Nombre de etimología incierta.
Un lugar alto construido en el valle de Hinom. En tiempos de Isaías y Jeremías había muchos habitantes de Jerusalén que inmolaban a sus propios hijos, quemándolos vivos (Jer. 7:31) en honor de Moloc (2 R. 23:10).
Para impedir el retomo de estas abominables prácticas, el rey Josías profanó Tofet. Jeremías profetizó enérgicamente con estas palabras: «Porque los hijos de Judá han hecho lo malo ante mis ojos, dice Jehová; pusieron sus abominaciones en la casa sobre la cual fue invocado mi nombre, amancillándola.
Y han edificado los lugares altos de Tofet, que está en el valle del hijo de Hinom, para quemar al fuego a sus hijos y a sus hijas, cosa que yo no les mandé, ni subió en mi corazón» (Jer. 7:30-31).
Profetizó a continuación que multitudes, azotadas por el Señor, perecerían en este lugar (Jer. 7:32, 33; 19:6; 32:35); un lugar similar sería dispuesto para el rey de Asiria (Is. 30:33).
Esta costumbre desapareció completamente de entre los judíos, que quedaron liberados del pecado nacional de idolatrías después del cautiverio babilónico. Sin embargo, no desapareció de la civilización fenicia hasta muy tarde en la historia.
Tertuliano (aprox. 160-225 d.C.) afirma que en sus propios días se seguían celebrando estos sacrificios en Cartago y en África en general, siguiendo el culto pagano a Baal.
Las recientes excavaciones del Tofet de Cartago dan una sobrecogedora ilustración de esta degeneración del espíritu humano.
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