sino también en las casas o en los lugares apartados (Daniel 6:10; Lucas 1:10). Cuando se hacía en la casa, generalmente se usaba una habitación en la planta alta, denominada → aposento alto, una especie de azotea (Hechos 10:9). La posición usual para orar era de pie (Mateo 6:5), aunque también se hacía inclinándose o de rodillas (Hechos 21:5).
El Nuevo Testamento manda orar en todo tiempo (Lucas 18:1; Efesios 6:18; 1 Tesalonicenses 5:17) y en todo lugar (1 Timoteo 2:8). De acuerdo con las Sagradas Escrituras, la actitud del espíritu del que ora es más importante que la hora, el lugar, la posición del cuerpo o las fórmulas. Se debe orar con intensidad espiritual (Lucas 22:44; Efesios 6:18; 1 Tesalonicenses 3:10).
Con excepción de la oración dedicatoria de diezmos y primicias en el Antiguo Testamento (Deuteronomio 26:1–15) y del Padrenuestro en el Nuevo Testamento (Mateo 6:9–13), la Biblia no ordena la repetición de fórmulas fijas de oración. Aun en el Padrenuestro la intención es establecer los elementos principales que deben incluirse en toda oración cristiana y el orden de importancia en que deben presentarse.
En ocasiones ni las palabras son necesarias para que una oración sea eficaz (Nehemías 2:4, 5). Puede ser un acto de contemplación, o un diálogo entre el orante y Dios en el lenguaje del espíritu. En el más puro sentido cristiano, una lágrima, un gemido o el silencio pueden convertirse delante de Dios en oración del más alto nivel espiritual (1 Samuel 1:10, 12, 13; Romanos 8:26).
La Biblia dice que Cristo pasó noches enteras en oración. Probablemente no hablaba en voz alta, sino oraba en su fuero interno sin palabras siquiera. Eso es lo que hace practicable el mandamiento de 1 Tesalonicenses 5:17. La mucha palabrería y no la falta de palabras fue lo que Cristo censuró (Mateo 6:7).
La oración no debe usarse tampoco para ostentar religiosidad. En Mateo 6:5 Cristo no condena el hecho de la oración pública, sino la motivación orgullosa con que esta se hacía.
La historia bíblica revela un proceso evolutivo en la oración. En el Antiguo Testamento, con algunas bellas excepciones, la oración es un recurso para conseguir bienes materiales y protección temporal. No muchos encontraban en ella un medio de comunión verdadera con Dios. En el Nuevo Testamento la oración se convierte, en forma más general, en una experiencia del espíritu. Disfrutar de la presencia de Dios y la unión con Cristo son los fines principales.
La oración ha involucrado generalmente → adoración, por la que expresamos nuestro sentimiento de la bondad y grandeza de Dios (Daniel 4:34, 35); → confesión, por la que reconocemos nuestra iniquidad (1 Juan 1:9); súplica, por la que pedimos perdón, gracia o cualquier otra bendición (Mateo 7:7; Filipenses 4:6); → intercesión, con la que rogamos por otros (Santiago 5:16); y → acción de gracias, con la que expresamos nuestra gratitud a Dios (Filipenses 5:6).
Las Sagradas Escrituras contienen pasajes en los que pareciera que la oración pone al arbitrio indiscriminado del hombre los poderes ilimitados de Dios. Sin embargo, a esos pasajes los complementan otros que establecen condiciones claras para la eficacia de la oración, a saber: relación de hijo (Mateo 6:9, 26, 32; 7:11; 15:26), fe (Mateo 17:20; Lucas 11:24; Santiago 1:6), limpieza de vida (1 Timoteo 2:8; 1 Pedro 3:7), armonía con la voluntad de Dios (1 Juan 5:14), corazón perdonador (Marcos 11:22–26), persistencia (Génesis 32:22–31; Lucas 11:5ss; Hechos 1:14; 12:5; Romanos 12:12; Colosenses 4:2) y buenos motivos (Santiago 4:3).
Es responsabilidad cristiana orar por los enemigos (Mateo 5:44), por los gobernantes (1 Timoteo 2:1–3), los unos por los otros (Santiago 5:16), la obra de Dios y para que esta se lleve a cabo (Mateo 9:36–38) y para que su reino se establezca (Mateo 6:10). En Judas 20 se ordena orar en el → Espíritu Santo, y según Jesucristo, lo mejor que Dios puede dar en respuesta a la oración es el Espíritu Santo (Lucas 11:11–13).
Entre los interrogantes con relación a la oración, algunos se preguntan: ¿Por qué orar si Dios sabe lo que sus hijos necesitan antes de que se lo pidan y si ya Él tiene un plan para cada uno? ¿Por qué no se producen estas cosas espontáneamente?
La Biblia enseña que se debe orar porque, aun cuando Dios sabe todas las cosas, Él ha establecido intervenir en ellas generalmente en respuesta a la oración. Además, de esta manera se le impone al hombre cierto grado de responsabilidad y se le permite desarrollarse y establecer un orden de prioridades.
La oración no tiene como finalidad decirle a Dios lo que debe hacer ni cómo debe hacerlo. El Altísimo es árbitro de sus planes pero, siendo el hombre un ser moral, Dios no le impone su plan, sino que se lo ofrece. A través de la oración el hombre conoce la voluntad divina, la acata y se capacita para llevarla a cabo en su vida (Romanos 8:26, 27).
¿Por qué algunas oraciones no son contestadas? En realidad, Dios contesta todas las oraciones. Lo que sucede es que a veces su respuesta es negativa. A veces Dios explica el porqué de su negativa (Deuteronomio 3:23–26; 2 Corintios 17:7–9).
Si el que ora tiene absoluta fe en el amor (Juan 3:16; Romanos 8:32), la justicia (Génesis 18:25), la sabiduría (Judas 25) y la omnipotencia de Dios (Apocalipsis 1:8), estará capacitado no solo para aceptar las negativas o el silencio de Dios, sino aun las circunstancias que parezcan negar la eficacia de la oración. Saldrá triunfante aun frente a los casos más desconcertantes (Mateo 11:11; 14:1–12).
El que ora enfrenta en ocasiones grandes obstáculos, no todos naturales: personalidad, preocupaciones, limitación de tiempo, ambiente, desconocimiento de lo que conviene (Romanos 8:26), etc. Para que la oración llegue a Dios tiene que enfrentarse a las fuerzas espirituales de maldad (Daniel 10:12–14; Lucas 4:13; Efesios 6:10–20). En esta lucha la única garantía de triunfo en la oración viene del auxilio del Espíritu Santo (Romanos 8:26–28; Efesios 6:18).
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