Pedro: (forma masculina de petra, traducción griega del arameo kefa que significa piedra, roca). Apóstol de Jesucristo que fue uno de los pilares de la iglesia primitiva.
Personaje y origen del nombre
El Nuevo Testamento lo llama dos veces por el antiguo nombre hebreo «Simeón» (Hch 15:14; 2 P 1:1 Biblia de Jerusalén), cuarenta y ocho veces por el griego → «Simón», veinte veces (casi todas en Juan) por el compuesto «Simón Pedro», y ciento cincuenta y tres veces lo llama «Pedro» (equivalente al arameo Cefas, que aparece nueve veces).
Era hijo de Jonás (Mt 16:17; cf. Jn 1:42), casado (Mt 8:14; Mc 1:30; Lc 4:38; su esposa lo acompañaba aún en la época apostólica (1 Co 9:5), hermano de Andrés y, probablemente como este, afectado por el ministerio de Juan el Bautista (Jn 1:39–40; Hch 1:22). Los Evangelios lo consideran oriundo de una ciudad a la orilla del mar de Galilea (→ Capernaum, Mc 1:21–29 y/o → Betsaida, Jn 1:44), donde ejercía con su hermano y algunos socios el oficio de pescador (Mc 1:29; Lc 5:10).
Quizás había tenido contactos con la cultura helénica y había aprendido el griego, pero conservaba el acento galileo de su arameo materno (Mc 14:70). Se le consideraba un hombre sin instrucción especial (Hch 4:13), aunque no hay por qué dudar de que supiera leer y escribir.
Su llamamiento
Posiblemente Pedro conoció a Jesús a través de Andrés (Jn 1:41), antes de su llamado personal, casi al comienzo del ministerio en Galilea (Mc 1:16–17). Después fue agregado al grupo íntimo de los doce (Mc 3:16–19), en cuya lista siempre ocupa el primer lugar (Mt 10:2; Mc 3:16; Lc 6:14). Jesús le llamó Cefas (que significa Pedro) desde el comienzo, con miras al cambio de su carácter (Jn 1:42); Marcos lo llama siempre Pedro a partir de 3:16 y no hay razón para pensar que este nombre se originara en Cesarea (Mt 16:18).
Pedro entre los discípulos
Los evangelistas insisten en el lugar destacado de Pedro entre los discípulos. Forma parte del grupo de los tres más íntimos de Jesús (Mc 5:37; 9:2; 14:33). A menudo actúa en nombre de los doce (Mt 15:15; 18:21; Mc 1:36–37; 8:29; 10:28; 11:21; 14:29–30; Lc 5:5; 12:41). Su confesión en Cesarea es representativa (Mc 8:27, 29) pues la pregunta se dirigió a todos.
Fue testigo de la transfiguración (Mc 9:1; cf. 1 P 5:1; 2 P 1:16–17). Su jactancia en Mc 14:29–30 quizás sea también representativa. Su debilidad es tan evidente como sus promesas de lealtad (Mc 14:66–72) y los Evangelios no la soslayan.
El mensaje de la resurrección señala especialmente a Pedro (Mc 16:7) y él es el que recibe una manifestación especial del resucitado (Lc 24:34; 1 Co 15:5). Aunque su papel en el cuarto Evangelio sea más atenuado y el discípulo amado juegue un papel más importante, la intervención de Pedro siempre aparece decisiva (por ejemplo, Jn 6:68–69; 21:15–19).
La confesión de Cesarea
Mt 16:17–18 ha sido uno de los pasajes más debatidos, particularmente la sentencia del Señor: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia». No hay razón suficiente para dudar de la autenticidad de este pasaje, como algunos han pretendido, ni para ubicarlo en otro contexto, como han hecho otros (por ejemplo, Cullmann). Dos interpretaciones, ambas muy antiguas, se nos ofrecen como verosímiles:
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La roca es lo que Pedro ha dicho: su fe o, más propiamente, la confesión de fe (Orígenes, Agustín, et al). La iglesia será constituida sobre esta confesión apostólica (cf. Ef 2:20).
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La roca es el mismo Pedro (Tertuliano, et al).
La segunda interpretación es más simple y adecuada a la letra del pasaje (Mt 16:19 aparece en singular y tiene que haber sido dirigida al mismo Pedro).
Debe quedar absolutamente claro, sin embargo, que esta interpretación (y el pasaje en cuestión) no tiene ninguna relación con la idea de una sucesión apostólica (la función que Pedro recibe es en pro de la fundación de la iglesia y por tanto irrepetible), ni con una autoridad absoluta («el poder de las → llaves» se le atribuye a los doce, Mt 18:18) y reside en el anuncio de Jesucristo como el Hijo de Dios; no en una autoridad jurisdiccional (cf. Is 22:22; Mt 23:13; Ap 1:18; 3:7; 21:25). Pero no hay duda de un cierto primado de Pedro entre los apóstoles.
Pedro en la iglesia apostólica
Según Hechos, Pedro toma un papel directivo en la comunidad naciente (1:15–22). Su predicación, centrada en la → resurrección, es el testimonio de todo el grupo apostólico (2:14–36; 3:12–26). Es el vocero ante las autoridades (4:8–12) y agente de juicio en algunas ocasiones (5:3–11).
En la primera misión de extensión también ejerce el liderazgo (8:14–25). El Espíritu Santo abre a través de él la misión a los gentiles (10:1–48) aunque esto le acarrea críticas de los propios cristianos (11:2–18). Pese a su falla cuando dejó de comer con los cristianos gentiles de Antioquía, para agradar a los judíos (Gl 2:11–14), Pedro es un defensor de la apertura a los gentiles (Hch 15:7–21).
Después de la muerte de Esteban, se desconoce la carrera de Pedro. Hay alusiones a su presencia en distintos lugares luego de su prisión en Jerusalén (Hch 12:17): Antioquía (Gl 2:11–12), Corinto (1 Co 1:12) y el norte de Asia Menor (1 P 1:1). Jacobo, hermano del Señor, tomó la dirección de la comunidad de Jerusalén.
Aunque sin mucha razón, se ha discutido la antigua tradición de la estadía de Pedro en Roma. Casi no cabe dudas que 1 P se escribió desde allí (1 P 5:13, → Pedro, epístolas de).
Es fuerte la tradición que afirma que Pedro ofreció información para el Evangelio de → Marcos, publicado allí. 1 Clemente (ca. 96 d.C.) lo da por muerto bajo la persecución de Nerón y aunque las tradiciones del siglo II sobre la forma de su martirio no sean del todo confiables, no hay razón para dudar que sea verdadera la tradición de su estadía y posible martirio en Roma. En tal caso, habría ido allí hacia el final de su carrera (no estaba cuando Pablo escribe a Roma o llega allí) y habría estado poco tiempo. Quizás pronto hallara allí el martirio.
Bibliografía:
O. Cullmann, Pedro: Discípulo, Apóstolo e Mártir, Aste, Sao Paulo, 1964. DBH, col. 1479–1482. J.M. Bover, «El nombre de Simón Pedro», Estudios Eclesiásticos 24, 1950, pp. 479–497. A.T. Robertson, Épocas en la vida de San Pedro, Casa Bautista, El Paso, 1937. INT, pp. 355–359.