Predicación: Proclamación pública y abierta de la actividad redentora de Dios en Jesucristo y por medio de Jesucristo. Los verbos que la señalan en el Nuevo Testamento destacan el sentido original del término. El más característico, y que ocurre más de 60 veces, es kérysso: «proclamar como heraldo». Antiguamente el heraldo era una figura de considerable importancia, pues era una persona de carácter íntegro a quien el rey o el estado empleaba para hacer sus proclamas públicas. Predicar es proclamar como heraldo el mensaje de las buenas noticias de la → salvación.
Euangelı́zomai (traer buenas nuevas) es un verbo usado más de cincuenta veces en el Nuevo Testamento; recalca la cualidad del mensaje, en contraste con kérysso que subraya la actividad de la predicación.
Estos conceptos ni se originan en el Nuevo Testamento ni se limitan a él. Los → profetas del Antiguo Testamento, al proclamar el mensaje de Dios bajo el impulso divino, fueron precursores de los heraldos apostólicos. Jonás fue enviado a «predicar» (kérysso en la Septuaginta) y aun Noé fue designado «predicador [kéryx] de justicia» (2 Pedro 2:5).
Los distintivos sobresalientes de la predicación del Nuevo Testamento son dos. El primero es su sentido de compulsión divina. Marcos 1:38 registra que Jesús no quiso volver a los que le buscaban por su poder sanador, sino que se esforzó en ir a las aldeas vecinas para «predicar» allí, «porque para esto he venido». Pedro y Juan respondieron a las restricciones del → sanedrín con la declaración: «No podemos dejar de decir las cosas que hemos visto y oído» (Hechos 4:20).
«¡Ay de mí si no predicare el evangelio!», clama San Pablo en 1 Corintios 9:16. Este sentido de compulsión es la condición esencial de la verdadera predicación, pues esta no es la mera recitación de verdades neutrales, por interesantes y morales que sean; es más bien Dios irrumpiendo en los asuntos vitales del hombre y confrontándolo con la demanda de una decisión. Esta clase de predicación provoca oposición y Pablo nos ha legado una lista de sus sufrimientos por causa de ella (2 Corintios 11:23–28).
El otro distintivo sobresaliente de la predicación apostólica es lo diáfano de su mensaje y motivación. Puesto que la predicación demanda fe, es de vital importancia que sus elementos no sean oscurecidos por la «elocuencia de humana sabiduría» (1 Corintios 1:17; 2:1–4).
Pablo rehusó proceder con astucia o engaño, «adulterando la Palabra de Dios»; antes bien procuró recomendarse ante la conciencia de cada persona mediante la clara presentación de la verdad (2 Corintios 4:2). La conmoción interna del corazón y la conciencia del hombre (que es el nuevo nacimiento) no resulta de la influencia persuasiva de la retórica sino de la clara y franca presentación del evangelio con toda su simplicidad y poder.
El contenido de la predicación en el Antiguo Testamento apunta a la venida del Mesías, Rey de Israel. Igualmente, en los Evangelios Jesús se presenta como el que «proclama el → reino de Dios». En Lucas 4:16–21, interpreta su propio ministerio como el cumplimiento de la profecía de Isaías. Él es el Mesías-Siervo en quien por fin el Reino de Dios se realiza.
En el resto del Nuevo Testamento, Cristo es el contenido del mensaje de las predicaciones y Pablo lo sintetiza en 1 Corintios 15:1–4 (cf. el «crucificado», 1 Corintios 1:23; el «resucitado», 1 Corintios 15:12; el «Hijo de Dios, Jesucristo», 2 Corintios 1:19; y «Cristo Jesús … Señor», 2 Corintios 4:5). Pablo también se refirió a los efesios como a quienes había predicado «todo el consejo de Dios» (Hechos 20:27).