Es el primero de los «Profetas Menores», y se divide en dos secciones: (Os. 1-3, y Os. 4-14):
(a) La primera sección se relaciona con el inicio del ministerio del profeta.
(A) El capítulo 1 data al menos del reinado de Jeroboam II, y abarca quizá seis meses más hasta el final de este reinado; se trata así del período inmediatamente anterior a la aniquilación de la casa de Jehú (Os. 1:2-4).
Estos tres primeros capítulos dan la clave del libro entero, que, dirigido a la conciencia, se refuerza en buscar el arrepentimiento de Israel, infiel a Jehová a todo lo largo de su historia (Os. 4:1-5:7; 6:4-7:16; 8-11). Oseas muestra la necesidad del castigo y el inmutable amor de Dios por su extraviado pueblo (Os. 6:1-3; Os. 12-14).
Los capítulos 1 a 3 ponen en evidencia, con su símil de la mujer adúltera, la infidelidad de Israel y la dilatada paciencia del Señor. El extraño matrimonio del profeta ha suscitado a lo largo de la historia diversas interpretaciones:
(I) Se argumenta, por un lado, que se trata de un mensaje recibido en visión, pero no de un hecho real.
(II) Otra postura muy parecida a la precedente es que se le da a esta unión el sentido de una parábola, por las siguientes razones:
(1) Es imposible que Dios haya ordenado al profeta que se casara con una prostituta, un matrimonio odioso que hubiera debilitado su autoridad sobre los mejores elementos de la población.
(2) La Ley de Moisés prohibía que un sacerdote se casara con una mujer deshonrada; aunque los profetas no eran sacerdotes, Dios no incitaría a un profeta a que se casara con una mujer deshonesta.
(3) Los acontecimientos del capítulo 1, si eran reales, abarcarían años, teniendo en cuenta el nacimiento de varios hijos; en este caso, la enseñanza de la acción alegórica desaparecería. Esta tercera objeción, sin embargo, no es válida: Una vocación profética se presenta en ocasiones por etapas; la experiencia adquirida en el curso de los años puede afirmar aún más las convicciones.
El largo sufrimiento de Oseas le habría permitido comparar mejor la infidelidad de Gomer hacia él y la de Israel hacia Dios.
Se pueden así refutar las opiniones anteriores (I y II):
(1) Lo que sea reprensible en el mundo real desde el punto de vista moral y religioso no lo será menos cuando se presente bajo forma de visión o de parábola.
(2) Este episodio ficticio, esta parábola de Oseas, hubiera arrojado una mancha sobre la reputación de sus hijos, constituido una calumnia contra Gomer, que no hubiera sido culpable de adulterio, ridiculizado en vano al profeta, y provocado tensiones sin causa en la familia.
(3) Oseas no da ni la más mínima indicación de que todo ello sea una mera alegoría o parábola.
(4) El nombre de Gomer, hija de Diblaim, no indica ningún simbolismo.
(5) El hecho de que el segundo hijo fuera niña no constituye ningún simbolismo.
(6) Otros profetas anteriores, como Ahías (1 R. 11:29-31) y Sedequías (1 R. 22:11), habían usado gestos realistas.
(7) Los profetas tenían la costumbre de dar a sus hijos nombres simbólicos (cfr. los nombres de los hijos de Isaías [ Is. 7:3; 8:3 ]).
(8) En Os. 1:2-4, 6 el profeta figura en tercera persona, y en primera en 3:1-3. Se puede hacer este cambio en el curso de un relato real, pero una alegoría o una parábola no lo tolerarían.
(9) La experiencia de Oseas da la mejor explicación de este mensaje, que brota del sufrimiento del profeta.
(III) La posición coherente es aceptar que hubo matrimonio; pero es plausible admitir que o bien Gomer era una mujer ligera arrepentida, o bien que sus tendencias a la infidelidad no se manifestaron más que después de su matrimonio.
Las palabras de Os. 1:2 pueden ser comprendidas como una anticipación, un presagio. En todo caso, al casarse con Gomer, de quien estaba enamorado, el profeta vivió una amarga experiencia; pero comprendió que, en el plan de Dios, su mismo sufrimiento lo prepararía para proclamar su mensaje.
Los comentaristas piensan que en los dos relatos de Os. 1:2-3 y de 3:1-3 se trata de la misma mujer, Gomer. La narración se da en el primer caso en tercera persona, y en el segundo en primera persona.
Los nombres de los hijos están cargados de significado:
Jezreel significa «Él (Dios) siembra». En Os. 1:4, 5 el nombre de Jezreel, que implica «sembrar destrucción», recuerda hechos históricos. Sísara fue derrotado en la llanura de este nombre (Jue. 4:13 ss.); Gedeón combatió contra los madianitas y los amalecitas (Jue. 6:33; 7:1), y se dieron batallas entre filisteos e israelitas (1 S. 29:1).
