Vino. Bebida común en Palestina, producto de la fermentación del jugo de uva. En Palestina la vendimia se hacía en agosto y septiembre.
En la vinicultura, se echaban las → Uvas en → Lagares donde hombres descalzos las pisaban para exprimir el jugo. La primera fase de la fermentación comenzaba unas seis horas después de exprimir las uvas. El zumo se echaba en tinajas (Jer 13.12) o en odres (Mt 9.17) para su fermentación y almacenaje.
Vino en la Biblia es la traducción de varias palabras griegas y hebreas. Las más comunes son yayin (en hebreo) y oinos (en griego). También se usan tirosh y shekar (en hebreo) bebida fuerte en general que puede incluir el vino, pero que a menudo se contrasta con él (Lv 10.9), y sı́kera y gleukos (en griego).
Algunos comentaristas han procurado sostener la hipótesis de que tirosh, traducido «mosto» o «vino nuevo», no era una bebida embriagante. Sin embargo, Os 4.11 afirma que el tirosh «quita el juicio». Además, el equivalente griego, gléukos, es la palabra que usaron los incrédulos en el día de Pentecostés cuando tildaron de borrachos a los apóstoles (Hch 2.13). El consenso hoy es que toda referencia al vino en la Biblia indica una bebida fermentada, y cuando se menciona el simple jugo de uva, nunca se usa la palabra vino (Gn 40.11).
El hecho de que la Biblia apruebe el uso del vino fermentado no debe inquietar a los cristianos. El problema radica en el uso desenfrenado del vino que resulta en la → Embriaguez. La Biblia condena rotundamente la borrachera, pero no ordena la abstinencia total, excepto bajo ciertas circunstancias religiosas y culturales (algunos traen a colación aquí la preocupación por el hermano débil, Ro 14.21).
En fin, la ética escritural reconoce que el vino (como también las relaciones sexuales, la comida, las emociones, el dinero y otras cosas) se presta tanto para el uso legítimo como para el abuso pecaminoso.
Convencidos de que el vino es un don de Dios, los autores sagrados describen la prosperidad en términos de abundancia de «trigo y mosto» (Gn 27.28), requieren el diezmo del vino (Dt 12.17), prescriben para ciertas ofrendas una libación de vino (Nm 15.7), y afirman acerca de la vid alegórica que su «mosto alegra a Dios y a los hombres» (Jue 9.13).
El salmista enumera entre las bendiciones de Dios «el vino que alegra el corazón del hombre» (Sal 104.15). Jesús suministró ciento veinte galones de vino en las bodas de Caná (Jn 2.9s) y usó vino en su última cena con los discípulos (→ Cena del Señor). Pablo recetó a Timoteo «un poco de vino por causa de tu estómago y también de tus frecuentes enfermedades» (1 Ti 5.23).
Sin embargo, los peligros del vino también se señalan en los pasajes que cuentan las vergonzosas historias de Noé (Gn 9.20–27), de Lot (Gn 19.32–38) y de David (2 S 11.13); en las advertencias de los Proverbios contra la forma en que el alcohol se burla del bebedor (20.1), prometiendo grandes experiencias pero sin proporcionarlas (23.29–35); y en las proscripciones del vino y de la sidra para los obreros religiosos (Is 28.7).
Se practicaba la abstinencia del vino en casos excepcionales como el voto de los → Nazareos (Nm 6.3), la obediencia de los → Recabitas (Jer 35) y el ascetismo de Juan el Bautista (Lc 1.15). Sin embargo, los ejemplos que nos da el Nuevo Testamento son de usar libremente el vino, pero siempre con la moderación que dicta el → Dominio Propio (cf. 1 Co 10.31).
Nuestro Señor, lejos de ser un abstemio como Juan el Bautista, causó escándalo entre sus opositores que lo tildaban, con una dosis de hipérbole, de «glotón y bebedor de vino» (Mt 11.16–19). El principio paulino se enuncia con claridad: nadie ha de imponer la abstinencia a otro ni juzgarle al respecto (Col 2.16); no obstante, a los oficiales de las iglesias los exhorta a ser moderados en el uso del vino y a dar un buen testimonio (1 Ti 3.3, 8; Tit 1.7; 2.3).
La Biblia usa el vino en sentido figurado. La ira de Dios se expresa en términos de pisar el lagar (Ap 14.19s) y hacer beber a los injustos el vino del furor de Dios (Jer 25.15). Jesús relaciona sus enseñanzas con el vino nuevo que no se puede echar en odres viejos (Mt 9.17), indicando que el cristianismo no podría expresarse dentro de los moldes antiguos del judaísmo.
El vino simboliza la → Sangre de Cristo (Mt 26.28), elevando la figura a su cumbre. Por otro lado, estar llenos de vino se presenta como opuesto a estar llenos del Espíritu Santo (Ef 5.18; cf. Hch 2.13–16).