Potestad de dirigir u ordenar, inherente o delegada. Toda la autoridad pertenece a Dios (Ro. 13:1). Todas las autoridades establecidas lo han sido por Dios (Ro. 13:2).
Son múltiples las esferas en las que se ejerce la autoridad, y todos los depositarios de ella tienen ante Dios una profunda responsabilidad por el modo de ejercerla (cp. Jn. 19:11).
En el AT hallamos primero la autoridad de Dios dada a Adán para el dominio del mundo (Gn. 1:28; Sal. 8:4-8; He. 2:6-8); después esta autoridad pasa a Noé (Gn. 9:2-6) en gobierno, y pasa a los patriarcas.
Los cabezas de familia, las cabezas de tribus, ejercen la autoridad. Surgen también los líderes especialmente llamados por Dios para momentos de crisis, como Moisés, Josué, los jueces.
La autoridad se institucionaliza en Israel con el sacerdocio (cp. Dt. 17:8-13), aunque había instancias inferiores, como la del consejo de ancianos de las ciudades.
Más tarde, en el régimen monárquico, la autoridad divina es delegada en el rey (1 S. 10:1; 12:1, 13), que es un tipo del Mesías, el Rey que Dios ha de imponer sobre esta tierra (Is. 9:6, 7).
El Señor Jesús afirma claramente que le es dada toda autoridad (Mt. 28:18). Esta autoridad se había evidenciado en su enseñanza (Mt. 7:29), y en su dominio de la creación (cp. Mr. 1:23-27; 4:35-41); y moralmente, para perdonar los pecados, como Dios verdadero (Mr. 2:1-12).
El Señor delegó Su autoridad en sus apóstoles e iglesia. (Véase ATAR Y DESATAR). Ordena también a los suyos que se sujeten a las autoridades y magistrados (Ro. 13:1, 2; Tit. 3:1; 1 P. 3:22) por causa de la conciencia, no por temor (Ro. 13:5), con la limitación expresa de que en caso de conflicto abierto entre la autoridad sujeta a Dios y la autoridad directa de Dios, el creyente se halla sujeto a obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch. 4:18-20).
Esto no puede nunca justificar la rebelión contra la autoridad ni la violencia (cp. Ro. 13:2; 1 P. 3:8-17).
Llegará el día del reino directo del Señor Jesús (Ap. 10:10; 1 Co. 15:24).
En el seno de la iglesia tiene su ejercicio y conducción en el temor del Señor (cp. 2 Co. 10:18; 13:10; Tit. 2:15; 1 Co. 11:10); no debe ser ejercida al modo de los gentiles (Lc. 22:25), sino a ejemplo del Señor, sirviendo a los demás (Mt. 20:25-28).
Después de la partida de los apóstoles, el creyente tiene como autoridad última la de Dios expresada en Su palabra (Hch. 20:32; 1 P. 1:13-21; Jn. 20:31).
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