Los antiguos, cuando se hallaban ante una incertidumbre, solían echar suertes para determinar una respuesta (Est. 3:7; Jon. 1:7; Mt. 27:35).
Se ponían piedras, o tabletas grabadas, u objetos análogos, en un recipiente, que era a continuación movido, antes de retirar o echar los objetos de allí.
Primero se ofrecía una oración, pidiéndose a Dios que revelara Su voluntad (Hch. 1:23-26; cfr. Ilíada 3:316, 325; 7:174-181).
Al comienzo de la historia del pueblo judío, a Dios le plugo manifestarse de esta manera. Hay en las Escrituras la importante declaración: «La suerte se echa en el regazo; mas de Jehová es la decisión de ella» (Pr. 16:33).
El empleo de las suertes fue ordenado por Dios para la partición de Canaán entre las doce tribus (Nm. 26:56; Jos. 14:2; 18:6). (Véase CANAÁN.)
Saúl descubrió, echando la suerte, lo que Jonatán había hecho (1 S. 14:40-45).
La distribución de los sacerdotes, etc., se hizo por suertes (1 Cr. 24:5). Los apóstoles echaron suertes para saber si José (de sobrenombre «el Justo») debía suceder a Judas Iscariote, o bien si debía ser Matías (Hch. 1:15-26). Cuando los apóstoles recibieron el Espíritu Santo, dejaron de usar este método.
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