Abstención de tomar alimento período de tiempo dentro del cual se da esta abstinencia.
(a) Ayuno causado por la imposibilidad de conseguir alimento. Parece que a esto pertenecen: los 40 días que pasó Moisés en Sinaí (Éx. 34:28; Dt. 9:9); el ayuno de Elías durante su viaje a Horeb (1 R. 19:8); el del Señor Jesús en la tentación en el desierto (Mt. 4:2; Mr. 1:13; Lc. 4:2); y también ciertos ayunos de Pablo (2 Co. 6:5).
(b) Ayuno voluntario por motivos religiosos. En este sentido, se emplea el término con frecuencia para describir los períodos prescritos de abstención de alimentos. No se evidencia ninguna orden de ayunar en la ley mosaica; no aparece ni este verbo ni los términos ayuno o abstinencia en el Pentateuco.
En todo caso, si se buscan alusiones al ayuno, se tienen que deducir de expresiones como «afligiréis vuestras almas» (Lv. 16:29; 23:27; Nm. 29:7). La primera mención de ayuno se halla en la época de los jueces (Jue. 20:26), en un tiempo de gran aflicción nacional.
Los últimos libros del AT presentan numerosos ejemplos de ayunos no prescritos (Esd. 8:21; Neh. 9:1; Est. 4:3; Sal. 35:13; 69:11; 109:24; Dn. 6:18; 9:3). En ocasiones se proclamaban ayunos en tiempos de calamidades (Jer. 36:9; Jl. 1:14); el objeto de esta abstinencia era el de afligir el alma (Sal. 35:13; 69:11), y de dar más fuerza a la oración (Is. 58:3, 4).
El ayuno público significaba que el pueblo, consciente de un gran peso de culpa, se humillaba ante Dios (1 S. 7:6). El verdadero ayuno no se limita a una mera práctica exterior: implica el abandono del mal y de los placeres prohibidos (Is. 58).
En la época de Zacarías se proclamaron ayunos en los meses 4º, 5º, 7º y 10º (Zac. 8:19). Esto era para conmemorar el inicio del asedio de Jerusalén en el 10º mes (2 R. 25:1); su caída al mes 4º (2 R. 25:3, 4; Jer. 52:6, 7), la destrucción del Templo en el mes 5º (2 R. 25:8, 9), el asesinato de Gedalías y de sus compañeros judíos en el 7º mes (2 R. 25:25).
La profetisa Ana servía a Dios con oraciones y ayunos (Lc. 2:37). Los fariseos ayunaban dos veces a la semana (Lc. 18:12). Cuando las personas religiosas y formalistas ayunaban, fingían ostensiblemente su tristeza.
El Sermón del Monte ataca duramente esta hipócrita práctica (Mt. 6:16-18). Los discípulos de Juan el Bautista ayunaban; los del Señor no lo hicieron durante Su presencia personal en la tierra (Mt. 9:14,15; Mr. 2:18-20; Lc. 5:33-35), pero sí después de Su partida, bajo ciertas circunstancias (Hch. 13:2-3).
El ayuno no es una imposición formal sobre el cristiano, pero sí que es recomendable su práctica en un espíritu de oración y de súplica. Es de temer que por cuanto muchos han abusado del ayuno en el pasado, haciéndolo una práctica obligatoria y externamente formal, los creyentes han descuidado la unión del ayuno con la oración.
El espíritu del ayuno se halla en la propia negación, y surge de la profunda consciencia de necesidad y urgencia.
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