El recuerdo más siniestro que evocaba este lugar era el de la matanza de la casa de Acab llevada a cabo por Jehú. Fue también en Jezreel que los hombres de Jehú hirieron de muerte a Ocozías, rey de Judá (2 R. 9:10). En Os. 1:4, 5 se anuncia el castigo de la casa de Jehú.
Lo-ruhama (Os. 1:6) significa literalmente «no compadecida».
Lo-ammi (Os. 1:9) significa «no mi pueblo» (lo que ya no es más mi pueblo). Como Gomer, infiel a Oseas, Israel también había perdido todo derecho al pacto de Dios con la nación.
Se podría decir desde el punto de vista espiritual que Israel era culpable de adulterio. El amor de Oseas por Gomer simboliza el inmutable amor de Dios hacia Su pueblo. De la misma manera que Gomer estuvo bajo disciplina cuando Oseas la volvió a tomar, de la misma manera el infiel Israel deberá someterse al castigo (Os. 3:3-5).
Pero este período de prueba es un medio para el cambio (Os. 2:14-23). Israel volverá a saber quién es su Dios y se volverá a Él. El término de Jezreel tendrá entonces el sentido favorable de «sembrar el pueblo en la tierra» (Os. 2:24).
Los otros dos nombres pierden entonces su prefijo negativo (Os. 2:1, 25), viniendo así a significar «compadecida» y «pueblo mío». A partir de este momento quedará restablecida la armonía entre Dios e Israel, y reinará incluso en la naturaleza (Os. 2:21-23).
(b) Segunda parte.
Los capítulos 4 a 14 no son una sucesión de discursos ni una larga predicación, sino un resumen de la enseñanza profética de Oseas, elaborado por él mismo hacia el final de su ministerio, o quizá por alguno de sus discípulos después de la muerte del profeta.
Este resumen contiene lo esencial de sus mensajes públicos. La mayor parte de las profecías fueron dadas en un tiempo en que Asiria llenaba a Israel de terror. En ocasiones dan indicaciones cronológicas: es posible, p. ej., que Os. 10:14 tenga que ver con Salmansar V, rey de Asiria (728-722 a.C.).
El profeta habla con frecuencia de los contactos que el gobierno israelita hacía en ocasiones con Asiria y en ocasiones con Egipto, siguiendo la política de los dos últimos reyes de Israel (Os. 5:13; 7:11; 8:9; 14:3; cfr. Os. 12:1; 2 R. 17:3, 4). Así, parece que los reproches lanzados a Israel por esta política hayan sido emitidos bajo los reinos de Peka y de Oseas. En todo caso, no se puede pasar por alto la indicación cronológica de Os. 1:1.
Las secciones de los capítulos 4 a 14 forman entre si un conjunto lógico:
(A) Capítulos 4:1 a 6:3: denuncia del pecado y llamamiento al arrepentimiento. El pueblo es acusado de pecados manifiestos y grandes (Os. 4). Los sacerdotes y los príncipes son los primeros en cometerlos (Os. 5). Esta denuncia va seguida de una magnífica exhortación al arrepentimiento y de la promesa de que Dios volverá a darles su favor (Os. 6:1-3).
(B) Capítulos 6:4 a 10:15: La persistencia en el pecado entraña un duro castigo. Dios rechaza el arrepentimiento superficial (Os. 6:4-11). La inmoralidad, los excesos procaces de los grandes, no escapan de la mirada de Dios (Os. 7:1-7), que castigará la insensatez de Israel y su absurda política exterior, siempre en búsqueda de alianzas con los poderosos del momento (Os. 7:8-16).
A causa de su idolatría y de su separación de Judá, Israel será invadida (Os. 8:1-7). Los compromisos con Asiria, el envilecimiento espiritual, la confianza en los métodos humanos, todo ello atrae el juicio sobre Israel (Os. 8:8-14).
El pasaje de Os. 9:1-9 habla de infidelidad de Israel y del castigo que resultará de ella (Os. 9:10-17). Israel, floreciente como una viña frondosa, se entrega totalmente a la idolatría; el juicio decretado sobrevendrá sobre ellos, tan abrumador y destructor como hierbas venenosas (Os. 10:1-8). El pecado de Israel se compara con el de Gabaa (Os. 10:9-11). Se cosecha lo que se ha sembrado (Os. 10:12-15).
(C) Capítulos 11 a 13: Compasión y reprensiones. El amor de Jehová hacia Israel es semejante al inextinguible amor de un padre hacia su hijo, incluso cuando éste se extravía (Os. 11:1-11). El profeta lleva a la mente el recuerdo de Jacob, que confió al principio en sus propias fuerzas y su sagacidad; pero luchó con Dios y prevaleció.
Por ello, Oseas exhorta a Israel a que se aparte de las alianzas terrenas y que se vuelva a su Dios (Os. 12:1-7). Efraín es un comerciante deshonesto; sus riquezas le sirven de excusa, y peca. Jehová, que había liberado a Israel del yugo de Egipto, va ahora a echar a Efraín de su hogar y a ejecutar sus juicios (Os. 12:8-15).
