Persecución: Las instituciones oficiales o los grupos poderosos de un país, raza o región hostigan, agreden, discriminan o reprimen a determinados grupos descalificados por su fe religiosa, raza, sexo o prácticas sociales. Estos actores ejercen el poder mediante la persecución con el propósito de desmovilizar o eliminar a esos grupos específicos.
Hoy, muchos países tipifican este tipo de acciones en los derechos humanos, las leyes internacionales y los códigos jurídicos nacionales. Este esfuerzo indica que es una práctica común y por ende una tarea permanente de las sociedades defender a quienes la sufren.
Los judíos, debido a sus prácticas aparentemente antisociales (su solidaridad como grupo, su falta de cooperación con el gobierno y su notable éxito financiero), cosecharon mucha antipatía entre sus vecinos gentiles. Desde la segunda sección de Isaías (por ejemplo Isaías 50:5-6), el Antiguo Testamento asocia el → testimonio fiel con la necesidad del sufrimiento y aun del martirio.
Particularmente en la lucha contra los seléucidas (→ cronología intertestamentaria), los judíos sufrieron mucha persecución, al resistir la helenización forzada (cf. 4 Macabeos 17:7-18:24). Bajo el Imperio Romano hubo brotes de persecución, especialmente fuera de Palestina (→ dispersión), a pesar de la tolerancia oficial del judaísmo.
Los cristianos heredaron esta suerte y la aceptaron, animados por las enseñanzas de Jesús sobre la necesidad de la persecución (Mateo 5:11-12; 10:16-25; Juan 15:18-27) y sobre la paciencia frente a esta señal de los últimos tiempos (Marcos 13:7-13; Lucas 9:53-56; Juan 18:36). Irónicamente, los primeros en perseguirlos fueron los mismos judíos. La predicación de un Mesías crucificado, de cuya muerte los líderes judíos eran culpables, suscitó gran oposición, sobre todo entre los saduceos (Hechos 4:1, 6).
Aunque en un principio la iglesia gozó de buen nombre en Jerusalén (Hechos 2:46-47; 5:14; cf. 5:34-40), la prédica de → Esteban cambió esta situación en parte, y la persecución se extendió hasta Damasco (Hechos 8:1; 9:1-2). En 44 d.C. Jacobo fue víctima de esta hostilidad (Hechos 12:1-3), la cual después también perseguía a Pablo en todas sus actividades (→ judaizantes). Todo esto condujo a la ruptura oficial entre la sinagoga y la iglesia en el sínodo judío de Jamnia, ca. 90 d.C.
El Imperio Romano, tras una tolerancia inicial del cristianismo, como si este fuera nada más que una secta del judaísmo, cambió a una actitud cada vez más hostil. Cuando Nerón buscó en 64 d.C. alguien a quien culpar por el incendio de Roma, decidió acusar a los cristianos, quienes, según el historiador Tácito, eran malqueridos, y declaró religión ilícita en Roma al cristianismo. En esta cruel persecución, limitada a la capital, muchos perdieron la vida (cf. 1 Pedro 2:12; 4:14-17).
Pero hasta los días de Domiciano (81–96), cuando en Roma y en Asia Menor se renovó la persecución imperial (→ Apocalipsis), los procesos contra los cristianos dependían de los gobernadores de provincias y del curso que estos quisieran dar a las quejas particulares. Esta condición continuó hasta los días de Decio (249–251), quien inició una persecución total.
Los cristianos incurrieron en mayores problemas al negar al César el culto que desde el siglo I este demandaba (→ Señor).
Bibliografía:
VTB, pp. 612–615.