Violencia

Violencia. Uno de los resultados del pecado de los hombres. Desde los albores de la humanidad, se manifiesta en el hijo de la primera pareja, → Caín (Gn 4.8), quien reconoce su culpa (4.13–15).

Sin embargo, los descendientes de Caín se glorían de su impía violencia (4.23, 24). El → Diluvio constituye el castigo de Dios a un mundo que «había corrompido su camino sobre la tierra» y que manifestaba dicha corrupción mediante la violencia (6.11–13).

Dios equipara, e identifica a veces, «al malo y al que ama la violencia» y a ambos aborrece (Sal 11.571.4Is 29.20Jer 6.6Ez 7.1123Am 3.9ss). La → Iniquidad suele expresarse a través de la violencia (Sal 25.1954.358.286.14140.1Ez 22.710122934.4Mal 3.13).

Dios aconseja no confiar en la violencia (Sal 62.10Is 3.12ss33.15). El Señor mismo librará a los justos de la violencia (Sal 72.14103.6119.1342 S 22.49Is 25.4Ro 12.19). Por tanto, el creyente se guarda de la senda de los violentos (Sal 17.4) y es guardado de varón violento (18.48).

Los impíos, en cambio, «se cubren de vestidos de violencia» (73.6) y, al igual que → Lamec (cf. Gn 4.2324), se mofan y se vanaglorian de su violencia (Sal 73.8) la cual llena la tierra (74.20Ec 4.1). A la larga, no obstante, los violentos mismos serán víctimas de la violencia (Pr 10.61119.19). Por otra parte, el Nuevo Testamento enseña la fuerza y el valor del amor para vencer con el bien el mal (Ro 12.14–21).

Sin embargo, Dios usa la violencia como una medida de emergencia temporal. Utiliza la violencia humana como instrumento de su justo juicio contra el pecado (Hab 1.239; cf. Is 10.5ss, → Ira). En el mundo caído la violencia a veces parece necesaria, tanto para establecer (→ Josué) como para consumar (Ap 19.11–21) el → Reino de Dios.

Así es que Dios disciplina a Israel (Is 10.5ssJer 25.1–9Ez 21.8–23Hab 1.6) y ejecuta sus juicios divinos, bien sea sobre Israel y sobre otros pueblos durante el Antiguo Testamento (Is 10.3363.1–6Jer 20.851.3546ss), o bien en los últimos días antes del fin y del juicio (Ap 14.2019.13–15; cf. Dt 29.23Sal 90.7Ro 1.182.5).

Dios no solo corrige sino que protege a Israel (protagonista de la historia de la salvación) de la violencia de los impíos a la que responde con su propia violencia, ordenando el exterminio de ellos (Nm 31Dt 20.1331.1–5ssJos 8).

Mas esta orden solo se dio cuando la maldad de aquellos pueblos había llegado a su colmo (Gn 15.1316). Independientemente del juicio que Dios ejercía sobre esos pueblos, la destrucción de los → Cananeos fue necesaria para salvar la misma existencia del pueblo del pacto, de quien tenía que nacer el Mesías prometido.

La singularidad de esta manifestación especial de violencia viene de que no hay, ni hubo jamás, ningún otro pueblo como el Israel de antaño, cuya supervivencia fuera tan vital para la historia de la humanidad y muy particularmente para la historia de la salvación, ya que a los judíos se les había confiado la Palabra de Dios (Ro 3.12) y la simiente mesiánica (Gn 49.810).

No existe ninguna justificación exegética válida para aplicar estos textos a otras circunstancias y pueblos. Solo Dios puede dar esta clase de órdenes (Is 13.3; cf. Jer 51.27) y solo las dio para preservar al pueblo de la promesa en tanto se iba desarrollando la historia de la salvación. Entonces, y solo en sentido militar estricto, el Señor fue escudo y espada de Israel (Dt 33.291 Cr 5.222 Cr 20.17).

De ahí que estas luchas fueran guerras de Dios (Éx 15.317.16Nm 21.1ss1 S 25.28Jl 3.9), porque los enemigos de Israel eran los enemigos de Dios (Jue 5.23–31). Claro, el botín no se consideraba botín de guerra sino «anatema» («consagrado al Señor», Jos 6.1724).

No obstante, el Reino de Dios es ámbito de paz en el que nunca más se oirá violencia (Is 60.18ss65.17–2566.12) ya que esta y la rapiña se oponen al juicio y la justicia (Ez 45.9).

El Mesías se llamaría «Príncipe de Paz» (Is 9.6), mas no podrá inaugurar su reino universalmente sin antes derrotar para siempre a los enemigos de Dios (Dn 7.10sSal 110). El día del juicio será el de la «ira de Dios y el Cordero» (Ap 6.17).

Sin embargo, el siervo sufriente de Isaías 53.7 se caracteriza por no ser violento (Mt 12.19–21), y la época novotestamentaria es primordialmente el tiempo de proclamar las buenas nuevas y no de ejecutar venganza divina (Lc 4.19; cf. Is 61.1–2Ro 12.19–21).

La violencia no puede adelantar el Reino de Dios (Mt 26.52–54Jn 18.36). Las batallas que tiene que librar el cristiano son espirituales (2 Co 10.34Ef 6.10–201 Ti 1.182 Ti 2.344.7); en Cristo hemos vencido ya (Jn 16.331 Co 15.57) si bien aún tenemos que esperar la consumación final y universal de la victoria de Cristo.

El dinamismo y el valor de la fe que salva todos los obstáculos para acercarse a Cristo se describe metafóricamente en términos de violencia espiritual: «Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan» (Mt 11.12; cf. Lc 16.16). El reino lo toman con violencia publicanos y rameras (Mt 21.3132), por cuanto se acogen a la gracia, no rechazan la verdad del evangelio y se entregan a él sin condiciones (10.34–39).

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