El capitulo de Os. 13:1-8 revela cuál será el castigo de la idolatría de Efraín; las consecuencias de tal pecado quedan expuestas en los versículos de Os. 13:9-16.
(D) Capítulo 14: Llamamiento al arrepentimiento, a la confesión de los pecados y a la oración en humildad; promesa de que Jehová accederá a perdonar a los que se arrepientan, y que concederá a Israel las más grandes bendiciones materiales.
(c) Autenticidad.
Se ha preguntado por qué Judá es mencionada en una profecía dirigida a Israel (en particular de Os. 5:8 a 6:11). Está claro en primer lugar que el Señor jamás admitió el cisma nacional como principio; fue una consecuencia del pecado. Por otra parte, Oseas podía muy fácilmente hablar a Judá, que estaba estrechamente relacionada con Israel, y que se le iba asemejando más y más en el plano moral y espiritual.
La supresión de las alusiones a Judá haría ininteligible este pasaje. Tampoco es de sorprender que el profeta anuncie la restauración de Israel después del juicio, y su retomo a Palestina (Os. 2:1-2, 16-25; 3:5; 14:4-9).
Las profecías no se limitan nunca a proclamar solamente el castigo, desalentando al pueblo, sino que concluyen siempre con una nota de gracia y de victoria; la luz de la esperanza atraviesa los sombríos nubarrones e ilumina la inmensidad del porvenir.
Hay críticos que quisieran asignar esta nota a una época muy tardía, pero los textos no les favorecen. Finalmente, se ha planteado la cuestión de cómo Oseas, hablando desde Israel, podía anunciar con tanta claridad la unión final de todo el pueblo con la legítima dinastía surgida de David (Os. 3:5).
(A) El rechazo de la autenticidad de esta alusión implicaría arrojar dudas sobre el valor de la profecía referente al reinado universal de un rey de la estirpe de David. Además, esta misma predicación fue proclamada en el reino de Judá (Am. 9:11).
(B) Las decadencias y eliminaciones de sucesivas dinastías en el reino del norte durante los dos siglos anteriores eran, para los israelitas piadosos, prueba evidente de que Dios rechazaba aquellos reyes. La persistencia del linaje davídico confirmaba las profecías proclamadas en el reino del sur con respecto a esta dinastía, y constituía una prueba intrínseca de que Dios había elegido la casa de David.
(d) La queja de Oseas acerca de la ignorancia de su pueblo suena a moderna en nuestros oídos: «Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré... .» (Os. 4:6; cfr. 4:1; 5:4; 6:3, 6; 11:3).
Por «conocimiento de Dios» Oseas significa un contacto personal que produce profundas consecuencias, y que implica una transformación del carácter y de la conducta. El arrepentimiento significa, para Oseas, dar la vuelta, retornar a Dios.
Este retomo se produce por el conocimiento que se tiene de Dios, que no consiste en asirse a hechos nuevos, sino a hechos que han sido evidentes por mucho tiempo, y de los que se hubiera debido ser ya conscientes mucho antes.
La doctrina de Oseas acerca del arrepentimiento, tan completa y excelente, deriva de su conocimiento del tierno, profundo y magnífico amor de Dios. El pecado se evidencia tanto más odioso cuanto que Oseas lo presenta como un crimen contra el amor de Dios.
Oseas destaca la santidad de Dios y Su horror hacia el pecado (Os. 2:4-5; 6:5; 9:9; 12:15, etc.), así como Su amor hacia Israel (Os. 2:16-18, 22-25; 3:1; 11:1-4, 8-9; 14:4, 8, etc.). «El pecado, en último análisis, es, en su forma más terrible, una infidelidad al amor. Ataca directamente al corazón de Dios.
Destruye al pecador. Dios no puede jamás consentir el pecado, pero puede rescatar al pecador, y esto es lo que hace» (Campbell Morgan, «Voices of Twelve Hebrew Prophets»).
Amós proclama la justicia de Dios, y reivindica la justicia social; proclama asimismo el amor de Dios. Los dos mensajes no son incompatibles, sino que se complementan y, en el plano de la revelación, nos son necesarios.
Pero el maravilloso cantor del amor de Dios (Os. 14:4-8) describe igualmente Su ira y profiere terribles amenazas (cfr. Os. 5:10, 14; 7:12-16; 8:5, 13; 9:7-17; 11:5, 6; 13:7, 8). En el pasaje de Os. 11:8, 9 se presenta la infinita misericordia de Dios, que ningún pecado humano puede apagar ni debilitar.
El pensamiento esencial del mensaje de Oseas es como sigue: el poderoso e inalterable amor de Dios hacia Israel no quedará satisfecho hasta que haya restablecido una armonía perfecta entre este pueblo y Él mismo.
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